Cocaína. Aleksandr Skorobogatov. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Aleksandr Skorobogatov
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412097863
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te soy sincero, toda esa historia de la violación en el zoo no resulta convincente.

      —¿Fuera? —pregunté.

      —Exacto —el dedo del editor señaló en mi dirección.

      —Entonces, si he entendido bien, la novela va a empezar directamente con la escena de la hija embarazada.

      Negó con la cabeza.

      «La novela no va a empezar con la escena de la hija embarazada», intuí.

      —No —dijo—, la novela no va a empezar con la escena de la hija embarazada. Si largamos al hijo, largamos también a la hija. Mira lo que quería proponerte —continuó pensativo el editor—, la novela tiene un momento realmente fabuloso. Me refiero a la historia cortita sobre unos mapaches, la que cuenta el amigo de tu lírico protagonista…

      —Es sobre unas liebres —corregí yo.

      —Eso he dicho, unas liebres. Fíjate, me eché a llorar mientras lo leía.

      —¿De verdad? —estaba sorprendido.

      El editor asintió.

      —Qué raro —dije.

      —Detrás de una aparente sencillez se oculta un abismo de una tristeza penetrante y de un dramatismo profundísimo. En resumen, mi consejo es que tomes esa historia y que te bases en ella para levantar una novela nueva.

      —Una novela nueva —repetí.

      —Pero sin todos esos puntos suspensivos que tanto te gustan —se echó a reír y me dio varias palmaditas en el hombro, de camarada—. Sin rayas de ningún tipo ni otras cosas parecidas. Y más seco, con menos palabras. Las frases deben tener relleno interior, ¿sabes qué es?

      —No —fue mi respuesta sincera—. Las almohadas a veces se rellenan de plumón, eso sí lo sé. Después…

      El editor frunció el ceño. Miró el reloj.

      —Mira aquí. —Cerró el puño—. La fuerza, ¿eso sí sabes qué es?

      —Eso sí —me apresuré a responder mirando el puño.

      —Sigue mirando. Una almohada–a veces–está–rellena–de–plumón —dijo lenta y claramente, inclinándose hacia mí por encima de la mesa—. ¿Lo recordarás? Tiene–el–plumón–dentro. ¿Lo recordarás?

      —Por supuesto, claro que sí.

      —Buen chico. Pues al igual que las almohadas, dentro de las oraciones debe haber ¿el qué? —preguntó el editor inesperadamente.

      —Plumón, por lo que se ve —dije con timidez, sufriendo por mi torpeza—. O plumas —me corregí enseguida.

      —¡Pero qué plumas ni que niño muerto, joder! ¡La madre que te parió, zoquete cabrón! Dios me perdone… La fuerza, ¡la fuerza interna y el dramatismo deben estar dentro de la oración!

      —Ah, claro.

      —¿Lo has comprendido?

      —Casi —respondí.

      —Buen chico. A ver, repítelo.

      —Dentro de la oración —empecé, articulando a duras penas las palabras por la extrema tensión corporal y espiritual— tienen que estar… eso que… cómo se llama… Bueno… La fuerza y eso… interno…

      Eché un vistazo furtivo al papel donde había apuntado la palabra desconocida:

      —Dramatismo.

      Exhalé profundamente y me limpié el sudor de la cara, sin atreverme a creer que había resuelto la tarea planteada.

      —Por fin —dijo, lanzándome un trocito de galleta; hábil, dando un bonito salto, la atrapé directamente con la boca—. Entonces, están en la madriguera en medio del bosque, se frotan las orejas y entonces, la inundación, ¿lo pillas?

      —Claro, claro —dije intentando poner cara de inteligente—. Lo escribiré todo.

      —Muy bien, chico listo —dijo el editor con aprobación y de nuevo, aunque esta vez me la dio en la mano, me engatusó con un trocito de galleta, para fijar el reflejo.

      —Ella dice: «Parece como si soplara el viento, ¿no?». Y él responde: «El tiempo, querida, que se ha estropeado» —yo hablaba y miraba de reojo la bolsita de celofán donde guardaba los dulces.

      —¡Eso es, muy bien!

      —Y, entonces, el agua: ¡zas!, ¡pumba!

      —Justo eso.

      —Llegó a chorros y empezó a inundar la madriguera.

      Siendo sincero, me había esforzado tanto que me había hecho merecedor del estímulo en forma de trozo de galleta.

      Pero se limitó a alabarme:

      —Correcto.

      Y ni siquiera me acarició la cabeza.

      —Mientras, ellos se abrazan y se frotan las orejas, sin darse cuenta de nada.

      —Muy bien.

      —Las colillas flotaban, las crías con la tripa hacia arriba…

      —Precisamente.

      —Genial, de verdad te lo digo, gracias por el consejo. Voy corriendo a escribirlo. Aunque me queda una pregunta, la última: ¿qué hago con la escena del editor?

      —¿Con la escena del editor?

      Me miró como a un idiota. Y después sacudió categórico la mano.

      Y antes de que él abriera su boca de dientes largos, interrumpí la escena.

      Perdona, viejo, ya quedaremos de alguna manera en otro momento, ahora no tengo tiempo. Me voy corriendo a casa a escribir sobre liebres. Antes de que se me olvide el argumento. Y no pondré puntos suspensivos, ninguno, palabra de honor.

      Voy a escribir de forma seca, rellenando las frases hasta decir basta con eso interno…

      Mierda, ¿dónde está el papelito con la palabra nueva?

      … el dramatismo, igual que se rellena el embutido de hormonas y papel higiénico masticado.

      21

      LA NOVELA SOBRE LAS LIEBRES

      Parte 1

      Saltos y más saltos, brincos y más brincos, ¡qué felicidad llegó a la familia de la liebre N.! Su mujer le había dado un hijo. Hasta un idiota puede comprender que un hijo es algo completamente diferente a una hija. Por eso la liebre estaba muy alegre.

      Parte 2

      La liebre-hijo crecía bastante deprisa. Muy pronto se había cubierto de pelo.

      Parte 3

      Pero resulta que la mujer de la liebre-padre era una tipa repulsiva. Prácticamente no se ocupaba de su hijo; le tiraba una zanahoria, la de peor aspecto, con la punta medio verde, a su rinconcito y le decía con desprecio: «Así te atragantes», y ella se marchaba a bailar hasta bien entrada la noche.

      Parte 4

      Mientras, la liebre-hijo lloraba en su rincón, agachado sobre la zanahoria. Y pensaba: «joder, ¿por qué soy tan desgraciado?».

      Parte 5

      Y entonces la liebre-padre empezó a ausentarse por más tiempo; en su corazón había crecido un sentimiento diferente, cálido, por su pequeñuelo. Un sentimiento que temía reconocerse incluso a sí mismo. Pero, cuando llegaba a casa, se quedaba largo rato contemplando a su hijo.

      Parte 6

      Un día, se llevó a su hijo a comprar. Quedaba poco para año nuevo, era el momento de pensar en los regalos, así que le compró a su niño la zanahoria más gorda, la más dulce y colorada.

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