Así, los hombres han aprendido a cantar el universo discursivo de la canción del amor (De la Peza, 2001), entre formas simbólicas interactivas e intersubjetivas con las que tejen vínculos y redes amorosas con las mujeres. Este aprendizaje tiene como uno de sus sustentos cognitivos el pensamiento dicotómico y jerárquico desde el que se interpreta, se vive, se relaciona y comprende toda elaboración que da sentido al mundo afectivo y las representaciones que de él se hace en las relaciones de pareja. De esta forma, la experiencia mixta del acontecer amoroso de los hombres transita de las prácticas y expresiones del amor verdadero, sincero, salido del corazón, a las del control, imposición, duda, sospecha, exigencia de fidelidad por parte de la Otra, pasando así a la colonización de la subjetividad y del Yo femeninos (Lagarde, 2000). Los hombres, de forma contradictoria, viven sensaciones físico–corporales, psicológicas y sociológicas de involucrarse en el amor que suelen resultarles agradables, extrañas y riesgosas. En este sentido, y por condición de género, se sitúan, y son situados, como los protagonistas centrales de la experiencia amorosa, la cual comprende ser atendida y correspondida —por parte de las mujeres— en una entrega total. Para ello, los hombres desarrollan y despliegan habilidades relacionadas con la seducción, el cortejo, la galantería, la pasión y la caballerosidad que los significa como un referente cautivador y experimentado en las lides del amor.
En relación con el desarrollo de las habilidades para cautivar en la fascinación, cabe destacar que, en el campo de las relaciones de género entre las mujeres y los hombres priva la concepción, práctica y creencia que, desde la ideología y cultura patriarcales, pretende justificar y explicar las desigualdades de la organización social de género y la supremacía masculina, así como el proceder que esto impone para ellas y ellos. En este sentido es que cautivar en la fascinación de parte de los iguales sobre las idénticas (Amorós, 2005), deviene cautiverio de género. Desde esta perspectiva, el bolero es un lugar musical del cautiverio en el que la experiencia de los hombres, en relación con la percepción mixta de las emociones y sentimientos, significa el canto, la narrativa y la liminaridad como la sinceridad del embrujo del amor romántico del rostro divino que no sabe guardar secretos del amor, del delirio que abraza el alma para apagar la luz y dejar volar a la imaginación, partícipes del sistema de sentidos que simbolizan los discursos de estrofas bolerísticas, transita hacia formas juramentadas de control, sujeción, expropiación, sufrimiento de, por y contra el amor, sexualidad y subjetividad de las mujeres.
Por ello, en la fascinación por ser cautivadores, los hombres viven sus relaciones amorosas entre sentimientos y emociones encontradas, subjetivadas en imaginarios, fantasías, deseos, anhelos, alegrías y dichas de sentirse ampliamente correspondidos por la mujer amada, y por la que se es capaz de entregar la totalidad de la vida o, por lo menos, una parte de ella, en una confesión que nace del corazón, y cuyas ansias se depositan en la confianza de tres palabras. Pero también la viven entre dudas, sospechas, insatisfacciones, celos, amarguras, desconfianzas de que la mujer amada los traicione, se vaya con otro, no le corresponda o sea una aprovechada. Esta forma de enajenación de la condición genérica y situación vital de los hombres delinea las concepciones, prácticas y creencias que tienen de las relaciones afectivas y que se expresan en la simultaneidad que pueden establecer con más de una mujer en diferentes momentos de sus vidas.
En este proceso de enajenación de la condición genérica, que tiene lugar en el grupo juramentado, y sobre la base de los principios de desigualdad social de la cultura amorosa patriarcal, los hombres aprenden, en el abrevadero de los epígrafes populares, como son los refranes, que a las mujeres ni todo el amor, ni todo el dinero, lo cual comprende, entre otros aspectos que amar a estas implica mantenerlas en un orden emocional y sentimental que les permita su control; de ahí la necesidad de mantenerlas cautivamente fascinadas, bajo la gobernanza política del Príncipe de Maquiavelo, es decir, la puesta en práctica de formas educadas, conciliadoras, espontáneas, abiertas, de implicación emocional y sentimental al conjunto de personas a las que se gobierna y de prácticas de tiranía, dominio, sujeción, explotación, opresión, misoginia y violencia contra ese mismo grupo. En este sentido, se puede pensar que el bolero tiene en el cautiverio el lugar musical en el que los hombres transitan, juramentada y androcéntricamente, entre el amor y el desamor, la alegría y la tristeza, centrando, imponiendo, desplazando, sutil o frontalmente su Yo en el de la Otra amada. Así, se van concretando los designios naturales de las relaciones amorosas heteronormativas que implican, sobre todo para ellas, el amor filial. Es decir, en la desigualdad y opresión genéricas el poder cautivador de los hombres y la supuesta fascinación que genera entre las mujeres, ambas partes actualizan la historia del bolero como uno de los cancioneros más eficaces mediante el cual las emociones y los sentimientos hacen vigentes las desigualdades de las relaciones intergenéricas.
Un ejemplo de esto son las canciones en las que la certidumbre de saberse correspondido por la mujer deseada evidencia a ese rostro querido que no sabe guardar secretos de amor, porque ya sabe que está en la gloria de la intimidad, lugar por excelencia de las y los sujetos para que la subjetividad se abra a la práctica mixta de las emociones y los sentimientos, y permita que los estados psicológicos y socioculturales expresen ese querer que los vuelve locos y los hace llorar de felicidad, al pretender que esa verdad sea atemporal en las horas existenciales de la vida personal. En este sentido, como plantea Fernández Poncela (2011), la experiencia del amor / desamor se manifiesta en el interior de cada individuo, en el sentido que le da a su existencia en el mundo y en los contrastes que implican las realidades concretas como se vive la práctica afectiva mixta.
Estos contrastes se expresan al preguntarse qué hace falta para decirte que me muero por tener algo contigo, que el deseo sexual trascienda los límites de la amistad, para poder besar, de manera loca tu boca, porque si no se procede a controlar la vida de la amada, al averiguar qué rival osa besarla y le brinda abrigo. De ahí que el actuar emocional y sentimental de los hombres, en su significación política de Príncipe, hace efectiva la dualidad explicativa de que a la buena o la mala debo tener algo contigo; en la negativa a reconocer el inmenso trabajo psicológico de contención que cuesta solo ser su amigo; en el acoso que se hace al vigilar noche y día la hora de salida y llegada; en la búsqueda de pretextos para pasar por la casa de quien se corteja, no se va a morir sin tener que ver algo con la mujer elegida para amar. Así, en el cautiverio se mantiene el continuum, sano y funcional, como las emociones y los sentimientos, en tanto prescripciones genéricas de desigualdad que significan las normas sociales, creencias, costumbres, tradiciones, ideologías y prácticas culturales (Fernández Poncela, 2011) que prescriben el comportamiento, proceder y accionar de las mujeres y los hombres en sus relaciones de pareja, y dan sentido a la estructura emotiva que obliga a esta a corresponder, en agradecimiento, el interés mostrado por un hombre que ha fijado su amor en ella.
Este proceder comprende, entre otros aspectos, la imposición de acuerdos monógamos y demandas de fidelidad que se espera sean cumplidos por las mujeres, a quienes se ha fascinado con un proyecto de amor de larga duración y alcance. Estos acuerdos, por lo regular, están vinculados con experiencias de relaciones de pareja pasadas, cuyos recuerdos están plagados de historias de amargura y desenlaces fatales que, por lo regular, están conformadas de rupturas y daños a la subjetividad e identidad emocional y sentimental de las y los protagonistas. Así, estas experiencias se articulan con las concepciones que tienen los hombres del mundo y de la vida, presentes en las letras y canciones de estos boleros, y en las cuales se manifiesta el carácter religioso en su contenido y composición, simbolizando las acciones sociales como responsabilidad fundamental de seres de divinidad mítica y quienes integran una pléyade poderosa, comprensiva, dadivosa, informada, totalizadora, reguladora, jerarquizada y sancionadora para cualificar el buen y mal proceder humanos.
De ahí que una de las demandas de los hombres en las nuevas relaciones de pareja sea la de un entendimiento y un