–¿Qué más puede hacer? –pregunto en un intento de acabar con mis fantasías para volver a la praxis– ¿Ve la televisión, juega con ustedes algún juego de mesa?
–Mire, doctor, pasa lo siguiente: cuando finalmente pudo caminar y comer sola se volvió extremadamente rebelde, muy inquieta. Sí se sienta con nosotros a ver la televisión, por ejemplo, pero de pronto se levanta y la apaga o simplemente se encierra en su cuarto; otras veces es peor. Se pone a llorar o se quita la ropa en medio de la sala o trata de pegarnos.
–Últimamente ha estado muy tranquila, ¿no? –comenta Oswaldo.
–Sí –continúa la madre–. La medicina le ha caído muy bien. La vemos más tranquila, incluso cariñosa; pero obediente, no. Supongo que no entiende las situaciones bien. ¿Usted cree que puede pensar de forma normal, doctor? Como no puede hablar, me pregunto si puede pensar. ¿Usted qué opina?
MARZO 2, 2009
12:35 p.m.
Hojeo el expediente para revisar la historia clínica, los estudios de laboratorio y de gabinete, las diferentes valoraciones de médicos especialistas. Leo la ficha de identificación:
I. EDAD: | 25 años. |
II. ESTADO CIVIL: | Soltera. |
III. RELIGIÓN: | Católica. |
IV. LUGAR DE NACIMIENTO: | México, D.F. |
V. OCUPACIÓN: | Actualmente ninguna. |
VI. ESCOLARIDAD: | Administración de empresas. |
La separación de sus padres ocurrió cuando era pequeña. Ha crecido con la señora María José, y recibe apoyo financiero de su padre; él ha realizado los trámites administrativos en el hospital. La situación económica de la familia es desahogada. Diana cursó la educación básica y la universidad en colegios privados. Los últimos tres años vivió en Londres.
Ahora repaso los detalles de su accidente: en junio del 2008 fue atendida en un hospital de Monterrey donde se registró, antes que nada, una extensa lesión de la piel en la pierna izquierda y una fractura de la clavícula. Pero ese no era el problema principal.
Una nota firmada aquel día por la Dra. Thalía Moreno, a partir de una imagen tomográfica del cráneo y el cerebro, nos ofrece una imagen sobrecogedora de los efectos que tuvo el impacto físico sobre las estructuras del cráneo: la doctora reportó fracturas en el ala mayor del hueso esfenoides, en el arco cigomático izquierdo, y en el techo del tímpano (en el oído izquierdo), con presencia de burbujas en la fosa temporal adyacente. Los senos paranasales, cavidades ubicadas dentro de los huesos, deberían contener aire pero fueron encontrados llenos de sangre. El aire, por otra parte, se encontraba fuera de su lugar: en la piel y los tejidos blandos de la cara.
Adentro del cráneo había un sangrado bajo el hueso, en el espacio subdural: los sangrados de esta zona crecen con rapidez, comprimen el cerebro y pueden ocasionar estados de coma y muerte. Diana se encontraba, efectivamente, en estado de coma. El cerebro estaba inflamado y una contusión hemorrágica se apreciaba en el lóbulo temporal izquierdo.
Se realizó una operación neuroquirúrgica urgente: se retiró el hueso parietal del cráneo y se drenó la sangre; la presión adentro del cráneo disminuyó y Diana siguió viva, pero con deterioro del estado de alerta. Su organismo contrajo entonces una infección provocada por bacterias con nombres siniestros: Acinetobacter, Klebsiella, Estafilococo.
Tras someterse a procedimientos con nombres contundentes (antibioticoterapia, neuroprotección, neumoprotección, protección antitrombótica), luego de recibir nutrición parenteral avanzada y de ser invadida mediante un tubo de traqueostomía por la boca y la garganta, una sonda Foley por la uretra, y una sonda de gastrostomía conectada directamente al estómago, entonces, en tales condiciones, fue dada de alta en julio de 2009. La lista de medicamentos era como la letanía de una ceremonia técnico-científica: enoxaparina, alcohol polivinílico, povidona ocular, glutamina probiótico, linezolid, pantoprazol, levofloxacino, itraconazol, haloperidol, metamizol sódico y morfina, inmunonutrición.
En casa, la familia se hizo cargo de alimentarla, primero a través de la sonda, luego a través de la boca; finalmente tomó ella misma los cubiertos. Los avances en el intento de hacerla caminar fueron igualmente asombrosos. Pronto la silla de ruedas no fue necesaria. Los pañales tampoco. Al fin podía desplazarse sola al baño, vestirse, arreglarse el pelo, asearse, comer sin ayuda. El problema entonces fueron los exabruptos de ira: arrojaba la comida con sus platos y vasos hacia cualquier persona, hacia el piso o la ventana. Al reprenderla, contestaba con gritos y sonidos de su jerga neologística.
12:45 p.m.
Oswaldo parece de buen humor.
–El lenguaje no ha mostrado mucho progreso –me dice–. Pero su comportamiento ha mejorado mucho. Ya no hay episodios de enojo. ¡Ya no golpea a nadie! –ahora el joven toma a Diana por los hombros: los agita con alegría en forma alternante, el derecho va para atrás y el izquierdo para adelante, y viceversa. Diana ríe con él–. Ahora está muy tranquila. Fíjese, doctor, que hace unos cuantos meses estaba muy agresiva, pero al mismo tiempo estaba todo el día inactiva. La mayor parte del día estaba acostada o sentada en una silla sin hacer nada. Una vez, su mamá se retiró de la mesa. Entonces nos quedamos ella y yo solos, y me puse a platicarle muchas cosas, aunque sabía que no entendía nada, pero me pareció que era un buen detalle incluirla en la plática, aunque no dijera nada, ¿no? El detalle es que no me respondió. Se quedaba allí sentada, sin hablar, sin mirarme siquiera, sin moverse, con una sonrisa en la boca que no venía al caso. Me moví de la mesa, la despeiné un poco, y no decía nada. Entonces me levanté de la silla y salí del comedor. La observé un buen tiempo y no pasaba nada, ¡nada! Salí de la casa y volví a entrar, y estaba en la misma posición en que la dejé. Moví su silla y la puse frente a mí: no hizo ningún gesto de emoción,