II
La serie cuenta una historia, pero no en sus imágenes, sino en sus operaciones con las imágenes. Con ellas no se puede hilar un imposible argumento, pero sí se puede saber que trata de violencias. Una historia en la que se censura: los ojos de la mujer de la Caja número dos, los del joven en la Caja número seis, el cuerpo de Leppe en la Caja número uno, todo borrado geométricamente por el negro. Unos sin ojos, otro sin cuerpo. Borrar los ojos es dejar allí toda la cerril materialidad testimoniada por la fotografía, pero destruir la identidad, la condición de sujeto, llegar a ser N.N. Nadie, como las víctimas sin identificar; nadie, como el verdugo encapuchado, sin mirada, también él puro cuerpo, de la Caja número cuatro. La agitación y al movimiento de ese cuerpo, registrado en las fotografías en serie, hacen a la vez los movimientos de violencia del victimario y los gestos de dolor de la víctima. Ese cuerpo antes censurado —Leppe— se distancia de su identidad y asume las diferentes y ambiguas posturas del atormentador. Cuerpos de víctimas sin ojos, cuerpo que —aparte de sus ojos— realiza su quehacer destructivo. Cuerpo social, en fin: “que cada cual acepte y se reconozca como autor de todo cuanto ejecuta aquel que así asuma la persona de cada uno”.
En la Serie de la policía: documentos, la violencia se ejerce sobre los materiales mismos. Además de ser censurados, tienen partes arrancadas a tirones, (cajas números tres y cuatro). La actividad del verdugo deja aquí huella en sus víctimas, las cajas de la serie. Censurar, arrancar, borrar, utilizar el sellador, tapar con gasa, encerrar, clavetear. Dejar los textos ilegibles, las caras humanas inidentificables: la mano deja en la serie las huellas que en la víctima deja la mano del verdugo. La serie no muestra la violencia, sino que la hace. Sabe cómo se hace.
III
La simultaneidad, la yuxtaposición, no sólo está en esta serie. El cuerpo de Leppe, “sujeto a tenderse como objeto,” al decir de Vallejo, se superpone a sí mismo, y en la parataxis de sus partes — en los límites arbitrariamente puestos, en los tamaños superpuestos, en los recuadros— los retratos del cuerpo se cuestionan mil veces a sí mismos, se comentan, limitan, metaforizan. El cuerpo se usa a sí mismo para cubrirse (kodalit con pelos) y en la cita del rostro de Gertrude Stein, finalmente, se da como una máscara. El rostro desnudo como máscara, el cuerpo desnudo como máscara: ser (estar allí) es hacer un papel.
Exponer el propio cuerpo, trabajar el propio cuerpo, imaginar en el propio cuerpo. El cuerpo expuesto: sujeto tendido como objeto, objeto de la fría mirada del sujeto que ya no esta allí, en lo expuesto por la exposición de la fotografía. El cuerpo expuesto, puesto en peligro, fragmentado, vendado, tendido bajo la sábana. El cuerpo propio como material de trabajo.
Ser voyeur de sí mismo. Pero no simple, inocentemente, como en el narcisismo mínimo y cotidiano. La fotografía transforma el voyerismo. El cuerpo fotografiado es el cuerpo pasado. Es el cuerpo remitido a lo remoto. Más aún en esta fotografía, encerrada, claveteada, tapiada por el acrílico, rodeada de la frialdad aséptica de materiales como el hule y el metal. De nuevo, el cuerpo propio alejado, transformado en material de trabajo. Objeto de las operaciones que crean sentido.
Lejos de constituir “el principio mismo”, la primera evidencia, el cuerpo se transforma en el lugar de la cita. El cuerpo fotografiado es la huella de una etapa de la constitución de sucesivos cuerpos imaginarios, productos del deseo. (Gertrude Stein; cita. Objeto.) El cuerpo propio se ha deseado otro, ha posado, ha construido una falsa identidad desiderativa. Completamente desnudo, la pose de ese rostro es su disfraz; y a la vez la parodia de la pose de otro. El cuerpo de hombre posa de mujer que posó de hombre. La carcajada de la seriedad del rostro-máscara.
IV
Los lugares de este cuerpo, los materiales que lo rodean. Ha desaparecido la madera. Ya no hay bronce: “es reminiscente”. Hule, azulejos, materiales de baño y de sala de hospital. Acrílico y metal. Todo aquello en que el cuerpo no deja huella física ni mnemónica. Cajas, encierros. Lo que está se ofrece a la vista, como el más distanciador, el más intelectual de los sentidos: y los objetos suelen incorporar su propia luz, fría, fluorescente, o la mica que cambia su color. Se recuerda First Elemental Presence, de hace un tiempo: la primera presencia elemental no era ya de los objetos -arena, tierra, piedras, plumas- sino el de su desconexión, el distanciamiento, la clausura a la que nos sometemos. Se crea el espacio de la mirada de Medusa, la contemplación distante de lo petrificado, la regularización y el encierro (Analogías): el espacio tiende, como el cielo en la Caja número uno y en la Caja número seis de la Serie de la policía, a cuadricularse, a adquirir la regularidad de lo fabricado. La exclusión absoluta de los elementos de la naturaleza, salvo en relación de mutilación o de presión frente a las cosas fabricadas.
Carlos Leppe, “Serie de la policía” (detalle), técnica mixta, 29 x 29 cm, 1977.
Los materiales fríos, la luz, los bordes, los límites, la cuadriculación: se resiste toda ilusión de profundidad, se reemplaza por el choque de las superficies, por el distanciamiento de la visión. El espacio que se abre no va hacia una “interioridad” a través del objeto, sino a la distancia que el objeto crea a su alrededor. Los materiales rechazan la participación, como las máscaras rechazan la identidad, a menos de transformarla en complicidad, carcajada oculta.
V
Nuevamente al cuerpo y las operaciones. La sinócdoque, la fragmentación del cuerpo, la desmesura de algunas de sus partes frente a las otras, las fotos movidas, los vendajes, las laceraciones. Las partes del cuerpo como piezas de una totalidad “ortopédica”, todavía por lograrse. La unificación se hace a través de la pose, instancia salvadora y pasajera.
La operación de la metáfora es tan psicoanalítica que llega a la alusión —nueva carcajada oculta, nuevo rechazo de la ilusión de profundidad. El cactus erecto, equivalente en terror a la imagen psicoanalítica de la vagina dentada. El cactus mutilado. Los materiales de la represión, como el alambre de acero, encierran el retrato movido y el cactus, la irreconocible identidad —irreconocible por fugaz— y el falo. La violencia ejercida sobre todos los elementos de rescate, análoga a la de la Serie de la policía. La escisión, la rajadura por todas partes, reemplazada momentáneamente por la máscara y las actuaciones (Fraulein Annie) de la máscara, incluso la de melancólico guardián de los falos mutilados (¿repertorio de antiguas identidades?).
(Artaud: “Hay signos en el Pensamiento. Nuestra actitud de absurdo y de muerte es la de mejor receptividad. A través de las rejas de una realidad que ya no es viable, habla un mundo voluntariamente sibilino”).
Catálogo exposición Serie de la Policía Nº3, Galería Cromo, Santiago de Chile, 1977.
Mario Soro, Paulina Aguilar
El “buen gusto” como represión
Harold Bloom propone, desde el título de uno de sus libros, Poetry as Repression, la idea de que todo poeta escribe desde la represión de sus precursores literarios. Represión doble para ambos lados: toda la poesía actúa corno un aparato represivo sobre la propia escritura; ésta es solo posible si el poeta reprime a su vez a esos precursores, busca una instancia propia que pasa por malentenderlos. La escritura como un acto de usurpación: esa sería la ley, y la historia de la escritura la sucesión de esos actos. En ese sentido toda la escritura existente, anterior, es vista como lo establecido, como las imposiciones y las amenazas de lo establecido, que podrían hacer imposible la instancia propia.
Hacer la analogía con el trabajo en lo visual, empezar así a mirar esta exposición. Mirarla y preguntarse ¿quiénes son aquí los presuntos reprimidos? ¿Contra quién este trabajo visual?
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Pensar