Te regalo el fin del mundo. José María Villalobos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Villalobos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417649586
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parece estar nervioso y en guardia ante cualquier posible respuesta.

      —Esto no me gusta nada, vámonos Alice, empiezo a pensar que no es un avatar. Seguro que se trata de un jodido NPC que nos han puesto como cebo. Si es así y hemos caído en la trampa, solo tenemos treinta segundos antes de que caiga sobre nuestras cabezas toda la maldita eArmy.

      —Tranquilo Risco, lo hemos observado largo tiempo, no nos equivocamos, lo sé —y vuelve a preguntar, casi suplicante—¿Roy?

      Sin saber por qué, Roy asiente a pesar de su confusión y desconfianza. La chica esboza una leve sonrisa de satisfacción mientras se cubre de nuevo, coge rápidamente su mano y lo arrastra fuera de ese grupo de avatares que ya empieza a mirarlos con extrañeza.

      —Si nuestros datos son correctos, no vives lejos de aquí, ¿cierto?

      —Unas manzanas al norte, pero qué…

      —Calla, confía en mí. Voy a darte una razón por la que abrir los ojos cada mañana. No hay tiempo que perder, ¡vamos!

      Los tres se pierden apresurados entre la multitud. Roy, aturdido, todavía puede escuchar a los NPC trovadores entonando exultantes la última estrofa de la canción.

      And now I’m set free

      I’m set free

      I’m set free, to find a new illusion.

      ÉXODO

      El proceso de desconexión se realizó sin demasiados problemas. Casi nadie protestó entre los elegidos. La inmensa mayoría tenía más que asimilado el bombardeo publicitario que durante el último lustro había recibido inmisericorde por todas las vías de comunicación posibles. CdC, el Conglomerado de Corporaciones, la unión de las más importantes empresas tecnológicas gobernada por un consejo de altos ejecutivos, hacía tiempo que tenía a sus pies a los pocos Estados que seguían existiendo. No importaban los países más pobres. Lo poco que quedaba de ellos se desvanecería de la faz de la tierra en un par de años a lo sumo. El planeta, casi desnudo de una capa de ozono enferma, filtraba a duras penas las energías invisibles de un sol implacable. Cosechas incapaces de germinar en un suelo estéril, tsunamis que lamían las costas haciéndolas desaparecer varios kilómetros tierra adentro y destrozando todo a su paso, zonas de millones de hectáreas con temperaturas incompatibles con la vida… Importaba poco entregarse en manos de los que, sin ninguna duda, habían sido partícipes de ese caos. La moral y el raciocinio desvanecidos cuando se trata de vivir o morir. Después de todo, nadie se libraba de la culpa tras más de un siglo de avisos. Ya no se podía mirar hacia otro lado. El fin eternamente anunciado había llegado, y no importaba el precio a pagar por seguir existiendo al día siguiente.

      El CdC repartió millones de frascos con biobots bajo el refugio que permitía la oscuridad. Noche tras noche, se formaban a las puertas de las grandes sedes interminables hileras de seres cabizbajos en busca de su pasaporte hacia otros mundos. Cuando los mortales rayos del sol amenazaban semiescondidos tras el horizonte en cada amanecer, las filas de los que no habían conseguido todavía su dosis se deshacían rápidamente como hormigas enloquecidas bajo esa lupa que concentra el infierno ardiente sobre ellas. No había aquí un niño travieso que sujetara la lente. Nadie a quien suplicar que parase el horror. Nadie ante quien arrepentirse y suplicar clemencia. Solo el silencio, un silencio vestido de luz cegadora.

      Desde la Torre K-Corp, el cuartel general del CdC, Klauss supervisaba personalmente el lento progreso e informaba con satisfacción al resto del consejo. En sus búnkeres privados la élite exigía celeridad.

      —Señor Klauss, cuanto más tardemos en saltar al plano digital menos habitantes habrá. En cada reparto se pierden vidas, y por tanto activos para el nuevo Gobierno.

      En la gran sala, los hologramas de rostros desfigurados por las interferencias solares ocupaban virtualmente las sillas alrededor de la mesa ovalada.

      —No debe preocuparse señor Katogy, las estadísticas nos dicen que todavía estamos muy por encima del número de activos que serán necesarios para que el universo virtual se mantenga en pie y sea rentable. Los datos que llegan de China, incluso de lo que queda de Corea del Sur y Japón tras la subida del nivel de las aguas, son además especialmente positivos. Podríamos perder todavía un tercio de la población antes de que el sistema se resintiera.

      —¿Y qué me dice de Europa? ¡El sur es ya un desierto y todo empeora según pasan los meses!

      —En Alemania va todo bien por ahora, señor Hesse. Si su país deja de ser viable para la migración será el primero en enterarse.

      —¿Es una amenaza? ¡Nuestra empresa ha sido vital para este proyecto!

      —Lo sé, lo sé, señor Hesse. Las cápsulas para la desconexión, que ha fabricado y repartido por lo que queda del mundo civilizado a lo largo de los últimos cinco años, son todo un prodigio. Y le estamos agradecidos. Ahora simplemente debe mantener la calma.

      —¡La calma es un bien escaso en los tiempos que corren, señor Klauss! ¡Solo le pido que no nos falle!

      —No me falle usted, señor Hesse, preocúpese de eso. No me falle usted.

      Klauss miró fijamente el tembloroso holograma de su interlocutor. Las interferencias causadas por el Sol permitían a duras penas distinguir un rostro. Pero por un segundo Klauss lo vio. Vio con nitidez el miedo en él. Y sonrió satisfecho sabiendo que el detalle no había pasado desapercibido para el resto del consejo.

      EL APARTAMENTO

      Roy cierra de forma brusca la puerta de su apartamento sin entender nada de lo que está ocurriendo. El chico y la chica que le han acompañado apresuradamente hasta allí se mueven frenéticos y colocan extraños dispositivos en habitaciones y ventanas. Ella se pone a escanear palmo a palmo el salón principal. Pasa por alto el dormitorio, repleto de paneles que simulan relajantes entornos naturales, y el inútil cuarto de baño, en el que lo único que puedes hacer es contemplar en el espejo el rostro eternamente joven de tu avatar. A los pocos segundos, el salón de tamaño medio y abarrotado de chismes del siglo pasado, desde un tocadiscos a una máquina original de Pong, queda registrado en el dispositivo.

      —¿Qué…? ¿Qué haces?

      —Una copia. No necesitas saber más.

      La chica realiza una serie de operaciones y cierra seguidamente el menú de opciones de su brazo. Su voluminoso compañero vuelve de revisar el resto de habitaciones.

      —Parece que todo está bien, Alice. Venga, chequéalo de una vez para ver si es la persona que estamos buscando y acabemos con esto.

      —Si es él no será el final sino el comienzo, Risco.

      El chico fornido la mira descreído y, tras dudar un momento, asiente no demasiado convencido rascándose con fuerza la cabeza en un acto mecánico de nerviosismo.

      —Intenta tranquilizarte. Toma el duplicado del salón y envíalo a Tris para que lo active. —Risco obedece y se muestra claramente la jerarquía que existe entre los dos.

      Siguen vistiendo los gorros ceñidos de nadador bajo las capuchas de sus largos abrigos, como si quisieran ocultar en lo posible cualquier reconocimiento de su identidad. Roy sabe que esa indumentaria es inútil ante los miles de datos que recopilan los ojos de K-Corp colocados casi en cada calle por la que han pasado corriendo. La chica, tras el minucioso escrutinio, parece sentirse segura y se quita el gorro. Un chisporroteo recorre su lisa pero alborotada melena, que se desparrama generosa por su espalda. Pequeños puntos de luz caen brillando sobre su bello rostro durante un par de segundos antes de desvanecerse. Roy se da cuenta. Se trata de algún tipo de inhibidor de campo. Está claro que nadie los ha visto, que son invisibles en un mundo dominado por el Gran Hermano. Su confusión se transforma entonces en miedo. Esos dos desconocidos podrían esparcir su código allí mismo sin que nadie pudiera impedirlo.

      Alice descubre su vestimenta al desabrochar el abrigo para coger un escáner corporal.