El lugar del testigo. Nora Strejilevich. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nora Strejilevich
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789560012234
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algo capaz de provocar éxtasis o dolor porque resulta inasimilable.

      La belleza queda finalmente atrás cuando el dolor es equiparable a la tortura, emparentada con la imagen de Prometeo encadenado y atado a una piedra, retorciéndose con una mueca desesperada mientras el águila le picotea el hígado por una eternidad.

      Ningún dolor se recuerda ni puede transmitirse tal como se padeció (sobre todo el vinculado a la materialidad corporal), pero la humanidad ha encontrado el modo de dar cuenta del sufrimiento a través de la creación de palabras y de imágenes que rodean eso que permanece inscripto en el inconsciente y en el cuerpo. No obstante, también ha luchado por suprimirlo.

      Kaufman nos recuerda que, a partir de la revolución industrial,«el dolor deja de ser un destino»: con la aplicación de la anestesia total en 1844 y el avance de la tecnología (cuando se tiende la primera línea telefónica) «los cuerpos quedan a disponibilidad para la vida del goce». En ese momento se hace posible reducir la recepción de estímulos nocivos, y con eso, suprimir una forma de comunicación: «La comunicación telegráfica es indolora, porque reproduce la palabra sin el cuerpo, pero también porque instala la distancia entre los cuerpos, al mismo tiempo que la suprime».

      …lo nocivo se vuelve inadvertido y su detección se deja en manos de la técnica, los dispositivos y los aparatos […]. La palabra y el dolor estaban relacionados. Desde entonces no hay palabra ni dolor. Ambos se han desvanecido. (Kaufman, 2002: 81)

      Este cambio en la condición de la experiencia que precede al exterminio llevado a cabo en la era industrial se vincula con la dificultad de recepción de la memoria dolorosa. Una vez más: no faltan las palabras, lo que sobran son los modos de aplacar el dolor y el deseo generalizado, de negarlo. Es preciso dar con formas que lo restituyan, que lo hagan audible. ¿Por qué? Porque si las ruinas del pasado son vistas como una naturaleza que se asume como inevitable es porque se olvida el sufrimiento. Ese elemento histórico, recalca Reyes Mate (2013), «sin el que no se explica nada», es la expresión del sufrimiento pasado.

      Eufemismo/ léxico del terror: El eufemismo del léxico del terror no coincide con la figura retórica que definen nuestros diccionarios como «manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante»; su descripción más acertada es, en cambio, «una puesta en abstracción, una “des-realización” que despoja a la palabra de toda equivocidad» (Sneh, 2012: 107-109).

      Desde esta perspectiva, el eufemismo puede definirse como aquello que señala algo en el momento mismo de ocultarlo y que, en ese ocultamiento, lo define sin resto. Es decir, opera en dirección contraria a la metáfora: restringiendo el sentido a un único valor específico, aspirando […] a cancelar la multiplicidad de sentidos que se ponen en juego. (Sneh, 2012: 108–109)

      Cuando un perpetrador, por ejemplo, decía «se van para arriba», enunciaba textualmente lo que sucedía: los detenidos eran lanzados al mar desde aviones y así morían en los «vuelos de la muerte» (caían desde arriba y «se iban para arriba»). «Traslado», que significa mover algo de un lugar a otro, también es literal: se los movía «de este mundo al otro»: era una sentencia de muerte. Este tipo de terminología, que contamina la lengua con marcas indelebles y coartando las múltiples alusiones de una palabra con un sentido siniestro que permanece adherido a ellas, ya se había creado en la historia contemporánea. Kaufman lo muestra en relación a la esvástica: «Ese símbolo operará como amenaza de muerte de aquí a la eternidad, como reivindicación de crímenes perpetrados en el pasado» (2004: 37). Para los sobrevivientes ciertas palabras quedaron tatuadas en sus vidas: los antiguos términos fueron sustituidos por la versión atroz y es imposible volver atrás. No se puede hablar, a partir del plan sistemático de exterminio, sin hacer una revisión crítica de su lenguaje.

      Como indica el escritor argentino Guillermo Saccomano, a diferencia de lo que sucedía en los campos nazis, en nuestra región perpetradores y víctimas hablaban la misma lengua. Ambos «crecieron en un clima de palabras donde "tarea" era un deber escolar y "perejil" un condimento barato»24.

      Es en esta lengua donde […] la negación de la existencia del otro (el no existís), sigue siendo un modo privilegiado de la injuria y la alabanza. Y es en esta lengua en la que habremos de pesquisar las marcas –más o menos repudiadas, más o menos espectrales– que la aniquilación ha dejado en nuestra vida cotidiana. (Cita de Sneh en «El infierno en voz alta», en Página 12, 2012)

      El eufemismo fue el centro mismo de la máquina exterminadora y se hizo tan habitual usarlo que terminó conformando una jerga, con lo cual se abrió un hiato entre el idioma hablado «adentro» y «afuera». Mario Villani, ex detenido-desaparecido, percibe esta distancia cuando lo «sacan» a tomar un café en la ciudad:

      «¿Qué pasaría si alguien nos escuchara? Después me di cuenta de que nadie podría haber entendido de qué hablábamos –hablábamos en código, por así decir. No a propósito, así era nuestra forma de hablar en aquel entonces. Y entonces me percaté de la situación: acá estoy, sentado en un café –afuera, en el mundo, pero sin ser parte de él–. Sin pertenecer». En la noche y niebla de la Argentina, el lenguaje mismo se transformó en una prisión. (Feitlowitz, 1998: 83)

      La jerga usada por los verdugos no quedó fijada como dialecto del campo: se expandió. Por eso mismo Sneh (2012) recalca que «la lengua sigue diciendo la matanza» y presenta un diccionario de términos dañados: «asado», «parrilla», «boleta», «cantar», «chupar», «pecera» y «perejil» son algunos de los resabios del accionar criminal que coartan nuestra lengua a largo plazo. Una sola muerte numerosa también expone un glosario de términos trasmutados por la violencia de sus nuevos significados: «botín de guerra», «grupo de tareas», «tubo», etc. (Strejilevich, 2018: 100–102). La «parrilla» equivale a «picana», nombre del dispositivo para aplicar la tortura eléctrica. «Asadito» es la indicación literal de que se quemaban cadáveres. Otra serie gira alrededor de la idea de viaje, como el ya mencionado «vuelo de la muerte». «Botín de guerra», «mercadería» y «paquete» dejan sentado que los secuestrados eran (para los secuestradores) cosas, bultos. Los campos Club Atlético, El Olimpo, La Escuelita, La Perla, se identifican con nombres que, en su siniestra burla, muestran y ocultan el horror (en El Olimpo, por ejemplo, viven los dioses que dan y quitan la vida). En esta jerga prima la terminología médica: los verdugos consideraban que nuestras sociedades estaban gravemente enfermas y que la única receta para la cura era extirpar su cáncer, la «subversión», mortífera para el «Ser Nacional». El espacio donde se aplicaba este «tratamiento» o «terapia intensiva» era el «quirófano»25.

      El individuo queda reducido a un cuerpo limitado a las funciones esenciales para su supervivencia biológica. Es el cuerpo exánime de la mesa quirúrgica o de la terapia intensiva, pero no conducido a ese estado en procura de su salud, sino para su destrucción u olvido totales. (Kaufman, 2011: 244)

      Las marcas de autos como Ford Falcon o Mercedes Benz no son eufemismos pero se contagian del horror. Los secuestros, en la Argentina, se hacían en Ford Falcon sin patente (y había un centro clandestino en la propia fábrica). A la Mercedes Benz se le daba la ocasión de deshacerse de activistas gremiales que trabajaban en su empresa, acusándolos de «subversivos» –lo cual equivalía, en esa época, a una sentencia de muerte.

      Este teatro de sombras idiomático sostiene el secreto a voces que es el genocidio. Pero además, ¿cuál es el mecanismo que hace de este lenguaje un factor esencial del plan sistemático de exterminio? Mostrar y negar al mismo tiempo:

      [Los asesinos] prohibieron palabras [como los nombres de las organizaciones revolucionarias], inventaron eufemismos, quemaron libros y personas, es decir, utilizaron procedimientos [para] dejar saber lo que no se habría de reconocer. El terror incluye esta perversa epistemología. (Jinkis, 2011: 104)

      El testimonio parte de la dificultad de trabajar con un lenguaje diezmado que intenta dar respuesta al atropello y procura desafiarlo, mostrando la cara oculta, lo no dicho por ese vocabulario. Sin embargo, no hay forma de desandar por completo el destino de una lengua atravesada por el horror. Nos urge escribir