Lo anterior comprende que, para la condición genérica, la situación vital de los hombres y las estructuras sociales de prestigio que las sustentan, el orden emocional y sentimental masculinos, tengan que hacer uso de las fuerzas internas más significativas del ser, como son la comprensión del perdón, su acompañamiento exteriorizado mediante el llanto, lo cual lo exenta de la vergüenza para afrontar y reubicar, en el orden del parentesco, a la madre, quien por ser una dadora de la vida hace uso indiscriminado de esa belleza, sociocultural y genéricamente impuesta, de bondad, sacrificio y estética, con la que puede, desde la valoración de los más altos niveles de moral conservadora, traicionar y hacer cobarde al más valiente de los hombres en nombre del amor.
Como respuesta al dolor, el desprestigio, la incredulidad, la vergüenza y el malestar a este tipo de comportamiento de las mujeres, los hombres, en un acto de venganza, violencia y misoginia, las transaccionan desde el cautiverio, en un intercambio dicotómico (y, por tanto, jerárquico) de valoración / desvaloración; prestigio / desprestigio; moral / inmoral; calificación / descalificación de quienes merecen ser amadas / odiadas. Esta es una de las expresiones del poder político de dominio de los hombres que, desde el grupo juramentado los define como sujetos de género centrales de la práctica mixta emocional y sentimental, por lo que la traición de la mujer que se ama se castiga manteniéndola en el lugar más seguro de su negación: el cautiverio del amor / desamor.
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