En un segundo momento, se publica el trabajo de Talien Corona Ojeda, quien estudia la relación entre la política exterior y la construcción de la identidad nacional del México posrevolucionario. A través de un estudio sobre la diplomacia cultural, reflejada en la organización de exposiciones internacionales, la autora problematiza la tensión entre la influencia de las ideas globales con la construcción del proyecto nacional mexicano. Finalmente, Patricia López Rodríguez presenta una discusión de la política internacional que regula la prohibición del consumo de estupefacientes, poniendo el punto de análisis en las complicaciones para articular las políticas de salud nacionales con los paradigmas internacionales que regulan y prohíben el trasiego de estupefacientes.
En conclusión, en esta introducción es posible decir que las discusiones y los debates planteados en este libro son el resultado de la evolución misma que ha tenido la apuesta institucional por mantener vigente el estudio de las relaciones internacionales, pues en conjunto estos trabajos muestran una radiografía de la complejidad internacional contemporánea, pero, sobre todo, ofrecen líneas de análisis pertinentes para plantear nuevos caminos de investigación que se adapten a las constantes trasformaciones de la realidad internacional.
En los trabajos que se presentan se ve reflejado el análisis interdisciplinar, y en especial se puede observar un énfasis crítico, congruente con la formación a la que en el ITESO se apuesta en el estudio de las relaciones internacionales, a la altura de los desafíos que se viven en el mundo contemporáneo.
I. Potencias e instituciones
Globalización y geopolítica en la acción internacional de Estados Unidos: cuatro interpretaciones
ANTONIO LÓPEZ MIJARES
Este capítulo revisa la presencia estadunidense en el mundo a partir del final de la Guerra Fría y el inicio del periodo de la unipolaridad, caracterizado por la supremacía de ese país en los terrenos militar y político y por su sostenida relevancia económica. Con la perspectiva de tiempo, sabemos que en ese momento excepcional de la superpotencia sin contrincantes, ya se esbozaba la relativización o disminución de su poder con la aparición de nuevos polos de innovación técnica, capacidad económica y dinamismo comercial, sobre todo en las riberas del Pacífico; a esas naciones y territorios, Taiwán, Corea del Sur, Singapur y Hong Kong, se agregarían grandes estados como China e India, que han sumado a sus dimensiones demográficas y territoriales capacidades tecnológicas y productivas, la voluntad de traducir tales factores en influencia política mediante un activismo sistemático más allá de los propios ámbitos regionales, en otros continentes y en los espacios institucionales o informales donde se diseña, entre unos pocos, la agenda mundial y donde se establecen las coordenadas del orden internacional.
En ese contexto, se presentan y analizan reflexiones de cuatro autores, todos ellos geopolíticos estadunidenses: John Agnew, Parag Khanna, Zbigniew Brzezinski y Richard N. Haass, sobre los alcances y límites del poder y la influencia de su país en el mundo contemporáneo, a partir de dos opciones no necesariamente contradictorias: cooperación y hegemonía. En tal sentido, ellos han incorporado a sus respectivos análisis elementos de la geopolítica clásica, centrada en la disponibilidad de recursos físicos y humanos, así como en nociones deterministas sobre la geografía y la historia, y también aportaciones como las de Joseph S. Nye y Robert O. Keohane al debate que, en la perspectiva de una interdependencia crecientemente intensificada, ha contribuido a enriquecer las premisas del análisis sobre relaciones de poder y jerarquía entre naciones. (1) Nye y Keohane (2009) han señalado, con distintos matices, que la ampliación de los ámbitos de cooperación interestatales —sobre todo en las esferas técnica, comercial y financiera, así como la consolidación de regímenes internacionales cuyo objetivo es establecer reglas para dicha cooperación— ponen en evidencia los límites explicativos (y por tanto predictivos) del realismo clásico: vivimos en un mundo regido por múltiples y a menudo contradictorias lógicas de poder, no supeditadas a las capacidades de acción política y militar.
Los planteamientos de los autores se organizan en un eje de análisis: la relación entre procesos de globalización y política de poder (primeros dos apartados); mientras que en el tercer apartado se esbozan algunas conclusiones, necesariamente provisionales, sobre los derroteros previsibles del orden internacional y global —y los posibles alcances de la influencia estadunidense en dicho orden— a partir de las reflexiones de los autores en torno a las relaciones entre globalización y geopolítica, así como entre cooperación y hegemonía. Por último, se hace una breve reflexión sobre las posibles implicaciones de la presidencia de Donald Trump en los escenarios internacionales.
ALCANCES Y LÍMITES DE LA UNIPOLARIDAD: UNA PERSPECTIVA SOBRE ESTADOS UNIDOS EN LOS ÚLTIMOS TREINTA AÑOS
Disolución del bloque soviético, “fin de la historia”
El lento y discontinuo proceso de disolución del “bloque soviético” fue acelerado por la activa política de confrontación ideológica, económica y militar emprendida durante el mandato de Ronald Reagan, cuyos periodos presidenciales (1980–1988) se caracterizaron por el éxito ideológico dentro del país —la vuelta del patriotismo vociferante y agresivo, el retorno de la noción, nunca del todo abandonada, sobre la “excepcionalidad estadunidense”—, éxito que facilitó la legitimación del rearme por la vía de un importante incremento del gasto militar y la orientación de su política exterior hacia la neutralización y el desmembramiento del “imperio del mal”, clamoroso término con que el se refirió a la Unión Soviética en un célebre y difundido discurso.
La autodisolución de la Unión Soviética —una derrota de la legitimidad del sistema centralizador, incapaz de satisfacer expectativas personales y colectivas, así como de plantear un proyecto de futuro— tuvo que ver también con la Revolución de Terciopelo en la antigua Checoeslovaquia (hoy dos países: República Checa y Eslovaquia) y con las rebeliones civiles en Polonia, la República Democrática Alemana, Hungría, Rumanía y Bulgaria, revoluciones cuyo origen, en la mayoría de los casos, se originó en sociedades movilizadas por un doble objetivo: la autodeterminación nacional (con sus implicaciones identitarias y de reivindicación de especificidades étnicas, culturales, religiosas) y la democratización de los estados, pues buena parte de ellas apeló a latentes tradiciones de pluralismo, participación activa en los asuntos públicos, separación de esferas entre lo público y lo privado, apertura hacia los temas, valores y objetivos de las sociedades europeas occidentales.
En este horizonte, en el que coincidían el triunfalismo de las élites estadunidenses —potenciado por las omnipresentes industrias comunicacionales de ese país— con el repliegue político–militar de la Unión Soviética de sus zonas de influencia en Europa Central y Oriental, en el Cáucaso y en Asia Central, es que pudo hablarse del presunto “fin de la historia” con el advenimiento de la unipolaridad económica y militar de ese país y con el triunfo cultural —mediático en buena medida— de la democracia liberal como referente político dominante. (2)
Supremacía político–militar y triunvirato económico: ¿declinación o relativización?
A principios de la década de los años noventa, Lester Thurow hacía coincidir la supremacía político–militar estadunidense con una suerte de competencia pacífica, no por ello menos intensa y conflictiva, entre “tres contendientes relativamente iguales: Japón; la entonces Comunidad Europea, centrada en su país económicamente más poderoso, Alemania, y Estados Unidos” (1992, pp. 33–45); competencia que