De entre los millares de enemigos, salió un jinete el cual llevaba puesta una armadura negra, con un casco con dos cuernos. Este enigmático personaje, descendió de su caballo y se quitó el yelmo de la cabeza.
—Vaya, vaya –dijo el caballero, que era Golbón –veo que han tenido el coraje de venir a enfrentarme en mis tierras. Y díganme –mirando el ejercito de los reyes –¡dónde esta Alkardas, o no vino con ustedes?
—Que te hace pensar que no está con nosotros –dijo Hignar colocándose al frente de sus hombres. Un hilo de sangre corría por su pecho –¿Acaso no ves que sus hombres están aquí?
—No trates de engañarme –dijo enfurecido el villano –conozco bien a los fallstorianos como para no reconocerlos. ¡Estos hombres tienen miedo! –señalándolos –un soldado de Fallstore no lo tendría, por lo contrario, sentiría un impulso de asesinar a sus enemigos. –Golbón desenfundó su espada, la cual era de acero negro como el carbón –así que lo preguntaré por última vez, y aquí termina nuestra plática. ¿Dónde está Alkardas Greywolf?
—Lejos de aquí –dijo Pulerg colocándose al costado de Hignar –Pero eso ya lo sabías ¿no? O simplemente te acabas de enterar.
Los ojos del señor de Algirón se encendieron como fuego, en su interior su corazón se llenaba de ira y odio. Sin previo aviso ordenó a sus hombres que acabaran con el ejército y le trajeran las cabezas de los reyes. Estos avanzaron contra los enemigos, quienes con todas sus fuerzas aguantaban cada asalto.
Estuvieron luchando por horas hasta que Golbón se abalanzó con su último ataque, el cual logró destruir el muro de escudos del enemigo. Los arqueros algirianos lanzaron lluvias de flechas sin piedad contra los lodrinenses, quienes caían como moscas. Hignar con valor enfrentó a su enemigo, quien parecía feliz por la valentía del sabio.
Sus espadas se cruzaban simultáneamente provocando sonidos vibrantes en el ambiente. Pulerg trató varias veces de ayudar a su compañero, pero este simplemente, lo apartaba del conflicto. El rey de Ismiranoz, cegado por el miedo, cuando vio la oportunidad junto con sus hombres emprendió la retirada, de vuelta hacia sus tierras. Eso hizo que Hignar se distrajera, dejando que Golbón asestara un golpe en el casco del bosquerino, quien perdió la razón y cayó al suelo desmayado.
El rey de Algirón levantó su espada para matar a Hignar, pero Pulerg se interpuso y bloqueó el arma de su enemigo antes de que cumpliera con su objetivo.
—Ya no tienen oportunidad contra mí y mis fuerzas –Golbón tomó con una de sus manos el mango del maso de Pulerg, quien trataba de soltarse –Los ismiranianos los abandonaron, sus hombres mueren contra los míos y además tu aliado sureño no vino a ayudarte.
En el furor del combate, se escuchó el sonido profundo de un cuerno, que sonó en lo alto de una de las colinas cercanas al campo de batalla. Como fantasmas, salieron del otro lado los estandartes del ejército fallstoriano, con el blasón de la casa Greywolf como insignia. Los hombres del señor del Sur marchaban contra los algirianos, quienes no entendían lo que pasaba.
Golbón miró a Pulerg, quien le mostraba una sonrisa burlona, mientras dejaba salir una carcajada.
—Te equivocas, traidor –dijo el señor de Goldanag, soltando su maso y tomando la espada de Hignar –estuviste ciego, y en tu ceguera de poder no te diste cuenta que todo fue para tomar Fuerte Caos.
—¡Nooooooooo! –gritó con toda su furia Golbón, quien tiraba golpes contra Pulerg. –Nadie puede conmigo, ni siquiera ese maldito lobo de Fallstore.
—Eso es algo que yo no pienso. –Alkardas frenó la espada de Golbón con la suya –Te metiste con mis amigos y aliados, traicionaste a los dioses, pero por sobre todas las cosas involucraste a mi hijo, Ponizok –El imponente rey, hizo descender con tanta furia su espada que quebró la de su contrincante en varias partes. –Si me hubieras escuchado, esto no habría pasado, y la cantidad de muertos el día de hoy, no existiría. –Alkardas golpeó con la punta de su bota en la rodilla de su enemigo, quien ensangrentado, cayó de bruces al suelo. –¡Ahora, Golbón, señor de la casa Lenger, muere por tu traición! –El imponente rey de los fallstorianos decapitó a su enemigo y su cabeza rodó por los suelos hasta golpear la bota de Pulerg.
Este la tomó y la alzó en el aire para que todos los algirianos la vieran, lo cual provocó que toda la masa de enemigos emprendiera la retirada. Ya no eran un ejército, ahora eran soldados atemorizados que corrían en todas las direcciones.
El ejército de los vencedores gritaba de júbilo por la victoria que habían obtenido, ya nada sería lo que fue antes. Pulerg se agachó y trató de despertar a Hignar quien yacía en el piso. Cuando este reaccionó, lo primero que vio fue la cara del montañés y escuchó la voz de Alkardas que le decía:
—¡No te rindas! Aún tenemos un castillo que tomar para poder volver a nuestros hogares, con nuestras familias. –este lo ayudó a ponerse en pie –Ya todo acabó, la guerra terminó. La paz llegó de vuelta a toda Naraligian.
Cuando Hignar se recuperó del golpe. Todos juntos marcharon contra el Norte de Algirón donde la victoria final los aguardaba.
2
Entre problemas y acertijos
Después de varios años Naraligian volvía a estar en paz. La batalla en los campos de Algirón ya solo era un recuerdo en la mente de todos. Pero se sabe, que las cosas deseadas no perduran mucho tiempo. Con la llegada de un mensajero a la ciudad capital, los fallstorianos de Filardin, comenzaron a estar más preocupados. Este portaba el estandarte de una casa del reino de Goldanag.
—He traído un mensaje para el rey –de su bolsillo tomó un pequeño papel enrollado, en él, un sello de cera dorado cerrándolo.
El consejero real lo tomó y se dirigió al castillo donde le fue entregado al mismo Alkardas en persona. El señor de Fallstore no mostró ninguna emoción al leer la carta. En ella decía:
Lobo gris.
»Mi querido amigo. El tiempo ha volado y la edad por fin nos ha llegado.
Tu hijo, el heredero al trono de tu reino, ya no es más un niño. En el día de hoy celebra el décimo sexto día de su nacimiento, por ello le envío un regalo digno de reyes. Esta espada fue forjada por el mejor herrero de mi tierra, la cual fue apodada como la “Furia del Sur”. Ten cuidado, el mal está surgiendo, la tierra nos lo dio a conocer. No bajes la guardia.«.
Pulerg señor de Trono de piedra.
La felicidad de Alkardas se desvaneció al instante. La sangre comenzó a enfriarse en su interior. Su consejero le entregó en sus manos la espada que estaba envuelta en lienzos.
—Capitán Filead –dijo este mientras tomaba la espada –¡Venga de inmediato!
Por la puerta de la fortaleza entró un hombre alto, de pelo castaño y ojos azul oscuro. Llevaba puesta la armadura color plata que representaba a todos los capitanes del ejército fallstoriano. Este se detuvo frente a su rey.
—Para servirle –dijo Filead mientras colocaba su mano izquierda en la empuñadura de su espada.
—Me ha llegado cierta nota –dijo el rey inclinándose para un costado y apoyando su brazo en el gran asiento –la cual me ha dejado perplejo. Dime mi fiel capitán ¿cuántos hombres componen nuestros ejércitos en este momento? Me refiero a que si debemos temer a una posible amenaza externa o simplemente me relajo.
Los ojos del capitán miraron hacia el techo, su pensamiento fijo en la pregunta. Su rey comenzó a mostrar impaciencia por el tiempo en que tardó en responder. De la boca de Filead se pudieron distinguir un grupo de palabras.
—Decenas de miles mi señor –dijo este con la barbilla en alto y sus ojos fijos en su rey. –Nuestros reclutas siguen siendo entrenados de la forma tradicional. Ya nadie se equipara con nuestras fuerzas, ni siquiera los goldarianos, quienes afirman poseer armaduras tan duras como la piedra misma.
Alkardas