- Diferentes teorías de la práctica psicomotriz.
Participa, además, a lo largo de toda su formación, en un intenso entrenamiento y experimentación en trabajo corporal, con acento en el desarrollo de su expresividad, creatividad y disponibilidad corporal.
Desde el inicio de su formación realiza experiencias directas y, promediando la carrera, observa y practica en los diferentes campos del ejercicio profesional.
Y ahora agregamos una nueva pregunta:
¿Cuáles son los contenidos de la práctica en Psicomotricidad?
La práctica psicomotriz se podría definir bajo tres parámetros: el juego, el cuerpo y la relación corporal.
El contenido de la práctica psicomotriz se basa en el juego libre, permisivo, en una actividad espontánea que se desarrolla y organiza progresivamente a partir de los objetos puestos a disposición de los niños. Es un juego sin argumento impuesto, de forma que permite el libre curso a la imaginación. Se trata de dejar desarrollar en el grupo el juego libre, espontáneo, sin consignas precisas y, sobre todo, sin enjuiciamientos. A partir de aquí nacen y se desarrollan actividades espontáneas, solos o en grupo, dejando hacer a cada uno según sus deseos y su imaginación.
Esto no quiere decir que la práctica psicomotriz se convierta en un juego caótico. Dentro del dejar hacer el psicomotricista ha de fijar los límites de la libertad: no hacer daño al compañero, lo cual no excluye las relaciones agresivas; no destruir el material, etc. Estas prohibiciones marcan el límite entre realidad y juego. El psicomotricista garantiza esta ley, al igual que es garantía de la realidad. En esta situación de juego espontáneo, él ha de contener y retomar las situaciones difíciles, manejar los conflictos sin culpabilizarlos.
En toda esta relación, dicen Llorca y Vega (1998), está presente el concepto de disponibilidad corporal, como actitud de escucha. Es una nueva manera de situarse respecto al niño, es tener una actitud de empatía, ser capaz de descentrarse hacia el otro, intentar comprender la historia que nos cuenta la otra persona, sin juzgarla, para desde allí, poder ayudarle a resolver sus dificultades. “La disponibilidad corporal supone además un nuevo modo de actuar a través del cuerpo, utilizando como mediadores la mirada, el gesto, el espacio, los objetos… etc.”. (Boscaini, 1998).
A partir de este estado de escucha hacia el otro, el psicomotricista ha de actuar como observador y como partícipe del juego al mismo tiempo. Ha de estar corporalmente disponible a toda forma de relación que tratará de hacer evolucionar según las necesidades del niño. En esta relación, el adulto ha de conocer y elaborar sus propios impulsos, siendo consciente de que no proyecta su propia problemática en la interpretación de la actuación del niño.
“Tomar conciencia de la importancia del juego en la construcción y el desarrollo de la personalidad del niño. Observar ese juego y comprender qué es lo que se está jugando (sentido), participar sin ser directivo ni invasor y contenido dentro de los límites de lo simbólico. Esto es importante para el niño, pero también para el psicomotricista y sobre todo para su relación. Este juego corporal, este juego psicomotor, es una oportunidad para establecer con el niño y con el grupo otra relación; una relación de persona a persona…” (Lapierre, 1990).
Durante la sesión el psicomotricista no tiene nada para enseñar, sólo ha de estar disponible para el niño, seguirlo en la dinámica de sus pensamientos y de sus actos. En esta relación, al no estar mediatizada por lo pedagógico y lo intelectual toma un cariz afectivo que se articula alrededor de dos temas esenciales de nuestra vida afectiva: el amor y el odio (Lapierre y Aucouturier, 1977; Lapierre, 1990).
En esta relación, el cuerpo del adulto adquiere un valor simbólico. En él, el niño proyecta las funciones maternales y paternales. El cuerpo del psicomotricista es vivido por los niños como un lugar de placer y seguridad, un continente de calor afectivo que los protege (Lapierre, 1991). Pero esta protección y seguridad afectiva encierra en sí misma, para que cada niño pueda madurar, un deseo de independencia. En la relación con nuestros padres, cada uno de nosotros vive la necesidad de separación para la identificación personal, que se inicia ya desde la tierna infancia, tal y como sugiere Wallon cuando habla del estadio del “personalismo”. En este estadio (Rigo, 1991, citado por Llorca y Vega, 1998), la oposición y más tarde la imitación, posibilitan que el niño se construya su propia imagen de persona diferente a sus progenitores. En este proceso, la seguridad que le ofrecían sus padres se puede vivir como prohibición; la protección como devoración, y el amor se transforma en odio. Surge entonces la agresividad infantil, por liberarse de una dependencia que por otro lado desea. Pero no todos los niños, ni todos los adultos, hemos tenido padres que nos ayuden en esta evolución, quizás demasiado rígidos para enfrentarnos a ellos, o tal vez demasiado culpabilizadores o permisivos; el niño encuentra en la sala a un adulto con el que puede vivir una relación privilegiada, lo desculpabiliza, lo comprende y le permite vivir esa relación ambivalente de amor y odio que progresivamente le irá llevando a una mayor identificación y autonomía como individuo. El cuerpo del psicomotricista toma un valor preferencial para el niño, pues en él puede vivir la afectividad, la emocionalidad y sus deseos de manera simbólica, con un adulto que le ayuda a elaborar y madurar su vida afectiva.
A medida que esta evolución tiene lugar, el niño se abre a otras formas de relación y comunicación con los otros y con los objetos, aprendiendo de estas relaciones y madurando así en el ámbito cognitivo, poniendo de manifiesto cómo psiquismo y afectividad aparecen indisociablemente unidos (Wallon, 1965; Lapierre y Aucouturier, 1977; Lapierre, 1990).
En esta relación fundamentalmente corporal, el psicomotricista ha de reencontrar en sí mismo el placer del juego, del movimiento, ya que para que se dé una buena relación ha de darse un placer compartido. No se trata tampoco de dejar hacer sino que, mediante sus intervenciones, el psicomotricista debe canalizar, orientar y hacer evolucionar el juego, saber cuándo decir sí y decir no, jugar a la aceptación, a la negación y a la provocación, teniendo un rol activo según las necesidades y el momento evolutivo de cada niño (Lapierre, 1991).
1 El título de su primera obra es significativo al respecto: Educación psicomotriz y retraso mental.
CAPÍTULO 2
El cuerpo
Cuerpo:
“El cuerpo es el primero y más natural de los instrumentos” (Mauss, 1979).
“El cuerpo es el lugar en que la sociedad se mira, se experimenta y obra sobre ella misma” (Bernard, 1980).
“Lo que tiene extensión limitada e impresiona nuestros sentidos por calidades que le son propicias. En el hombre y en los animales, materia orgánica de que están formados” (Sapiens. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana. Editorial Sopena. Buenos Aires, 1963).
“El cuerpo es una entidad física,… es efector y receptor de fenómenos emocionales,… se sitúa en un tiempo y espacio,… es una totalidad,… es co-formador, es conocimiento y es lenguaje” (Manual de Psiquiatría Infantil. Julián de Ajuriaguerra. Editorial Masson. Buenos Aires, 1973).
Emoción:
“Agitación de las pasiones, sensación fuerte, del francés emotion: excitar, incitar, conmover, influido por la relación que hay en el francés entre mouvir: mover y motion: movimiento” (Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. Guido Gómez de Silva. Fondo de Cultura Económica. México, 1991).
Función Tónica:
“Función primitiva y fundamental de la comunicación y del intercambio: es ante todo diálogo, pues el cuerpo del niño, en virtud de sus manifestaciones emocionales, establece con su mundo circundante un diálogo tónico” (Bernard, 1980).
Un cuerpo, una historia
“Los