La carrera del beneficiario se constituye de cambios objetivos de situación (perder o encontrar un empleo, tener hijos, etcétera), de la experiencia de la institución, de los cambios en la construcción institucional de la situación y de la identidad individuales (considerar o no una persona como desempleada o madre soltera) y, finalmente, cambios en la percepción individual de la situación (abandonar la perspectiva de un futuro empleo o revindicar una vez más el estatus de paternidad). En esta triple historia se define la relación con la institución y se determina el comportamiento en la oficina.
Las actitudes de rechazo son más frecuentemente observables en dos tipos de situación. En primer lugar, entre aquellos que presentan situaciones de pobreza prolongada, que se encuentran desde hace mucho tiempo presentes en los expedientes de la ayuda social y que han conocido la desilusión de las prácticas, pasantías y otros programas de “reinserción”. Esta etapa en la “carrera” predispone a dos comportamientos opuestos: la reacción contra las instituciones y sus agentes a raíz del fracaso y la violencia social padecida o, al contrario, la gratitud hacia el último apoyo en el cual se pueden aferrar. Las actitudes de rechazo se observan también entre aquellos que viven una caída reciente. La resistencia a la “degradación de estatus” conduce a rechazar el estatus de “asistido” y, por lo tanto, a marcar sus distancias hacia el sistema y los agentes de la asistencia98.
Probablemente los que se encuentran en peores situaciones son quienes se aferran [a lo que podemos ofrecerles en las oficinas], pero aquellos que se encuentran en pleno descenso no desean aceptarlo, no es suficiente para ellos, son conscientes de que pueden caer aún más bajo. Y, además, se trata de gente muy cercana a nosotros, cuya caída es muy reciente. Quieren volver a subir donde estaban. Saben lo que han perdido, dan cuenta que podrían estar peor, es difícil de hacerles aceptar algo porque nosotros sabemos que es más rápido el descenso que el ascenso. La gente que ya ha tocado fondo se aferra más fácilmente a algo (Sophie Delvaux).
En general, parecería que el sentido de la movilidad social afecta la actitud hacia la institución y el “sistema” que representa. Una fase de ascenso social después de un período difícil superado gracias a las prestaciones sociales, favorece una relación positiva con la institución. Este es el caso de un representante de comercio de cuarenta y cinco años, “de hace tiempo”: “Él, se puede decir que lo ha pasado mal, eh”, me dice el agente de atención al público luego de su visita99. Excesivamente agradable y cortés, presenta un pedido de condonación de deuda. Trae sus papeles administrativos plegados en un libro de “autoayuda” y “desarrollo personal”: El poder de una visión. Dé sentido a su vida. Se declara satisfecho de su nueva situación. “No hay mal que por bien no venga. El año pasado fue duro, pero este año he accedido a las prestaciones. El año que viene mis derechos y prestaciones serán revisados, ¿no? Está bien, prefiero eso. Ahora todo va bien”. Por el contrario, son muchos los casos de beneficiarios que, afirmando pedir una ayuda por primera vez, proyectan sobre la institución –y en particular sobre los agentes de atención al público– su amargura social.
Estas diferencias actitudinales vinculadas a las “carreras” de los beneficiarios pueden ser ilustradas por los casos de dos personas entrevistadas en Béville la jornada del 7 de agosto de 1995. Sylviane de Ribécourt tiene sesenta años. Su porte elegante y su hexis corporal un tanto rígido se destacan en la sala de espera. Sentada de manera distanciada del resto, marca en el espacio la distancia que la separa del resto de beneficiarios. Acepta responder a mis preguntas, pero su tensión es evidente y sus respuestas secas. Cuando le pregunto el objeto de su visita, ella responde lacónicamente: “Es por mi expediente. Vengo a ver mis derechos”. Dice no saber a qué prestaciones puede acceder. Una ligera insistencia la conduce a ser un poco más locuaz. “Antes, yo era propietaria. Ahora soy beneficiaria, con un ingreso modesto. Digamos que es un cambio de situación”. Insisto todavía más, le pido que sea más precisa. “Yo era CEO de una SA en el sector de la confección. Eso se terminó. Hace tres años que me encuentro inválida. Solo percibo una pensión por discapacidad incompatible con la pensión de la Seguridad Social”. La sociedad de la Sra. de Ribécourt ha entrado en bancarrota. Se encuentra sin recursos, y desde entonces ha podido acceder a una prestación de adulto con discapacidad. Desde su descenso social ha acumulado un fuerte resentimiento que se manifiesta hacia “el sistema” y en este caso hacia la CAF.
A partir del momento en que usted cuenta con 3.000 francos [450 €] por mes, se dice que usted puede vivir. No es vivir, es sobrevivir. Después de haber cotizado durante cuarenta años quizás pueda pretender algo más, ¿no? He cotizado personalmente, y como empleadora. Pero las leyes son tan raras… no tiene sentido. Estoy en contra de la injusticia. El gobierno cambió, pero no ha cambiado gran cosa. Soy una mujer que no está del todo satisfecha con los derechos humanos. Por eso he venido. Espero explicaciones. He escrito porque no tengo derecho a nada. Me han respondido. Pero no veo ninguna explicación. Con 3.000 francos [450 €] no hacemos nada. Creo que se ayuda a gente pendenciera. Aquellos a los que se teme. He escrito a Sarkozy [entonces ministro de Presupuesto] por mis impuestos. No me prestaron atención. No es el mismo gobierno, pero no cambió estrictamente en nada.
Personalmente muy afectada, busca los responsables de su desgracia. “Los extranjeros” le sirven de chivo expiatorio. “El gobierno no cambia nada. Aparte de los metros que estallan [se pone a llorar]. Mi hermanastra estaba en uno. Hizo falta que estalle una bomba para que nos demos cuenta del número de extranjeros que se encuentran aquí ilícitamente. Algunos de ellos reciben prestaciones, en sus países, en tres departamentos diferentes. Entonces no veo por qué un francés no puede”. Su encuentro con el agente de atención al público, tal como pude observarlo desde el exterior del box, fue más bien tenso. Duras palabras, voces bajas. La interacción fue breve: la Sra. de Ribécourt no vino estrictamente a hablar por un problema de expediente. Intenta poner al agente contra las cuerdas –y hacerlo corresponsable de la injusticia de la cual se siente víctima–. Este acepta escucharla durante algunos minutos, pero corta el encuentro rápidamente. A continuación, le pregunto al agente sobre el encuentro: “Esta mujer quiere el oro y el moro. Ha tenido de todo y no quiere entender que no podamos darle nada más”.
Habib Daoud presenta el caso opuesto. Con treinta y cuatro años, es desde hace poco jefe de equipo en una fábrica. Parece estar feliz de haber encontrado este empleo, aunque se queja de la deshonestidad del patrón, que lo hace trabajar más de lo que debería. M. Daoud es casado, tiene un hijo, y sus prestaciones (ayuda a la vivienda y subsidio por el niño) no son demasiado significativas, aunque antes solían serlo: se encuentra “saliendo” del sistema RMI. Viene precisamente a regularizar este expediente: debe entregar una declaración trimestral de recursos para recibir el pago de algunos meses. En fase de ascenso social (de “reinserción” exitosa), se siente de alguna manera en deuda con la institución que lo ha ayudado. También adopta un perfil bajo en sus encuentros con los agentes de atención al público. Así narra su anterior visita por el problema del RMI:
Hay momentos en que no nos entendemos. He venido una vez, he visto a la señora y luego el asunto estaba arreglado. Luego me han pedido lo mismo. Entonces he regresado. Pasé con ella. Le había dicho que estaba arreglado. Que era ella a quien había visto y que ella me había dicho que “estaba bien”. Ella me dijo “no, no es posible, jamás le he dicho eso”. Ella comenzó a enojarse y todo. Yo estaba seguro que había sido ella, de lo que me había dicho. No estoy loco. Pero nunca encontré el papel que ella me había dado. Normalmente guardo todo, pero esta vez no lo encontré. Ella se enojó… yo no dije nada. No reaccioné. No me iba preocupar por eso. Entontes he vuelto una vez más y he traído todos los papeles. [Me muestra los papeles que trae consigo]. No hay problema, no sé qué le ha