—Si eso sucede, ten en cuenta de que yo pelearé a tu lado, –Nimbar tomó la mano de Ponizok –mi intención es cuidarte. Cuando mi maestro nos otorgó los lugares, los cuales deberíamos proteger, le solicité que me enviaran a Filardin, sentí que ese era mi lugar. En fin, cuando llegué allí, supe sobre tu existencia y me dije:
»Es por eso que vine a este lugar, a proteger a este joven príncipe. Él, en algún momento, me va a necesitar«.
Y vine.
—Cuando era un niño, una noche soñé que me caía por un barranco. Mi cuerpo golpeaba contra las filosas piedras que me iban dejando tajos adonde tocaran –Poni se acomodó, hasta que su cabeza terminó totalmente apoyada sobre su capa, la cual había colocado como almohada –en mi sueño, yo terminaba herido y un niño venia y me ayudaba. No sé quién era, pero trataba de curar mis heridas.
—No vas a creerme, pero yo también soñé lo mismo. –dijo sorprendido el mago. –Pero en el mío, yo era el que ayudaba al niño que estaba herido y tirado sobre el pasto.
—Mi señor padre, me dijo que los sueños pueden llegar a ser visiones de nuestro futuro. Que solo nosotros mismos nos podemos dar cuenta de ello. –cerró los ojos para poder dormir en la fría y nublada noche de primavera. –Si ese fue de verdad, entonces lo respetaré.
Cuando se relajó y dejó que el sueño lo invadiera, todos los sonidos del mundo, se disiparon y callaron, y él, cayó dormido.
Los lobos aullaban en las montañas y en los bosques a la gran luna que iluminó la noche. El capitán Filead, se quedó despierto varias horas, para proteger el campamento. Sus ojos miraban en todas direcciones, buscando alguna señal de vida o problemas. Sin pensar en lo que pasaría, el joven capitán se quedó dormido, contra la espalda de sir Wandor, quien del susto se despertó y tomó rápidamente el puñal. Al ver que solo había sido el capitán quien se había dormido en su vigía, este se puso en pie y caminó por las calles oscuras de la ciudad. No volvió a la fogata hasta que se hizo de día, cuando un jinete se acercó con prisa hasta donde se encontraban. Este bajó de su semental y despertó al príncipe, quien no entendía lo que sucedía.
—Mi señor príncipe –dijo quitándose el yelmo e inclinándose ante él. –por orden del rey, su señor padre: Debe marchar hacia el Norte, hacia la ciudad goldariana de Argentian.
—¿Por qué? –preguntó sin entender Ponizok.
—El rey, dijo que usted encabezará un ejército, el cual se enfrentará a las tropas del Rey Hignar de Lodriner. –El jinete, poniéndose en pie, le entregó un pergamino que contenía el sello real. –El comandante Elarkan está a la espera de sus órdenes señor, al igual que los veinte mil hombres que aguardan a las puertas de la ciudad.
Poni levantándose y acomodando su ropa, ordenó a sus acompañantes que se prepararan para partir. A los caballeros les dijo que debían acompañar a Lunebal, quien debía cumplir con su misión de buscar y comunicar el mensaje del príncipe a Lord Dreimod.
Filead al igual que Nimbar, serían los únicos que lo acompañarían al combate. El Mago parecía satisfecho por la decisión que había tenido su señor, al parecer su sueño, era un mensaje que les decía a los dos, que su amistad, sería provechosa y los beneficiaría a ambos. Cuando todos se hubieron colocado devuelta sus armas y capas, montaron en sus corceles y cada uno siguió con la orden que se le había dado.
Ante las puertas de la fortaleza se encontraba un ejército de los mejores soldados del reino, los cuales vestían corazas plateadas, con cotas de malla por debajo. Ese era el vestuario obligatorio de todo soldado fallstoriano. Varios estandartes con el blasón de los Greywolf se alzaban de entre toda esa gran masa.
El que iba a la cabeza se acercó al príncipe, y este le dijo:
—Comandante Elarkan, me honra que mi padre lo haya elegido a usted para seguirme. Espero que su destreza en la batalla me sea muy útil, al momento de enfrentarnos a los lodrinenses.
—Haré todo lo posible para que no se decepcione mi señor. –el comandante, con una mano en el corazón inclinó la cabeza. –Si Hignar quiere guerra, eso es lo que recibirá–.
Ponizok se colocó su yelmo y ordenó a los miles de hombres allí presentes que avanzaran hacia Goldanag, donde la batalla los aguardaba.
4
Amor y guerra
Argentian, la gran ciudad capital de los montañeses era magnifica en todo su esplendor. Se encontraba a los pies de las Montañas Plateadas, que según contaba la historia, en el interior de sus minas, poseían toneladas y toneladas de plata pura.
El señor de todo Goldanag y de esta ciudad era Pulerg, quien había peleado al lado del rey Alkardas, durante la época de la gran oscuridad y el alzamiento de Golbón Lenger. Este ya no era quien antes había sido, ahora su pelo y barba se habían vuelto bastante canosos por los años, pero su espíritu seguía intacto, algo que sus lores y súbditos respetaban mucho. Él no iba a dejar que un hombre de los bosques le diga lo que debía hacer con sus hornos, o qué debía utilizar para prenderlos.
El rey de Lodriner ya estaba harto de que los goldarianos entraran sin su permiso a su magnífico reino y talaran los bellos árboles que le habían sido regalados por su padre creador. Miles y miles de ellos habían sido volteados con el único fin de calentar los grandes hornos.
Ya todos en la ciudad capital, se habían preparado para el combate que se avecinaba. Los centinelas apostados en los muros, vigilaban las lejanías. En el caso de que ellos vieran a los enemigos acercarse, debían dar la alarma, para que todo hombre que supiera usar un arma, se dirigiera hacia los muros y puertas de la ciudad.
Pulerg se encontraba en lo alto del torreón principal del castillo de Argentian donde junto a sus más renombrados capitanes, decidían la defensa y como podrían escapar de la ciudad en caso de que los bosquerinos lograran penetrar los muros de la ciudad fortaleza.
—Mi señor –dijo el más alto y fortachón de los capitanes –deberíamos de advertir a nuestros aliados sobre nuestra situación, seguramente Hignar ya avanza contra este sitio y no tenemos un ejército para enfrentarlo.
—Ya es demasiado tarde, capitán Giotarniz –Pulerg se apoyaba sobre una de las ventanas de la habitación de planes y juntas –nadie llegará tan rápido en nuestra ayuda. Ni siquiera Lord Lactalion, señor del castillo Culprión, el más leal de mis señores vasallos.¡Capitán Mandorlak, necesito que de la alarma! Todo hombre, ya sea niño o adulto, debe prepararse para pelear.
—¿No sería conveniente, que enviemos a los niños y mujeres lejos de la ciudad, señor? –dijo Mandorlak.
Giotarniz tenía el cabello y los ojos color miel, mientras que Mandorlak era calvo, pero poseía una barba la cual daba a conocer que su cabello había sido alguna vez color plata, al igual que sus ojos. Pero no solo ellos dos se encontraban en ese lugar con el rey de Goldanag. También presente estaba la única capitana del ejército de Argentian. Su nombre era Kira. Su cabello era largo y ondulado. Lo tenía castaño oscuro, y sus ojos era marrón claro.
Según los hombres que servían en la ciudad, Pulerg la había elegido, por ser una de las más leales y aguerridas guerreras de todo el Valle del Alpinista. Lo único que la diferenciaba de los demás capitanes, es que era una persona alegre y no fría como Giotarniz y Mandorlak.
—No es una buena idea, capitán Mandorlak. –dijo Kira acercándose a una mesa, donde los consejeros de guerra, habían colocado un mapa de Naraligian. –Los caminos están infestados de bandidos y violadores. Enviarlos requeriría darles una protección o un escuadrón de caballeros, algo de lo que no disponemos en este momento.
—No hay alternativa, debemos defendernos como podamos. –el rey tomó asiento en la mesa –Ya envié un halcón a mi aliado y amigo, el rey Alkardas. Seguramente vendrá con un ejército a la batalla. Ruego a los dioses que haya recibido el mensaje