Un diccionario sin palabras. Jesús Ramírez-Bermúdez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jesús Ramírez-Bermúdez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786078667758
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con impaciencia, en los confines reducidos del asiento de automovilista. Mira el reloj, busca entre los autos detenidos algún signo de esperanza que lo catapulte hacia el final del trance incómodo. Como suele ocurrir, el tránsito se diluye en segundos y el espacio queda libre para tomar la delantera, sin que alguna razón visible explique el cambio en la densidad de vehículos sobre la autopista; en todo caso, el novio de Diana acelera para ganar tiempo en su competencia contra la inercia torpe de la ciudad: esa fuerza anónima que, al parecer, lucha para retenerlo en la zona metropolitana. Oswaldo puede concentrar o no su atención en el velocímetro de su tablero de control, pero las manecillas realizan, indudablemente, variaciones desde los veinte kilómetros por hora hasta alcanzar, según testimonios ulteriores, una velocidad de cien o ciento veinte kilómetros por hora. Diana está tranquila, escuchando música, sin advertir el movimiento absurdo del inmenso tráiler en su flanco izquierdo. Sólo reacciona cuando siente el impacto.

      FEBRERO, 2009

      Ayer recibí la llamada telefónica del Dr. Fernando Corona, buen amigo de mi padre y excelente profesional de la psiquiatría.

      –Mira, Jesús –me dijo–. Te quiero mandar el caso de una muchacha que tuvo un accidente terrible; tuvieron que hacerle una cirugía cerebral pero desde entonces tiene muchos problemas de conducta… Su madre es amiga mía y, según me cuenta, la niña salió del estado de coma hace algunas semanas, pero desde entonces se encuentra muy inquieta, rompe cosas y llora. Trata de golpear a sus familiares, grita y destruye objetos en la casa de su madre; está viviendo allí desde el accidente.

      –¿Qué edad tiene? –le pregunté– No tengo mucha experiencia con niños.

      –¡No, ya está grande, tiene veinticinco años o algo así!

      –Ah, bueno.

      –Yo no tengo mucha experiencia con pacientes que tienen este tipo de lesiones cerebrales, pero supongo que tú ves casos así en el Instituto de Neurología, ¿no?

      –Sí. Dale mi teléfono. Con mucho gusto la atiendo.

      Unos minutos después recibí la llamada de la Sra. Casanova. Su preocupación más inmediata era el comportamiento de Diana.

      –Desde que salió del estado de coma se encuentra muy agresiva, doctor. A veces se encierra, a veces nos grita. Rompió una televisión, vasos, platos y ha tratado de golpearnos a mí, a su novio, a cualquiera que se le acerca. Es como si no nos conociera. Además tengo que aclararle algo: yo creo que se encuentra muy desesperada porque perdió el habla. Y tampoco entiende nada de lo que le decimos. Entonces llora, y muchas veces trata de golpearnos. Otras veces su agresividad aparece sin razón. Estamos muy asustados porque antes del accidente ella era una persona muy educada, muy pacífica. Créame, doctor, es una niña súper linda y nos preocupa la situación porque ya han pasado más de dos meses desde el accidente y ella sigue muy mal. Está completamente discapacitada, obviamente no puede trabajar ni ayudarnos en la casa; no puede hacer ninguna actividad productiva.

      –Sí, no se preocupe –respondí–. Estos estados son muy comunes después de una lesión cerebral.

      –Pero sí se va a recuperar, ¿o no, doctor?

      –No se lo puedo asegurar, pero sí puedo decirle que los pacientes como ella generalmente se recuperan bien después de un accidente, a diferencia de otras enfermedades. Por lo general los mecanismos naturales de reparación se echan a andar y es frecuente que haya una mejoría significativa durante los primeros meses, aunque no puedo asegurarle algo en particular; tendría que atenderla personalmente.

      Prescribí un medicamento por teléfono. Hicimos una cita; se presentó el día de hoy en la consulta externa mientras atendía a otras personas. Una enfermera me extendió una tarjeta con el nombre de la paciente.

      FEBRERO 3, 2009

      11:45 a.m.

      Han entrado al consultorio tres personas: una mujer de mediana edad, con atuendo oscuro y porte elegante, quien sonríe y me saluda de inmediato. Junto a ella viene un joven alto y esbelto, vestido con un traje de color café claro, corbata roja y cabello largo, castaño. Su sonrisa franca y llena de simpatía le da un tono de calidez al entorno un tanto impersonal del consultorio número doce del edificio de consulta externa.

      Suele suceder que los espacios de un hospital público carezcan del lujo frío de los hospitales privados de prestigio en México, pero también de la apariencia acogedora que sobresale en el estudio de un psicoanalista, con su intimidad de libros y estructuras de madera que evocan de inmediato los orígenes centroeuropeos, burgueses, la mueblería sofisticada y el entorno discreto de artes plásticas y referencias literarias que consigue crear un mundo artificial dedicado a la profundidad de la conversación. En su novela acerca del psicoanálisis, titulada Música y editada en Japón en los años mil novecientos sesenta (yo leí el libro en una edición española de Seix Barral en los años mil novecientos noventa), Yukio Mishima realiza un delicado estudio sobre los requisitos plásticos de un entorno privado, un consultorio, para provocar un desnudamiento paulatino de la subjetividad durante el relato psicoanalítico; la novela se refiere a un joven analista japonés, pionero en la aplicación de su disciplina en Tokio; la historia funciona como un documento transcultural acerca de la relación entre los supuestos estéticos del diseño de interiores y la técnica del psicoanálisis. Mishima, sujeto de análisis por tantos años que fabricó con autoridad el personaje del analista, eligió diseños neutrales, casi monocromáticos, en relación con los atributos visuales del espacio clínico; la austeridad del ambiente psicoanalítico, sin ser hostil, debería funcionar como un marco neutral para la asociación de ideas: si las imágenes del consultorio revelan demasiadas claves culturales del analista, pueden resultar coercitivos y por lo tanto enmascarar o distorsionar la formación de imágenes del paciente, o incluso provocar el tránsito por un laberinto de proyecciones inconscientes donde el paciente recorre sin querer los símbolos culturales del analista mientras cree comentar su propio mapa simbólico. Al menos eso piensa el personaje de Mishima, en Tokio, durante los años mil novecientos sesenta.

      Hoy, en México, en el consultorio doce del edificio de consulta externa, la decoración aséptica, la paleta de color insulsa, dicotómica, azul y blanca, y en general la austeridad impersonal de los muebles provocan, tal vez, una consecuencia inesperada de acuerdo al canon de Mishima: la falta de diferenciación entre el interior y el exterior de los espacios de consulta. Afuera, en la sala de espera, gobierna la inquietud y la impaciencia, el ruido inespecífico de conversaciones superficiales y disposiciones verbales con mero valor logístico, como las instrucciones de una secretaria, las indicaciones del enfermero, la entrega-recepción de facturas, monedas, y otros documentos financieros en la caja de transacciones. Adentro, en el consultorio, el espacio físico debería significar una transición hacia los sentimientos de seguridad y protección frente al médico: es aquí donde las experiencias de consuelo, esperanza y empatía tendrían lugar. Sin embargo, en los hospitales públicos de México, la continuidad neutral del arreglo arquitectónico no distingue entre la sala de espera y el espacio de consulta. No hay experiencia de inmersión; el ruido de afuera no es suprimido adentro; la enfermera entra y sale para realizar diligencias sin relación con la narrativa del paciente; la secretaria abre la puerta por error; los estudiantes de medicina observan la escena, sentados en la cama de exploración: no hablan durante la consulta, pero escuchan y descomponen así, sin desearlo, la simetría de la relación médico-paciente, tan delicada en el contexto de la neuropsiquiatría. ¿Cómo se obtiene entonces la personalización de la consulta? Sin los artificios de la arquitectura de interiores, la expectativa de intimidad debe cumplirse mediante los recursos interpersonales del clínico: un lenguaje corporal atento y cálido, que no intimide a los pacientes más tímidos o desconfiados; un diálogo que avance desde la trivialidad del mundo colectivo hacia los puntos críticos de la salud, la vida personal, la tensión entre el individuo y sus personas significativas. No es infrecuente que la consulta en neuropsiquiatría se asome al lado problemático de la identidad personal. En los hospitales públicos de México (supongo que es igual en muchas partes del mundo) el clínico debe entrar en el mundo privado del sujeto que sufre, en las condiciones menos propicias para hacerlo. Pero en esta ocasión,