Te regalo el fin del mundo. José María Villalobos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: José María Villalobos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417649586
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de laboratorio y las gastadas camisetas geeks, frunció el ceño de su espigada cara en señal de desaprobación.

      —¿Que no estamos preparados? La Tierra se muere y parece que usted quiera arrastrarnos a la tumba con ella. Si esperamos más no habrá nada que probar. Todos lo hemos visto, doctor, el sistema ya es estable con una capacidad de computación inferior a la de su mente, la mía o la de cualquiera de los ciudadanos supervivientes que se mantienen encerrados en sus casas, aterrados y expectantes, esperando una respuesta por nuestra parte. De hecho, sumando la potencia de una población de mil millones de cerebros, el ordenador cuántico nos obliga a recrear un plano virtual casi infinito para encontrar el equilibrio. No les robe la esperanza a todas esas almas.

      —Quién lo diría. Parece un mesías portador de buena voluntad cuando habla así —respondió Nolan dando órdenes con gestos a su equipo, como queriendo restar importancia a la presencia de su molesto visitante. Después, continuó con su particular envite dialéctico—. Los dos sabemos que no hay altruismo en sus palabras. Si una población diezmada espera un mensaje de su gran corporación para abandonar este mundo y habitar uno digital, es solo por desesperación. No hay elección posible. Y no se equivoque. La Tierra no «se muere», ella permanecerá a pesar de nosotros. Solo muta para deshacerse de ese cáncer que somos para ella.

      —Doctor, doctor… —prosiguió Klauss con tono condescendiente—. La población perderá su libertad, sí, pero a cambio ganará su supervivencia. ¿Quién saca más partido con esto? Ofrecemos los medios técnicos para poner en pie un nuevo orden en un universo virtual. Sin fronteras, con un solo Estado que vele por todos.

      Durante unos segundos Klauss levantó la cabeza con la mirada perdida, como imaginando materializado en su cabeza lo que acababa de decir. Nolan, consciente de ello, le dio la réplica.

       Están vendiendo que cuando el planeta sea habitable de nuevo todos podrán volver pero, ¿quiénes si no ustedes son los que tendrán esa información? Aunque el tiempo transcurrirá en el mundo digital a un tercio de velocidad que en el real, ¿serán capaces de renunciar al poder adquirido para, dentro de diez o quince años vividos allí, apagar el universo digital para devolver a la humanidad a su lugar natural?

      El viejo doctor cogió aire y miró directamente a los ojos a Klauss.

       Permítame que lo dude. Sus palabras me suenan más a un nuevo orden que aspira a durar mil años.

      —¡Mil años! —gritó Klauss con una risotada a la vez que alzaba los brazos—. No había pensado en tanto, ni tampoco en aquel sueño truncado del Führer, créame, pero ya que lo dice, tampoco suena tan mal, ¿no le parece?

      Nolan bajó la cabeza, resignado ante una lucha imposible de ganar.

      —Empiece ya con el Sujeto Zero. Y no ponga esa cara, hombre, está creando nada menos que un futuro para la supervivencia de la raza humana. Siempre será recordado por ello.

      Klauss abandonó la sala dejando tras de sí un estruendoso silencio. Nolan observó a su equipo, que había presenciado toda la escena. No hacían falta palabras al respecto, las miradas lo decían todo.

      —Mañana empezamos la última fase: el Sujeto Zero. Descansen lo que puedan el resto del día e intenten pensar en las vidas que van a salvar, solo en eso.

      Antes de salir del laboratorio, el doctor Nolan miró por última vez la gran pantalla que presidía la sala ofreciendo continuamente los datos que generaban las sondas. Ahí llegaba otro nuevo planeta. Árboles gigantescos de irreales colores sirviendo de hogar a pequeños mamíferos que estrenaban vida. Más allá, el vacío se mantenía expectante, esperando ser llenado.

      NEW YORK, NEW YORK

      Roy entra en el ascensor y pulsa planta baja. Una voz sintética anticipa el inane hilo musical.

      «Son las 20:00 horas del 21 de junio del año 8. Año 24 en el plano real. Recuerde que a las 22:00 horas se suspenderá toda actividad y que cualquier acto registrado desde ese momento hasta las 10:00 horas del día siguiente será objeto de castigo. Que pase una buena estancia en Nueva Tierra».

      No deja de ser irónico que se siga contando el tiempo por días, meses y años desde el Gran Apagón de la Realidad, piensa. Al principio, la vigencia de un calendario se utilizó como recurso para crear un anclaje emocional con lo que se había dejado atrás, facilitando así la aclimatación al nuevo espacio virtual, pero hacía mucho que había dejado de ser necesario. Que fuera junio no significaba absolutamente nada. Roy sabía que al salir a la calle no sentiría en el rostro el calor agresivo del despertar del verano neoyorquino, que el momento sería idéntico al de ayer y al de mañana. Solo la hora seguía teniendo sentido. Los planetas se habían generado calcando las pautas físicas que seguían rigiendo el universo real al otro lado del espejo. La rotación de Nueva Tierra aseguraba a esa hora la llegada de un cielo de ébano plagado de estrellas. El factor horario también informaba a los ciudadanos de que a las 22:00 horas cada cual debería estar conectado en su burbuja de descanso para ceder la capacidad de procesamiento de su cerebro a la red central de K-Corp. Decenas de miles de planetas habitados, con sus ciclos individuales de día y noche, aseguraban continuamente millones de individuos en stand by que alimentaran de energía a Madre, el gran ordenador cuántico que los mantenía con vida.

      Roy sale del edificio y comienza a caminar con dificultad por las calles atestadas de avatares. N-Nueva York era la ciudad más poblada de una Nueva Tierra casi vacía. La meticulosa recreación vía satélite había asegurado lugares comunes como Central Park, la Quinta Avenida o Broadway, aunque se habían permitido licencias como las Torres Gemelas del World Trade Center. Este tipo de boutade se encontraba repartida por todo el planeta. Podías visitar las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, desde el coloso de Rodas a los jardines flotantes de Babilonia pasando por el faro de Alejandría. Roy imaginaba un mal chiste cinéfilo en el que los arquitectos digitales seguían las enseñanzas de aquel científico chiflado de película ochentera del siglo XX: «Ya que vamos a crear la capital de un nuevo universo, mejor hacerlo con estilo». Ni qué decir tiene, este místico exotismo no evitó que la mayoría de avatares emigraran hasta los confines del espacio. ¿Quién iba a desear habitar el planeta de siempre cuando podía establecerse en cualquiera de los generados procedimentalmente a lo largo de toda una galaxia? Es más, con suerte, en ese espacio casi infinito podía darse la casualidad de llegar a una zona en la que los algoritmos primigenios activaran la génesis de todo un sistema planetario al que poner nombre.

      En la esquina con Lexintong, Roy se detiene junto a un nutrido grupo de avatares que escucha a un par de NPC que están, guitarra en mano, cantando una canción olvidada.

      I’ve been blinded but

      you I can see.

      Los observa y se pregunta qué diferencia hay entre él, una representación digital de un ser humano, y ellos, seres totalmente artificiales creados por Madre. Taxistas, recepcionistas, guardias de tráfico, músicos callejeros, pilotos automáticos con aspecto humanoide… Todo un ecosistema de seres sin vida para hacer más llevadera la suya. «Ese NPC de voz nasal parece más seguro de sí mismo que yo» se dice mentalmente.

      Let me tell you people

      what I found

      I saw my head laughing

      rolling on the ground.

      —¿Roy?

      Escuchar su nombre lo devuelve a la plena consciencia de un sobresalto. Es una voz femenina justo a su espalda.

      —¿Perdón? —responde sorprendido al girarse, como aquel que se tropieza con un antiguo compañero del colegio al que no reconoce tras décadas en las que el tiempo ha ejercido su trabajo.

      —¿Eres Roy, verdad?

      A la chica, alta, de peso medio pero atlética y que no debe tener mucho más de veinte años, la acompaña un joven corpulento de casi dos metros de estatura y de parecida edad. Ambos visten gorro ceñido y abrigo largo cerrado con capucha, como si quisieran ocultarse,