Malas posturas. Lina María Parra Ochoa. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lina María Parra Ochoa
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587205206
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para que no tuviera que levantarse hasta el baño en las noches frías, pero ella la rechazó; le recordaba la infancia en el pueblo y allá la quería dejar, igual que la ropa interior de algodón, eran cosas que debían quedarse atrás. En el bus a Bogotá vio por el rabillo del ojo un par de sombras al lado del camino, como esperando. Y luego nada, era como si los muertos de la capital le fueran ajenos.

      La casa la había conseguido Jota, quedaba en Chapinero. Tenía tres pisos: en el primero un recibidor, una sala, el comedor, la cocina y un patio trasero; en el segundo otra sala más pequeña, un estudio, la habitación principal, otro cuarto y un baño; y en el tercero otras dos habitaciones con un baño extra. El techo era de madera, puntudo, y la casa estaba aislada de las demás por un jardín a todo el rededor.

      Durante varios meses la casa permaneció casi vacía. Pusieron el juego de habitación en el cuarto principal y la ropa en el armario. Colocaron la mesa de roble y las seis sillas en el comedor. Los regalos de matrimonio fueron casi todos utensilios para la cocina con los que llenaron las alacenas. Pero no tenían muebles de sala y los otros tres cuartos también quedaron vacíos y cerrados. Rosalba estaba tranquila, aunque a veces sentía como si la casa estuviera llena. Eso no la inquietaba, pero caminaba lento y sin hacer ruido, como para no molestar.

      El día que Rosalba se dio cuenta de que estaba en embarazo, sintió un ruido abajo en la cocina, y recordó el roce sutil en su brazo el día en que llegaron a la casa. Estaba sentada en el sanitario, con los calzones de encaje blanco alrededor de los tobillos. Se sentía mal, no sabía si quería vomitar o si estaba mal del estómago. Se sentó en el sanitario a ver qué era, pero nada. Aun así, cuando salía del baño se sentía peor, entonces optó por quedarse ahí sobre la taza de porcelana, esperando. El frío de las baldosas la inquietaba, entonces apoyó los pies sobre una toalla que ponía en el suelo al pie de la ducha. Había llevado un libro para distraerse y se puso a leer apoyando los codos sobre los muslos para sostener las páginas al nivel de sus ojos. Pasó casi toda la tarde sentada en el sanitario, a veces se le entumecía una nalga, entonces ella se movía un poco para que la sangre volviera a fluir.

      Orinó un poco, más por costumbre que por necesidad. Leyó casi la mitad del libro antes de que, repentinamente, se le perdiera la mirada. La cabeza, como pasa a veces, se separó de ella, como si fueran dos cosas diferentes y se fue yendo por los pasillos inconexos del recuerdo. Tal vez fue una palabra leída la que disparó todo, pero Rosalba nunca supo cuál. Los ojos seguían aún los renglones escritos, repasando cada letra, pero la cabeza dejó de poner atención, y se puso a hacer cuentas. Cuentas de los días, de la fecha, del mes anterior, de las pastillas. Entonces pasó. Rosalba se dio cuenta de que estaba embarazada. No soltó el libro del susto, ella no era de esas, pero sí se le aflojó todo el cuerpo y el libro apenas quedó sostenido por la presión mínima de sus dedos.

      Y luego un ruido abajo en la cocina. Un ruido de platos que se quiebran duro contra el suelo de madera, un ruido repentino. Ahí sí Rosalba soltó el libro. Se subió los calzones sin limpiarse y bajó corriendo al primer piso. La cocina estaba perfecta, como ella la había dejado en la mañana. No había platos rotos sobre el suelo, todos estaban guardados y ordenados en las alacenas. Rosalba se quedó ahí parada un momento, tratando de recordar el ruido, asegurándose de que sí lo había oído. Recorrió toda la cocina con sus pies descalzos, todavía con temor de que se le enterrara algo en las plantas frías. Luego recorrió el resto de la casa. Abrió las puertas de todas las habitaciones vacías pero no vio nada. Cuando volvió a su cuarto recogió el libro del piso del baño y se dio cuenta de que por un momento, mientras buscaba por toda la casa los platos rotos, se había olvidado de que estaba embarazada.

      Desde ese día las cosas raras empezaron a pasar. A veces sutiles, a veces imposibles de ignorar. Una noche, mientras Jota le quitaba el brasier de encaje rosa, escucharon cerca un golpe de hojas, prendieron la luz y vieron que el libro de Rosalba se había caído del nochero. Ella lo había dejado bien puesto sobre la mesa, no era una mujer descuidada, no ponía las cosas a medias por ahí, ella las colocaba precisamente en su lugar designado. Pero Jota le besó los senos y el libro quedó olvidado al pie de la cama. Otro día estaban tomando café en el patio, sentados en unas sillas de plástico que habían comprado para los días de sol. Rosalba se estaba quedando dormida con el pocillo en la mano pero vio, claramente, cómo las hojas de las plantas, de los arbustos, de los helechos, de los anturios, de las bifloras, de los cartuchos, se movían, se inclinaban mecidas por un viento. El viento nunca les llegó a ellos, que no sintieron ni el más mínimo cambio en el aire mientras veían cómo las hojas se doblaban temblorosas hasta tocar el suelo. Jota se paró de la silla y se le regó el café en el pantalón, pero algo le impidió dar un paso. Se quedó plantado, chorreando, y luego volvió a sentarse. Miró a Rosalba, ella le devolvió la mirada, luego abrió la boca y le dijo que estaba embarazada. Después de lo del baño se había hecho varias pruebas y salieron todas positivas. Jota no respondió nada. Y eso fue todo. A veces se entendían así. Decidieron ahí que no le iban a dar importancia, que se podían caer todos los libros de los nocheros y doblar todas las hojas de las matas. Al día siguiente iban a comprar una cuna para poner en la otra habitación del segundo piso, junto a la suya.

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