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3 Jeremías 29.5–7.
4 Esdras 2.64; Nehemías 7.66.
5 Isaías 43.9–15.
6 Juan 4.21–22; Isaías 9.11.
7 Esdras 1.2–4; 6.3–5.
8 ¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos?
9 Esdras 5.1; 6.14.
10 Levítico 23.23–35.
11 Levítico 16 y 23.26–32.
12 Levítico 23.33–43
13 Ezequiel 43.1–2
14 Ezequiel 1.8–9, 2.17.
15 Ezequiel 2.6–9.
Hageo 1.1–4
Dios nos llama a un diálogo honesto
Era el tiempo del retorno, Dios había conseguido un cambio en la política imperial. El rey Ciro ii decide decretar el regreso de los judíos y permitir la reconstrucción del templo y la ciudad de Jerusalén. Cincuenta mil personas regresaron lideradas inicialmente por Sesbassar, el gobernador de Judá designado por el rey; posteriormente, por Zorobabel, con quien se inició la reconstrucción del templo.16
Un tiempo después se sucedieron dos caravanas comprometidas con el rey para algunas tareas específicas. La liderada por Esdras se ocupó de la restauración de la reeducación y la enseñanza, a partir de la interpretación de la ley de Moisés. Había que darle sentido a la nueva oportunidad que tenía el pueblo de Dios tras el exilio y a las nuevas generaciones, en un contexto diferente.17 El segundo grupo, liderado por Nehemías, se ocupó de la reconstrucción de la ciudad y de sus muros.18
Los primeros capítulos de Esdras hablan de los grandes sacrificios del primer grupo de exiliados, pero también de las grandes esperanzas que se habían despertado en ellos por las profecías de Isaías sobre un anhelado siervo de Jehová, que habría de irrumpir en la historia. Cuando llegaron a Jerusalén no había más que ruinas y pobreza, además de la oposición de los samaritanos y la población local. Como consecuencia de ello, poco se hizo para lograr la reconstrucción del templo en aquellos primeros dieciséis años, entre el 536 y el 520 a. C.
Era evidente que no se había oído en Jerusalén voz profética hacía mucho tiempo. Podemos imaginar el impacto del pueblo al saber que Dios con un diálogo honesto se presenta y rompe el silencio para hacer preguntas francas y directas por medio del profeta Hageo. ¿Era el tiempo para lo que estaban haciendo? ¿Por qué no les iba bien en lo que hacían?
A Hageo le toca la tarea de concientizar al pueblo acerca del sentido de su espiritualidad y la fuerza de su esperanza, por el pacto de Dios aún vigente para su pueblo.
Resignación histórica para continuar los proyectos
En el año segundo del rey Darío, en el mes sexto, en el primer día del mes, vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote, diciendo […] (Hag 1.1)
Algo estaba sucediendo en la relación del pueblo con Dios. El entusiasmo del regreso por un lado, y luego la clara intervención divina en la política del Imperio, favoreciendo el retorno, no habían sido suficientes para priorizar la gratitud y la adoración, expresada inicialmente en la preocupación por la reconstrucción del espacio de culto. La obra había sido paralizada y los líderes políticos, representados por Zorobabel, se desentendieron de la misión encomendada; y aun los líderes religiosos, representados por Josué, estaban resignados a una realidad: la obra era grande y por eso lo mejor era comenzar por acomodar mejor las viviendas y más tarde se vería lo que se podía hacer.
Era el primer día del sexto mes, de elul19, día de luna nueva, el día en que el pueblo se juntaba para adorar a Dios. Esto iba a realizarse en un templo en ruinas. Después de tantos años de silencio profético, la voz de Dios vino al pueblo en un día de adoración. El día de luna nueva era día santo, un nuevo año se iniciaba. Las actividades relacionadas con el trabajo eran suspendidas, de la misma forma que en el día de reposo20, y una ofrenda en sacrificio especial era ofrecida al Señor para reparación de la ofensa y reconciliación.21
La Palabra de Dios estaba dirigida, primeramente, a los líderes políticos y religiosos de la época. El profeta habló de parte de Dios a los hombres principales de la comunidad en presencia del pueblo que estaba en adoración, en medio de circunstancias contradictorias y preocupantes. Fue un llamado a un diálogo honesto con Dios, una resonante convocación a la acción para un pueblo que resignado por causas internas y externas había decidido no continuar con el proyecto encomendado.
El encuentro con la tierra fue más un desencuentro. En primer lugar, la ciudad los recibía con una gran escasez. El desencanto y la pobreza les hicieron recapacitar en si había valido la pena el retorno. Reiniciar la vida en un país en escombros no les dio espacio para pensar en invertir su tiempo y sus escasos recursos en el templo. Además, el pueblo estaba acostumbrado a vivir sin el templo en Babilonia.
En segundo lugar, los exiliados estaban solos en el desafiante proyecto de reconstrucción y recibieron tentadoras propuestas para alianzas estratégicas que eran sumamente peligrosas. Más adelante Esdras nos relata una de estas propuestas; los samaritanos, primos hermanos de los judíos, pero de una religiosidad sincrética e idólatra, les propusieron unirse para llevar adelante el proyecto de reconstrucción.22 Esto significaba un camino sin retorno hacia la apostasía religiosa, hacia el abandono de la adoración al Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Los judíos se negaron rotundamente a aceptar la propuesta de cooperación. Esto llevó a los samaritanos a tornarse enemigos de este proyecto y a incitar, por medio de engaños y falsas acusaciones, al rey Artajerjes de Persia (465–423), quien había sucedido a Darío, a promulgar un decreto prohibiendo