Penny la acompañó cuando fue a hablar con la policía del campus y estuvo presente en la sala del tribunal para ofrecer apoyo moral cuando testificó. Y cuando el entrenador de tenis quiso echarla del equipo y retirarle la beca porque todavía tenía dificultades con el tema meses después, Penny fue donde él y le amenazó con que ayudaría a su amiga a presentar una demanda. Eliza permaneció en el equipo y ganó un premio a la mejor jugadora de conferencias junior del año.
Cuando Eliza tuvo un aborto natural después de tratar de quedarse embarazada durante dieciocho meses, Penny vino a su casa cada día hasta que por fin estuvo lista para salir de la cama. Y cuando diagnosticaron al hijo mayor de Penny, Colt Jr., con autismo, fue Eliza quien llevó a cabo una investigación durante semanas hasta que encontró la escuela que acabó por ayudarle a salir adelante.
Habían pasado por tantas batallas juntas que les gustaba apodarse a sí mismas las Guerreras del Westside, a pesar de que sus maridos pensaran que ese nombre era ridículo. Así que, si Penny le estaba recomendando que considerara terapia para parejas, quizá debiera hacerlo.
Un zumbido proveniente del teléfono de Penny sacó a Eliza de sus pensamientos. Se acercó y lo agarró, lista para decirle a su amiga que alguien se había puesto en contacto, pero cuando vio el nombre en el texto, abrió el mensaje. Provenía de Gray Longworth, el marido de Eliza. Decía:
Estoy deseando verte esta noche. Añoro tu olor. Tres días sin ti son demasiado. Le dije a Lizzie que tenía una cena con un socio. Lugar y hora de costumbre, ¿te parece?
Eliza dejó el teléfono sobre la mesa. De repente, la cabeza le daba vueltas y se sentía débil. Se le cayó la taza de la mano, que se golpeó con el suelo, y se rompió en docenas de esquirlas de cerámica.
Penny salió corriendo de la casa.
“¿Anda todo bien?”, le preguntó. “Escuché cómo se rompía algo”.
Bajó la mirada para señalar a la taza con el café derramado a su alrededor, y después la elevó para mirar el rostro atónito de Eliza.
“¿Qué pasa?”, le preguntó.
Los ojos de Eliza se movieron involuntariamente hacia el teléfono de Penny y vio cómo su amiga le seguía la mirada con la suya. Notó el momento de reconocimiento en la mirada de Penélope cuando cayó en la cuenta de lo que debía haber sorprendido tanto a su querida, vieja amiga.
“No es lo que parece”, le dijo Penny con nerviosismo, descartando cualquier intento de negar lo que ambas sabían.
“¿Cómo pudiste?”, exigió Eliza, apenas capaz de dejar salir las palabras de su boca. “Confiaba en ti más que en nadie en todo el mundo. ¿Y vas y haces esto?”.
Le parecía como si alguien hubiera abierto la puerta de una trampilla por debajo suyo y se estuviera cayendo a un vacío abismal. Todo aquello sobre lo que su vida estaba asentada parecía empezar a desintegrarse delante de sus ojos. Pensó que iba a vomitar.
“Por favor, Eliza,” le rogó Penny, arrodillándose junto a su amiga. “Deja que te explique. Sucedió, pero fue un error, uno que he estado tratando de arreglar desde entonces”.
“¿Un error?”, repitió Eliza, sentándose erguida en su tumbona mientras las náuseas se mezclaban con la ira, haciendo que un hervidero humeante de bilis burbujeara desde su estómago hasta su garganta. “Error es resbalarse en una curva y darse de bruces con alguien. Error es olvidarse de llevarse el uno en una resta. ¡Un error no es dejar que el marido de tu mejor amiga se meta accidentalmente dentro de ti, Penny!”.
“Lo sé”, admitió Penny, con la voz ahogada por el arrepentimiento. “No debería haber dicho eso. Fue una decisión terrible, realizada en un momento de debilidad, estimulada por demasiadas copas de viognier. Le dije que se había terminado”.
“‘Terminado’ me indica que sucedió más de una vez”, notó Eliza, poniéndose en pie de repente. “Exactamente, ¿cuánto tiempo llevas acostándote con mi marido?”.
Penny se quedó de pie en silencio, obviamente debatiendo consigo misma si ser honesta iba a hacer más daño que bien.
“Casi un mes”, admitió finalmente.
De pronto, todo ese tiempo que se había pasado su marido alejado de su familia cobró mayor sentido. Cada nueva revelación parecía venir a darle otro puñetazo en el estómago. Eliza creía que lo único que evitaba que se derrumbara era su sensación de rabia justificada.
“Tiene gracia”, señaló Eliza con amargura. “Ese es más o menos el tiempo que Gray lleva teniendo todas esas reuniones nocturnas con socios sobre las que me dijiste que seguramente se siente mal. Vaya coincidencia”.
“Pensé que podía mantenerlo bajo control…”, empezó a decir Penny.
“No me vengas con esas”, dijo Eliza, cerrándole la boca. “Las dos sabemos que te puedes alterar, pero ¿así es cómo te enfrentas a ello?”.
“Ya sé que esto no va a servir de ayuda”, insistió Penny. “Pero iba a cortar con él. No he hablado con él en tres días. Estaba tratando de encontrar la manera de terminar las cosas con él sin estropearlo todo contigo”.
“Parece que vas a necesitar un plan nuevo”, le escupió Eliza, reprimiendo las ganas de arrojarle las esquirlas de la taza del café a su amiga. Solo sus pies descalzos se lo impedían. Se agarró a su ira, sabiendo que era lo único que evitaba que se derrumbara del todo.
“Por favor, deja que encuentre la manera de arreglar esto. Tiene que haber algo que pueda hacer”.
“Lo hay”, le aseguró Eliza. “Vete ahora mismo”.
Su amiga se le quedó mirando por un instante, pero debió de sentir lo seria que estaba Eliza porque su titubeo no duró mucho.
“Muy bien”, dijo Penny, recogiendo sus cosas y apresurándose para salir por la puerta principal. “Me iré, pero vamos a hablar más tarde. Hemos pasado por muchas cosas juntas, Lizzie. No podemos dejar que esto lo arruine todo”.
Eliza se obligó a sí misma a no soltar vituperios por respuesta. Puede que esta fuera la última vez que veía a su “amiga” y necesitaba que entendiera la magnitud de la situación.
“Esto es diferente”, le dijo lentamente, poniendo énfasis en cada palabra. “En todas las demás ocasiones éramos nosotras frente al mundo, cubriéndonos las espaldas la una a la otra. Esta vez me has apuñalado en la mía. Nuestra amistad se ha terminado”.
Entonces cerró la puerta de golpe en la cara de su mejor amiga.
CAPÍTULO DOS
Jessie Hunt se despertó sobresaltada, sin saber a ciencia cierta dónde se encontraba durante unos instantes. Le llevó un momento recordar que estaba en el aire, en el vuelo del lunes por la mañana desde Washington, D.C., de regreso a Los Ángeles. Echó una ojeada a su reloj y vio que todavía tenía dos horas más antes de aterrizar.
Tratando de no quedarse dormida de nuevo, se despejó con un trago de la botella de agua que había metida en el bolsillo del asiento delantero. Se enjuagó la boca con ella, intentando deshacerse de la sequedad que atenazaba su lengua.
Tenía buenas razones para echarse una siesta. Las diez semanas pasadas habían sido de las más agotadoras de toda su vida. Acababa de completar la Academia Nacional del FBI, un programa de formación intensiva para personal de las fuerzas de seguridad, diseñado para familiarizarles con las técnicas de investigación del FBI.
El exclusivo programa solo estaba disponible para aquellos que fueran nominados por sus supervisores. A menos que le aceptaran en Quantico para convertirse en una agente oficial del FBI, este curso intensivo era la segunda mejor opción.
En circunstancias normales, Jessie no hubiera sido elegible para hacerlo. Hasta hace muy poco, solo