El horno de reverbero se construía con ladrillos refractarios, provenientes de Inglaterra en un principio y, más adelante, del establecimiento de Lota de Matías Cousiño, y era de forma rectangular. En uno de sus extremos se cargaba el combustible y en el otro, sobre una parrilla, la mena debidamente chancada. Sobre la parrilla se alzaba la chimenea, de manera que el calor de la combustión se reflejaba en el techo del horno, fundía el metal y escapaba por aquella. En los primeros años de su introducción en Chile se utilizó leña como combustible, pero ante la carencia de esta hubo de emplearse el carbón. El “sistema inglés”, como se lo llamaba, consistía en una primera fusión que producía el eje (el matte o regulus de los ingleses), que tenía de 35 a 60 por ciento de cobre, el cual, después de varias etapas adicionales, que oscilaban entre tres o siete, según la calidad de la mena y de las variantes de un proceso que debía ser llevado con especial cuidado, producía barras de 95 a 96 por ciento y lingotes de cobre refinado o blíster, de ley superior al 99 por ciento311.
El problema surgido del cada vez más difícil abastecimiento de leña en el Norte Chico, producto de una tala indiscriminada sobre cuyas consecuencias llamaron la atención Juan Egaña ya en 1803312 y, decenios más tarde, Claudio Gay e Ignacio Domeyko, aconsejó buscarla en el sur. El combustible para los hornos de fundición provenía, en general, de algunas cactáceas columnarias, como el quisco (Echinopsis chiloensis), el cardón (Echinopsis atacamensis) y el copao (Eulychnia acida y Eulychnia breviflora), más el chagual o cardón (Puya chilensis) y fundamentalmente de la leña de espino (Acacia caven), guayacán (Porliera chilensis), arrayán (Luma chequen), algarrobo (Prosopis chilensis), chañar (Lucuma spinosa) y olivillo (Aextoxicon punctatum), especies que abundaban en los valles, quebradas y rinconadas del Norte Chico. Era provisto por los terratenientes a los fundidores mediando contratos de abastecimiento313, o bien obtenido por los mineros mediante el “denuncio de bosques” consultado en las Ordenanzas de Minería de la Nueva España. Este consistía en una petición dirigida al juez para asegurar el bosque en beneficio del yacimiento, facultad que se limitó con la aprobación de la ley sobre corta de bosques de 13 de julio de 1872314.
Ya en el decenio de 1830 comenzó a disminuir el número de fundiciones por la gran escasez de combustible, pues era más rentable expedir los minerales a Swansea315. La desaparición de las especies vegetales, muy visible en Copiapó y Huasco, impidió allí la instalación de fundiciones grandes. En el decenio de 1880 se denunciaba que debido a la tala se había perdido casi por completo la leña y, como consecuencia, el carbón vegetal. Se agregaba que los leñadores arrancaban árboles de todas las edades, “sin conservar ni raíces ni vástagos, preparando de este modo a aquellas regiones un porvenir de lo más deplorable”, previsión que resultó exacta316. Una situación similar se podía apreciar en otras regiones en que se combinaba la minería con la explotación agrícola, como fue el valle del Aconcagua. Por 1840 Pedro Félix Vicuña, que tenía hornos de fundición en Llaillay, hubo de trasladarlos, por falta de leña, a la hacienda El Melón, que había arrendado al mayorazgo Cortés y Azúa, “donde casi toda la superficie está cubierta de espesos bosques”317. En 1865 Huidobro Hnos. poseía 10 hornos de fundición en el departamento de Los Andes, para cuyo servicio se explotaba como combustible el monte de una de las hijuelas de la hacienda San Buenaventura318.
A partir de 1868 se hicieron intentos en Aconcagua de aprovechar la turba para los hornos de reverbero por la sociedad Borja Segundo Huidobro y Cía., la que adquirió propiedades en Panquehue. Los malos resultados llevaron a la empresa a la quiebra, y dos de sus socios, Juan Antonio Pando y Julio Foster, interesaron en el negocio a José Tomás de Urmeneta y Maximiano Errázuriz, quienes hicieron un fuerte aporte de capital. La sociedad no prosperó y Urmeneta y Errázuriz se quedaron con todos sus bienes, entre ellos la hacienda Panquehue, más adelante convertida en una de las mayores viñas del país319. El fracaso en la turba llevó a que en el decenio siguiente los mineros de Aconcagua se sirvieran del carbón320.
En 1849 Carlos Lambert recibió un pequeño buque de vapor y de casco metálico, el Fire Fly, que había mandado construir en Inglaterra, al que agregó dos goletas, y con esas naves comenzó a transportar leña y carbón desde el sur321. Otra modalidad para enfrentar la falta de combustible, y mucho más radical, fue la adoptada por Joaquín Edwards Ossandón: construyó en 1843 una fundición de cobre en el puerto de Lirquén, la primera alzada en la zona de Concepción, y la abasteció con leña y después con el carbón extraído por su cuñado, el norteamericano Tomás Farleton Smith, cónyuge de Jacoba Edwards Ossandón322. Los desfavorables resultados obtenidos en ese yacimiento llevaron en 1847 al administrador de la fundición de Edwards, el serenense Jorge Rojas Miranda, a ensayar con éxito con los carbones de la mina de Cerro Verde, en Talcahuano323.
Hacia 1845 se inició la sustitución de la leña por el carbón de piedra de la bahía de Arauco324. La ley de septiembre de ese año protegió la elaboración de cobre mediante carbón nacional al sur del río Maule. La acción de los fundidores del norte, perjudicados por ese régimen discriminatorio de protección, llevó al gobierno a elevar al Congreso un proyecto de ley para extender a las fundiciones situadas al norte del Maule la exención de parte de los derechos de exportación. Como no avanzó la tramitación de dicho proyecto, el ejecutivo, por decreto de 2 de enero de 1851, reformó la ley de Aduanas y extendió el beneficio a los cobres fundidos al norte del Maule325.
OTRAS LIMITACIONES A LA MINERÍA
Mucho perjudicó a los mineros el difícil acceso a los procedimientos químicos para el ensaye de los minerales y de las barras de cobre. Así recordó Domeyko la técnica empleada en Coquimbo para ensayar los minerales, que conoció al llegar a La Serena en 1838:
Pese a que en esta provincia existía una industria y un comercio de cobre bastante extensos, no se conocía el arte de los ensayes. Un viejo minero y un herrero fundían en una herrería el mineral de cobre con crémor tártrico en un crisol para determinar la cantidad de metal en el mineral. Acaso un poco mejor hacía los ensayes un yanqui que comerciaba con el mineral comprándolo a los mineros, pero que mantenía su habilidad en secreto. El comercio del cobre no estaba basado sobre un fundamento sólido. Los dueños de minas vendían el mineral a comerciantes extranjeros o a fundidores del país, sin saber qué ley tenían sus minerales326.
Desde que comenzó a funcionar en el liceo de La Serena el laboratorio instalado por Domeyko, se hacía allí un ensaye antes de embarcar el metal al extranjero en forma de barras, ejes, minerales o relaves, sin perjuicio de que el vendedor se sometía al resultado del ensaye por vía seca que se empleaba en Europa y en los Estados Unidos. Esto entregaba en la práctica al comprador la determinación de la ley del mineral o del metal, y, por tanto, el precio. Las deficiencias en las fundiciones obligaban habitualmente a refinar los cobres chilenos en el extranjero, con pérdidas del 12 al 13 por ciento327.
Conviene