–Doctor Ortega.
Llevando su brazo derecho a sostener su saco mientras éste era abotonado, se levantó para extender y estrechar la mano de un anciano algo refinado, de un sonreír pícaro y mirada fija, moreno como un verdadero hijo de aquella patria, que devolvía con sus nudosas manos el saludo con tanta calidez como los amigos por negocios lo pueden hacer.
–¿Qué le trae por estos rumbos? –continúo Antonio.
–Trato de distraerme un poco antes de la reunión con el Presidente del Partido –respondió.
–¿Tan pronto le llamaron?
Aquella plática era indiscutiblemente para dos, ajena a mi participación, mas no para mis oídos. Era normal sentir tanta curiosidad ante todo lo que ameritaba ser parte de la vida de Antonio; era parte de aquella incertidumbre que me hacía sentir. Acomodé el mantel sobre mis piernas, esperando que la atención regresara a mí.
–Una disculpa por mi mala educación –comentó Antonio mientras me tocaba el hombro–. Doctor Ortega, ella es Melanie Soto, una gran amiga y, sobre todo, gran escritora.
–Un placer conocerla. –El Doctor Ortega extendió su mano hacía mí con tal cortesía que se denotaba su oficio político.
–El placer es mío.
–Antonio ¿nuestro pendiente ha quedado listo? –continúo.
–En parte. Tenemos que estar atentos cuando la nueva noticia se dé a conocer.
Antonio se notaba impaciente ante la idea de esperar, tan desesperante como el hecho de no depender de sí mismo… tan desesperante como estar al final de un gran esfuerzo. Sus manos jugueteaban ante la intranquilidad mientras ambos hombres mostraban común acuerdo con el presionar de sus mandíbulas… tan hipócritas e interesados, como cada uno de los mexicanos suele ser. El doctor Ortega pasaría a su mesa acompañado de una fémina tan bella, con el cuerpo directamente tallado por algún artista… eso creí yo.
–¿Comparten el mismo partido político?
–Sí –contestaba Antonio mientras se reincorporaba a su comida –sólo que, obviamente, con muchos años de diferencia y trayectoria.
–Por cierto, ¿en qué partido militas?
– En el Partido…
Un Mercedes Benz aparcó en el estacionamiento de un antiguo edificio, creación del modernismo que traería consigo el milagro mexicano de la década de los 50’s, mientras el hombre de manos nudosas bajaba de él sin detener su paso, como si el destino llamara. Girando a la derecha, era recibido por una mujer de grisáceo vestuario. Pisos arriba, en un elevador, era recibido tras una llamada por el intercomunicador de la Presidencia de Partido, que le invitaba a permanecer sentado en un sofá algo cómodo, mientras escuchaba los rumores que alentaban un cambio en la dirigencia mientras militantes iban y venían en un baile por esos pasillos que, aún las hormigas mostraban más orden en aquellos momentos.
–Es normal –susurró el doctor Ortega.
Después de lo ocurrido nadie sabía sobre el futuro de sus jefes y, aún más preocupante, su mismo futuro. Un grupo de hombres de edad avanzada ridiculizaban a las juventudes portando vistosos chalecos alegóricos al Partido que “tanto amaban”, mientras hombres de seria personalidad se aglomeraban en la sala de juntas, luchando sus egos por sentarse más al centro posible, cerca del aún líder… cerca de aquel poder tambaleante.
Mientras, pacientemente el doctor esperaba su lugar al fondo de la sala y, al momento de inclinar su cuerpo para reposar en el sitio, miró cómo todos se levantaban para dar lugar a la nada triunfal entrada del líder de partido que, cabizbajo y agotado, comenzaría a presidir la reunión.
–Por favor, tomen asiento –apresuraba su desvalido discurso.
Grandes ojeras cercaban su mirar, tan sitiados sus ojos como el cansancio que reflejaba aquella figura de hombre que, tras llevarse unos anteojos de grueso marco, y con ese mostacho setentero, no dejaba duda de su pasado sindicalista.
–Los he llamado porque es importante que estén enterados de las instrucciones de nuestro señor Presidente, que justamente esta mañana acabo de recibir… y que está claro que la oposición no dará tregua en llevar la actual gestión al despeñadero.
Los hombres alrededor del espacio rectangular se miraban entre sí tratando de entender hacía donde se dirigía su dirigente, infortunados al comprender…
–¡A alguien en esta oficina se le ha ocurrido la brillante idea de traicionarnos! –se escuchó el comentario entre los reunidos.
–¡Basta! Ya hay en demasía incertidumbre entre nosotros como para pueriles acusaciones –se comentó en otro lado de la sala.
–¡Si tan seguro estás de eso no dudes en mencionar nombres! –se agregaba otra voz a la trifulca.
En el intercambio de palabras entre los integrantes de la cúpula partidista se escuchaba el murmullo de aquellos incapaces de levantarse en voz ante su cobardía, mientras el líder de partido se llevaba las yemas de los dedos a las sienes ante el estrés que le generaba todo ese desasosiego que le impedía percatarse de la leve sonrisa burlona de uno de los presentes que, bajo sus sarmentosos dedos, mantenía al aire una llamada con destino a Bucareli. Insípida información era recibida por aquel a quien el establishment quería ya cambiar. El doctor Ortega presenciaba aquella grilla salida de control que, como furiosos niños, se decían las verdades renunciando tajantemente a su hipocresía partidista, sin temor a dañar sus intereses mientras abandonaban poco a poco aquella sala ante la cándida mirada del líder de partido hasta quedar sólo, en el fondo del salón, el doctor.
–¿Sabe que algo se puede aprender del exilio?
–¿Doctor Ortega? –Sorprendido alzó la mirada el líder de partido. –¿Qué rayos hace usted aquí?
–¿Esa es la forma de recibir a quién le salvará el pellejo?
–¡Ja! Si mi memoria no me falla, usted fue relegado a una embajada suramericana… no pudiendo garantizarse a sí mismo mantener su influencia en la entonces nueva administración del Presidente Domínguez. ¿Y ahora dice que viene a salvarme el pellejo?
–¡Me honra escuchar cuánto ha seguido mi humilde trayectoria! –insistía el doctor en total condescendencia.
–¡Tengo que ubicar a aquellos que sostienen una piedra con una mano mientras saludan fraternalmente con la otra, doctor! De mi parte sabe que no confío en usted, así que no encuentro motivo para continuar con esta conversación –terminaba el líder del partido mientras, tras un puñetazo a la mesa, se levantaba para salir de aquella sala.
–¡Fue un placer volverlo a ver, líder! Será interesante ver cómo lidia con su traidor.
De un seco movimiento el líder del partido paraba su marcha rumbo a la salida para volverse intrigado ante las últimas palabras del doctor, fijando su mirada intranquila que reflejaba las dudas que le invadía a aquel pobre hombre, sólo para preguntar inocentemente
– ¿Traidor?
–Me sorprende, líder… pensé que, a estas alturas de la situación, ya se hubiera percatado de aquel que lo quiere dejar fuera.
El doctor Ortega presionaría sus labios en signo de desaprobación, tratando de demostrar apoyo a aquel hombre mientras que, de un sólo movimiento, se dirigió a la salida de la sala, no sin antes palmear en dos ocasiones en el hombro al líder del partido para acabarle y dejarlo solo con su incertidumbre.
Caminar por aquellos pasillos en ese momento era sentirse en pleno día de elecciones al ver andar a tantas personas sin saber hacía donde partían. Pequeños grupos aislados de liderazgos de agrupaciones charlaban con la paranoia de ser escuchados; imbéciles aquellos que no entendieran lo que planeaban para proteger