de un mundo ideal, exclusivamente constituido por lo ocurrido en uno o en una sucesión de relatos libres de eventos triviales o nimios. Los mitos y las leyendas conjuran un mundo que carece de elementos superfluos: son tan completos y absolutos como irreales. La masa de detalles que ofrece la experiencia aportada por los sentidos es considerada mera ilusión. La Creación, por ejemplo, ya habría acabado con la situación primigenia de caos del cosmos y desde entonces no hay lugar para lo imprevisto, lo casual, lo accidental excepto en apariencia. Nada sobra ni se echa en falta en el Génesis, en el Bhagavad Gita o incluso en Antígona, ni siquiera los silencios, repeticiones u ocasionales contradicciones. Más bien por lo contrario, estos son considerados parte integral del mensaje, encerrando quizá su sentido más profundo. Los signos mismos del texto revelado, asegura la Cábala, están cargados de significado y es preciso descodificarlos para hallar las claves que revelan el secreto guion cósmico, tal como se manifiesta en las circunstancias más corrientes, aunque en sí mismas carezcan de toda importancia. Por evitar la ambigüedad de la mera experiencia percibida, las representaciones de todo tipo bien están prohibidas, como las imágenes humanas en el judaísmo, o bien deben cumplir convenciones formales muy ritualizadas, como las figuraciones genéricas, voluntariamente inexpresivas de Mahoma en el arte musulmán persa y otomano. La Ilíada describe sus batallas reduciéndolas a enfrentamientos y enfrentamientos singulares entre héroes y la suerte del combate atañe exclusivamente a estos y a los dioses. No hay cabida para errores (excepto en la previsión del humor de las deidades protectoras) y brillan por su ausencia el azar, los accidentes o el impacto mecánico de las evoluciones de la masa humana que compone a la simple soldadesca, que parece no existir a pesar de que su volumen era con toda probabilidad arrolladoramente decisivo.