Indigenismo y realidad peruana
Como parte de los artículos que escribía cada semana, hacia 1925 Mariátegui comienza a elaborar los estudios que conformarían su libro a la postre más célebre, los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. La sección “Peruanicemos el Perú” de la revista Mundial –que Mariátegui asumió en reemplazo de su iniciador, el periodista Gastón Roger, a pedido de la dirección del semanario–, fue el espacio que dio primer cobijo a esos textos. Otro estímulo provino del indigenismo que modeló a Amauta, desde los ensayos, cuentos y poemas de muchos de sus colaboradores, a su estética gráfica e incluso su nombre (propuesto por el pintor José Sabogal, autor de la mayoría de sus portadas, en vez del que Mariátegui había imaginado al comienzo, Vanguardia).[58] Y es que, como sugirió Robert Paris, la originalidad que usualmente se atribuye a los 7 ensayos queda resignificada si se atiende a su contexto de producción. Al fin y al cabo, en ese mismo momento otros ensayistas –como César Ugarte, Luis Valcárcel, Abelardo Solís, Hildebrando Castro Pozo, Jorge Basadre o Manuel Seoane– proclamaban también la necesidad del estudio de la realidad peruana, y realizaban aportes en esa dirección.[59] Asimismo, Amauta compartía su orientación indigenista con otras revistas culturales peruanas del período, como el Boletín Titikaka o La Sierra.
Lo que otorga entonces originalidad al libro de Mariátegui no radica en su objeto (los “problemas peruanos”) ni en sus flexiones indigenistas. “Los 7 ensayos”–escribe un año después de su publicación– “no son sino la aplicación de un método marxista”.[60] El estudio de una realidad delimitada ofrece a Mariátegui la posibilidad de desplegar un programa de investigación inspirado en la hipótesis materialista auspiciada por Marx.[61] Tal lo que ocurre en varios de los ensayos del libro, y muy especialmente en “El problema del indio”, el texto en el que busca intervenir dentro del debate indigenista a través de un “nuevo planteamiento” basado en una perspectiva clasista y materialista.[62] Pero todo ello no impide que en sus análisis sociohistóricos los factores culturales y subjetivos continúen teniendo eficacia causal como parte incluso de procesos de índole económica.[63]
Mariátegui tiene al menos otros dos fuertes incentivos al internarse en sus estudios de la realidad peruana. El primero, de orden estético-político: el indigenismo es en el Perú el proveedor de materiales para la emergencia de lo nuevo. Es, como se evidencia en el célebre ensayo dedicado a la literatura que cierra su libro, aquello que da cuerpo en su país a la vanguardia, la temática que permite sincronizar a los núcleos de jóvenes intelectuales emergentes en Lima y en provincias con el ánimo de ruptura pregonado en el mundo por las nuevas generaciones. El segundo, de carácter político-estratégico: según explica nuestro autor,
el socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas –la clase trabajadora– son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano –ni sería siquiera socialismo– si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas.[64]
En ocasiones, esa anhelada conjunción de socialismo e indigenismo busca asentarse en elementos de la sociabilidad indígena que a juicio de Mariátegui provienen de estructuras heredadas del llamado “comunismo incaico”.[65] Y ello asociado a la invocación, que realiza en otro artículo, de una “tesis revolucionaria de la tradición” (la posibilidad de que elementos del pasado sean selectivamente recreados por las vanguardias en sus proyectos de futuro).[66] Pero en otros momentos, el peruano ve el despertar indígena como efecto de las incitaciones que circulan a escala mundial: “La levadura de las nuevas reivindicaciones indigenistas es la idea socialista, no como la hemos heredado instintivamente del extinto Inkario, sino como la hemos aprendido de la civilización occidental”.[67]
Y es que el Perú no aparece desligado, en el análisis de Mariátegui, de fenómenos transnacionales y globales. “La mistificada realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de la vasta realidad mundial”, escribía en 1924.[68] Un tipo de conexión sobre la que insistía un año después para explicar el interés de su generación en el conocimiento de las “cosas peruanas”: “El Perú contemporáneo tiene mayor contacto con las ideas y las emociones mundiales. La voluntad de renovación que posee a la humanidad se ha apoderado, poco a poco, de sus hombres nuevos. Y de esta voluntad de renovación nace una urgente y difusa aspiración a entender la realidad peruana”.[69] En algunos de los trabajos que integran los 7 ensayos, como el dedicado al “factor religioso”,[70] la indagación de esa dimensión del pasado del país se presenta en vinculación a contextos culturales más amplios (en una clave de historia comparada de las religiones que se apoya en la obra del antropólogo James George Frazer). Por fin, en el prólogo a Tempestad en los Andes de Luis Valcárcel, [71] a través de la temática del mito (de crucial presencia en Mariátegui, como veremos) se subraya la sincronicidad de la agitación que podía envolver a movimientos tanto del Perú como del Lejano Oriente:
No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial?
Mariátegui tampoco juzgaba posible ni deseable una América Latina autonomizada de la trama de flujos culturales globales y replegada sobre sí misma. En un ensayo de 1925, salía enfáticamente al cruce de un difundido mensaje del socialista Alfredo Palacios que alentaba posturas de esa especie.[72] Y en otro, se dirigía a los grupos afines de estudiantes e intelectuales jóvenes para advertirles que la crítica al imperialismo no debía derivar en posiciones genéricamente antiyanquis, puesto que “los problemas de la nueva generación iberoamericana son, con variación de lugar y de matiz, los mismos problemas de la nueva generación norteamericana”.[73] Mariátegui incluso inventó un término para referirse con un dejo de ironía a esa actitud proclive a defender con orgullo una identidad latinoamericana incontaminada: “superamericanismo”.[74] De allí que reseñara elogiosamente la profecía utópica que el mexicano José Vasconcelos esgrimía en sus ensayos La raza cósmica e Indología: la de un continente americano llamado a poner fin a “la edad de las culturas