Mientras Jessie tomaba la salida en la autopista, a solo unos minutos de llegar al DNR, recordó que Crutchfield había acabado por tirar del gatillo de la amenaza silenciosa que siempre había pululado en el aire durante sus reuniones.
Quizá fuera porque él había sentido que se iba durante unos meses. Quizá solo fuera por orgullo. Pero la última vez que había mirado al otro lado del cristal para ver sus ojos de trastornado, le había dejado caer una bomba encima.
“Voy a tener una pequeña conversación con tu padre”, le había dicho con su acento cortés y sureño. “No voy a estropear las cosas diciéndote cuándo, pero va a ser deliciosa, estoy bastante seguro de eso”.
Apenas se las había arreglado para sacar de su garganta la palabra “¿Cómo?”.
“Oh, no te preocupes por eso, señorita Jessie”, le había reconfortado. “Solo que sepas que cuando acabemos por hablar, me encargaré de pasarle tus saludos”.
Mientras giraba para entrar a los terrenos del hospital, se planteó la misma pregunta que le había estado reconcomiendo desde aquel entonces, la que solo se podía sacar de la mente cuando estaba concentrada con atención en otros trabajos: ¿lo había hecho de verdad? Mientras ella había estado aprendiendo a atrapar a gente como él y su padre, ¿se habían reunido esos dos por segunda vez, a pesar de las precauciones de seguridad diseñadas para prevenir ese tipo de cosas?
Tenía la sensación de que ese misterio estaba a punto de ser resuelto.
CAPÍTULO CINCO
Entrar a la unidad del DNR era igual que como lo recordaba. Después de obtener la autorización para entrar al campus cotado del hospital a través de una verja protegida por guardias de seguridad, se dirigió a la parte de atrás del edificio principal hacia un segundo edificio más pequeño, de aspecto corriente.
Se trataba de una anodina estructura de acero y hormigón en medio de un aparcamiento sin asfaltar. Solo se divisaba el tejado por detrás de una valla metálica de malla verde y alambre de púas que rodeaba el lugar.
Atravesó una segunda verja custodiada para acceder al DNR. Después de aparcar, caminó hacia la entrada principal, fingiendo ignorar las múltiples cámaras de seguridad que le observaban a cada paso. Cuando llegó a la puerta exterior, esperó a que le dejaran entrar. A diferencia de la primera vez que había venido aquí, ahora el personal le reconocía y le admitían nada más verla.
Pero eso solo pasó en la puerta exterior. Después de pasar por un pequeño patio, llegó a la entrada principal a las instalaciones, que tenía unas gruesas puertas de cristal blindado. Deslizó su tarjeta de acceso, y se encendió la luz verde en el panel. Entonces el guarda de seguridad detrás del escritorio, que también podía observar el cambio de color, le abrió la puerta, completando el procedimiento de acceso.
Jessie se quedó de pie en un pequeño vestíbulo, esperando a que se cerrara la puerta exterior. La experiencia ya le había enseñado que la puerta interior no podía abrirse hasta que la exterior se hubiera cerrado del todo. Una vez lo hizo audiblemente, el guardia de seguridad desbloqueó la puerta interior.
Jessie pasó adentro, donde le esperaba un segundo oficial armado. Recogió todos sus efectos personales, que eran mínimos. Había aprendido con el tiempo que era mucho más conveniente dejar casi todo en el coche, que no corría ningún peligro de ser asaltado.
El guardia le pateó y le hizo un gesto para que pasara por el escáner de ondas milimétricas como los de seguridad de los aeropuertos, que proyectaba una impresión detallada de todo su cuerpo. Cuando pasó al otro lado, le devolvieron sus cosas sin mediar palabra. Era la única indicación de que tenía luz verde para continuar.
“¿Voy a ver a la Oficial Gentry?”, preguntó al agente que estaba sentado detrás del escritorio.
La mujer levantó la vista, con una expresión de absoluto desinterés en su rostro. “Saldrá en un momento. Ve a esperar junto a la puerta de Preparación Transicional”.
Jessie así lo hizo. Preparación Transicional era la sala a donde iban todos los visitantes a cambiarse antes de interactuar con un paciente. Una vez dentro, les pedían que se cambiaran y se pusieran una bata gris de hospital, que se quitaran toda la bisutería, y se limpiaran el maquillaje. Como le habían advertido, estos hombres no precisaban de ninguna estimulación adicional.
Un instante después, la oficial Katherine “Kat” Gentry salía por la puerta de la sala para recibirla. Daba gusto verla. Aunque no es que hubieran empezado precisamente con buen pie cuando se conocieron el verano anterior, ahora las dos mujeres eran amigas, conectadas por su consciencia compartida de la oscuridad que subyace en alguna gente. Jessie había llegado a confiar tanto en ella que Kat era una de las menos de seis personas en todo el mundo que sabían que era la hija del Ejecutador de los Ozarks.
Cuando Kat se le acercó, Jessie admiró una vez más la tipa dura que resultaba ser como jefa de seguridad del DNR. Físicamente imponente a pesar de medir solo uno setenta, su cuerpo de 75 kilos consistía casi por completo de músculo y voluntad de hierro. Previamente comando en el ejército, había servido dos temporadas en Afganistán, y llevaba puestos los mementos de aquellos días en su cara, que estaba agujereada por cicatrices de quemaduras con metralla y tenía una muy larga que empezaba desde debajo del ojo izquierdo para caerle en vertical por la mejilla izquierda. Sus ojos grises estaban calmados, quedándose con todo lo que veían para decidir si se trataba de una amenaza.
Era obvio que no pensaba que Jessie fuera una. Sonrió abiertamente y le dio un gran abrazo.
“Cuánto tiempo sin verte, dama del FBI”, le dijo con entusiasmo.
Jessie estaba recuperando el aliento tras sentirse estrujada en sus brazos, y solo habló cuando la soltó.
“No soy del FBI”, le recordó a Kat. “No era más que un programa de formación. Todavía sigo afiliada con el L.A.P.D.”.
“Lo que tú quieras”, dijo Kat con desdén. "Estuviste en Quantico, trabajando con los mayores expertos en tu campo, aprendiendo técnicas alucinantes que usa el FBI. Si quiero llamarte dama del FBI, es lo que voy a hacer”.
“Si eso significa que no me vas a partir la espalda por la mitad, puedes llamarme lo que tú quieras”.
“A propósito, ya no creo que pudiera hacer eso”, notó Kat. “Pareces más fuerte que antes. Supongo que no solo te hicieron entrenar la mente mientras estabas allí”.
“Seis días a la semana”, le dijo Jessie. “Carreras por el monte, carreras de obstáculos, autodefensa, y entrenamiento de armas. Sin duda alguna, me dieron la patada que necesitaba para ponerme en una forma medio decente”.
“¿Debería preocuparme?”, le preguntó Kat fingiendo preocupación, dando un paso atrás y elevando sus brazos en postura defensiva.
“No creo que suponga ninguna amenaza para ti”, admitió Jessie. “Pero creo que podría protegerme a mí misma frente a un sospechoso, algo que no sentía antes en absoluto. Mirando al pasado, tuve suerte de sobrevivir mis encuentros recientes”.
“Eso es genial, Jessie”, dijo Kat. “Quizá podamos buscar un día que tengamos libre, ir por unas rondas, para mantenerte despierta”.
“Si lo que quieres decir con unas cuantas rondas, es unas cuantas rondas de chupitos, cuenta conmigo. De lo contrario, puede que me tome un pequeño descanso de las carreras diarias y de los puñetazos y esas cosas.”
“Retiro todo”, dijo Kat. “Sigues siendo el mismo ratoncillo que fuiste siempre”.
“Bueno, esa sí que es la Kat Gentry que he acabado conociendo y adorando. Sabía que había una buena razón para que fueras la primera persona que quería ver después de regresar a la ciudad”.
“Me siento halagada”, dijo Kat. “Pero creo que las dos sabemos que no soy la persona que has venido a visitar. ¿Dejamos