Biblioteca Studio Ghibli: La princesa Mononoke. Laura Montero Plata. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Laura Montero Plata
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788417649524
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impregnado la obra del animador japonés y, más concretamente, de La princesa Mononoke, donde a través de pequeños matices y alusiones Miyazaki ha incluido elementos que apoyan este discurso revisionista. El más claro y fundamental –que analizaremos a lo largo del libro– fue la inclusión tanto del pueblo emishi como de la Ciudad del Hierro en el filme. No obstante, es el pequeño reino de Ashitaka el que se pone en directa conexión con las teorías de Sasuke Nakao de una forma extremadamente sutil: las vestimentas de los emishi están basadas en un tipo de kimono tradicional butanés llamado gho (Saitani, 1997: 57). Algo parecido sucede con el bol rojo que Ashitaka usa para comer, y que Jigo alaba por su belleza mientras cenan juntos, también inspirado en la cerámica de Bután (Saitani, 1997: 60).

      La influencia de El cultivo de plantas y el origen de la agricultura hizo también cuestionarse a Miyazaki cuándo desaparecieron estas amplias extensiones de bosques de hoja ancha y le llevó a la conclusión de que la deforestación se produjo en Muromachi, un periodo histórico en el que el hombre se situó como el centro del universo influido por las enseñanzas del budismo de Kamakura (Miyazaki, 2014a, 60-61); esta conjetura se opone diametralmente a la postulada en el libro Nature Technology Creating a Fresh Approach to Technology and Lifestyle.

      De acuerdo con el historiador Yoshihiko Amino fue durante Jōmon cuando comenzó a producirse una gran plantación de castaños por parte de la población del archipiélago. Se conservan registros en los que consta que se procedió a la reforestación desde la Antigüedad como una forma de conservación del medio ambiente. Sin embargo, este proceso desapareció en Muromachi, cuando entraron en circulación la moneda y los pagarés. Por tanto, las evidencias sobre el giro antropocéntrico que tuvo lugar en la mentalidad japonesa dan la razón a Miyazaki y no a Emile H. Ishida y Ryuzo Furukawa.

      La cultura de la hoja perenne latifoliada se configura pues en el trabajo de Miyazaki como una fuerza opositora a las teorías del «país-isla» –al de una cultura aislada y sin contaminaciones externas– y a la del monocultivo de arroz –esta última analizada someramente al hablar del Gilgamesh de Takeshi Umehara–; dos discursos que, incluso después de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, seguían insistiendo en que Japón era un pueblo con una raza muy homogénea: un país-isla.

      Los «primeros japoneses», quienes son diferentes en carácter de sus pueblos vecinos y que han vivido en el archipiélago japonés desde el periodo Jōmon, son nuestros ancestros. La cultura y el modo de vida centrados en el cultivo de arroz se expandieron desde el oeste de Japón durante la era Yayoi y fueron extensamente adoptados por esos pueblos. De todo esto surgió el estado con el nombre de «Japón» (日本), encabezado por el emperador. A pesar de varias vicisitudes, este Japón (Nihonkoku) se ha prolongado hasta hoy y los japoneses (nihonjin) que lo comprenden han experimentado un desarrollo histórico distintivo sin sufrir grandes invasiones o conquistas de sus pueblos vecinos (Amino, 1992: 134).

      A modo de contestación a esta construcción histórica surgieron una serie de intelectuales que dedicaron su producción literaria a aportar hallazgos y descubrimientos que exponían la falacia de la «identidad japonesa única». De todos ellos, uno de los que ha tenido mayor peso y visibilidad en la revisión histórica nipona ha sido sin duda Yoshihiko Amino. Especializado en el medievo prepatriarcal, este historiador afamado y figura pública centró su investigación en el concepto de identidad japonesa y en los asentamientos que hubo, tanto en las montañas como en la costa, durante el periodo medieval. Amino denunció la fabricación histórica que se había hecho sobre su país apelando a una unicidad y homogeneidad en la que se obviaba, en otros muchos, al pueblo de los ainu, situado en el norte de Tōhoku y en Hokkaido. Muy crítico con las nociones de «Japón» y «japonés», su investigación le llegó a postular que durante la era medieval en el archipiélago habitaban diversos grupos étnicos que no reconocían al emperador como figura de autoridad. Por ejemplo, existía una gran diferencia entre la apreciación del concepto de «Yamato»20, como gobierno de control, entre el Este y el Oeste. Yamato estaba asentado en el este y era reconocido como un estado en expansión con el emperador a la cabeza. Sin embargo, para los pueblos Tōgoku y, particularmente, para los Ezo21 y los Fushū22, situados en el noroeste, incluso el topónimo tenía una lectura diferente: Hayato (Amino, 1992: 129).

      En su artículo «Deconstructing ‘Japan’», Amino reflexiona sobre el propio concepto de «Japón», haciendo énfasis en determinados aspectos inciertos sobre el nombre: ¿Cuándo se adaptó de forma generalizada?, ¿cómo se leían en la antigüedad los caracteres 日本 –Nihon– (Japón)?, ¿cómo y en qué circunstancias se usaba la palabra? Este enfoque se debió fundamentalmente al asombro de Amino ante el uso del término como una reivindicación de una cultura única ancestral y de la que, sin embargo, poco se conocía sobre sus orígenes. La incertidumbre llega hasta tal punto que se desconoce en qué momento el reino de Yamato, instaurado en Kinai, pasó a llamarse Japón; un debate que se ha producido desde la era Heian. Por más que la sociedad japonesa actual sí sea muy homogénea comparada con otros países modernos, la investigación de Yoshihiko Amino puso su centro de gravedad en la necesidad de deshacerse del constructo histórico creado con la palabra «Japón» y de todo el marco teórico postulado en torno a la asunción de que «originalmente había japoneses» (Amino, 1992: 132).

      Con una infatigable labor investigadora y divulgadora que alberga más de veinte libros y un número de artículos originales que abarca entre los doscientos y los trecientos textos, las principales contribuciones al campo de la historia que marcaron la trayectoria de Amino han sido cinco, si seguimos las claves señaladas en el trabajo del historiador Kano Masanao (Johnston, 2005: 6-7)23. La primera fue su intento de sensibilizar a la población con relación al significado del concepto de «Japón» como estado, y su énfasis en dejar patente que los conceptos de «emperador» (tennō) y «Japón» (Nihon) se usaban en el oeste del país, no en el este. En segundo lugar, introdujo la incorporación de la categoría de personas no dedicadas a la agricultura (hinōgyōmin) para abordar el estudio de la historia medieval japonesa. Este rango incluía tanto a gente que no trabaja la tierra, como a aquellos que no tenían ni señor ni maestro (comerciantes, fundidores, herreros, madereros, mercaderes, mujeres que se dedicaban al mundo del entretenimiento como las shirabyōshi24 y las yūjo25, o los hinin26). El tercer aspecto en el que destacó su investigación fue la introducción de las categorías de raku, kugai y muen; términos virtualmente imposibles de traducir al castellano. Los tres conceptos hacen alusión a la idea de santuario, es decir a la noción de lugares a los que el poder político secular no tenía acceso. Raku, por ejemplo, hace referencia a los mercados libres; es decir, aquellos lugares de comercio que no estaban sometidos al control del monopolio de un gremio de mercaderes. Kugai podría traducirse como público por oposición a privado, como aquello que todos pueden ver. En un principio la palabra designaba exclusivamente a espacios públicos donde se practicaba el budismo; más tarde pasó a ser un término de uso general y se podía interpretar como perteneciente al mundo público: sin ir más lejos, las prostitutas o los actores de teatro Nō eran personas kugai. Por último, muen se entendería como «sin ataduras mundanas». En el periodo Edo el término pasó a designar a una clase social: la de los mendigos (Amino, 2007: 162-167). En cuarta posición, su obra se vio marcada por la persecución persistente de la figura del tennō, o sistema imperial. En último lugar, Masanao destaca la investigación de Amino de las diferencias políticas, culturales y económicas entre el este y el oeste de Japón. Sin embargo, yo añadiría una última contribución, centrada en el énfasis de su investigación por la gente corriente, por el pueblo llano (minzoku).

      Lo que se desprende de todo este esfuerzo investigador de Amino es su empeño por mostrar la diversidad de un país obcecado en probar su homogeneidad. Su labor académica desafió el