Naraligian. Tierra de guerra y pasión. F.I. Bottegoni. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: F.I. Bottegoni
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878705644
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el Sur se encuentra la paz de Naraligian.

      Sus aposentos eran bastante grandes para lo que el rey imaginaba. En este se había dispuesto de frutos secos en una especie de canasta y velas en distintos candelabros de oro macizo. La cama era dura como piedra, ya que nadie la había usado en años. Le resultó difícil quedarse tranquilo y dormir.

      En sus sueños, veía a su hermosa familia, que lo esperaba a los pies de los grandes muros de su hogar. Todo era paz, salvo cuando de pronto, lo único que vio fue a las personas que más quería, ensangrentadas en el salón del trono. Las mujeres de la ciudad de Filardin eran violadas y los hombres asesinados. Lo último que el rey soñó, antes de ser despertado por uno de sus servidores, fue ver a Golbón riendo mientras la masacre ocurría.

      Cuando este se despertó del sueño, ante él se encontraba su fiel escudero quien tenía en sus manos, la armadura de su rey.

      —Ya es la mañana mi señor –dijo este colocando la pesada coraza a un costado –El rey Isnirir ha dicho que debemos iniciar la marcha.

      —¿Ha dicho algo más, con respecto al ataque? –Alkardas se limpió la cara con el agua fría de una fuente –¿No dijo por dónde piensa cruzar? O solamente piensa avanzar.

      —Él sugirió, mi señor, que debemos cruzar las Montañas Negras. el escudero, colocó la armadura a su rey –dice que los algirianos nunca esperarían que entremos por allí.

      —No lo esperarían, porque es una locura cruzar por ese lugar –Alkardas colocó su espada en el cinturón del tabardo. –Además que no contamos con las fuerzas suficientes, como para afrontar la pérdida de hombres en esos caminos.

      Cuando Alkardas estuvo listo, salió por la puerta seguido por Quitarin, su escudero. Estos emprendieron la marcha hacia las puertas de la ciudad, donde todos los esperaban. Hignar que los vio llegar les dijo:

      —Mientras más tiempo perdamos más fuerte se vuelve Golbón –este dio vuelta su caballo hasta que quedó mirando al frente de las montañas.

      Quitarin, ayudó a su señor, para que pudiera subir sin problema alguno a su caballo. Este ya preparado, ordenó a sus fuerzas que avanzaran. Miles y miles de hombres iban siguiéndolo, todos ellos marchando al ritmo de tambores y cuernos. Quitarin tomó su lugar junto a su señor. Pulerg se acercó a toda velocidad y le dijo a su amigo:

      —No entiendo la idea de cruzar por allí –dijo susurrando el montañés –Conozco las montañas más que nadie, pero esto es suicidio ¿Y si ellos nos esperan del otro lado? –dijo sosteniendo con fuerza las riendas –no estamos preparados para tal reto.

      —Lo mismo digo Pulerg –respondió el fallstoriano –pero ahora que lo pienso, no hay otra forma. Los demás caminos son demasiado largos y llegaríamos tarde para el combate.

      —Rezo a los dioses que nos protejan en ese lugar –Pulerg estaba asustado, como si supiera lo que iba a suceder, –ni siquiera sabemos lo que nos tiene preparado Golbón allí.

      —Por lo menos, acabaremos con el mal de una vez por todas. –Alkardas colocó su mano derecha en el hombro de su amigo –Lo hacemos por nuestras familias para que nuestros hijos se sientan seguros y no tengan miedo..

      La gran horda de Naraligian ahora se dirigía a las grandes y altas Montañas Negras, un grupo de cadenas montañosas las cuales según los habitantes de Ismiranoz, es donde nació la maldad del mundo, donde Halfindis, dios de la oscuridad, dio lugar a las criaturas más horribles y aterradoras sobre la faz de la tierra. Pero esas historias hablan de tiempos remotos, cuando aún existía la gran batalla entre la luz y la oscuridad.

      El paso por este lugar fue difícil. Varios hombres perdieron la vida por sus caminos y senderos, ya que, en estos podían resbalarse o simplemente, un derrumbe podría acabar con ellos. Alkardas se lo veía venir, supo desde un principio lo que les costaría cruzar por ese lugar maldito.

      Ya era de mediodía y el ejército se detuvo bajo las órdenes de sus comandantes para tomar el almuerzo merecido: pan con unas fetas de carne y vino para bajarlo todo. Los reyes se colocaron en un sector apartado de los demás hombres para discutir cómo sería su plan de ataque.

      —Les dije que esta marcha nos costaría vidas necesarias –dijo enojado el señor de Fallstore a los otros reyes –pero no, ustedes no escucharon. Ahora yo les pregunto, ¿vamos a enfrentar a Algirón en su terreno, con lo que nos queda?

      —No tenemos opción –dijo Isnirir mirando la copa repleta de vino –lo que debemos hacer, es decidir cómo acabar con los algirianos –bebió de su copa hasta que pudo seguir hablando.

      Mi plan era atacar Fuerte Caos, solo así destruiríamos la mayor parte de las fuerzas algirianas.

      —Si queremos destruir Algirón, estamos atacando la fortaleza equivocada –afirmó Alkardas –Afnargat, es de donde se controla todo ese reino. Si pudiéramos destruirla, ellos no tendrían más remedio que rendirse.

      —Es verdad lo que dice el sureño –Hignar se puso de pie para que lo escucharan bien –Lo que yo digo es que debemos engañar a los hombres de Golbón, solo así conseguiríamos el paso libre hacia esa fortaleza –espero para recuperar el aliento –¿Cuántos hombres nos quedan? –preguntó.

      —Seis mil goldarianos, diez mil fallstorianos, dos mil ochocientos lodrinenses y menos de un millar de ismiranianos –dijo Alkardas recostándose contra un tronco en el piso.

      —Esto es lo que haremos –dijo Pulerg después de meditarlo por varios segundos –nosotros uniremos nuestras fuerzas, mientras que Alkardas y sus huestes atacan Fuerte Caos. Mientras que ellos se fijan en nosotros, dejan desprotegida su fortaleza.

      —Golbón sospechará la trampa, cuando vea que nuestras filas no poseen el estandarte de los Greywolf. Por lo que nos tratarán de destruir, para luego acabar con los fallstorianos que estén en su castillo –dijo Hignar, mirando serio al rey de Goldanag.

      —Por eso, tendremos estandartes de Fallstore, pero no sus hombres –dijo sonriendo Pulerg –así y solo así, les daremos paso libre por las llanuras pantanosas –se puso de pie y ajustando su cinturón siguió –Cuando salgamos de este paso nos separamos. Alkardas –dijo mirando a su viejo amigo –espero que no falles.

      —Por mi vida lo juro –respondió mientras se ponía en pie.

      Después de haber comido placenteramente, la compañía siguió en viaje. Ya llevaban unos días marchando cuando se encontraron al final del sendero. Los fallstorianos despidiéndose de sus compañeros tomaron el rumbo Este hacia la fortaleza enemiga mientras los bravos hijos de Gustan y Mindlorn siguieron por el camino marcado.

      Estos sentían que el miedo los invadía, parecía como si sus corazones fueran a detenerse en caso de ser sorprendidos. Hignar cruzaba cada dos por tres la mirada con Isnirir y con Pulerg. Eso fue algo que llamó la atención del montañés, el señor de Lodriner sentía miedo a lo que podría pasar. Ya a lo lejos pudieron distinguir grandes torres de humo que se alzaban en los aires.

      —Así es como se ve un ejército algiriano –Hignar tomó su espada –les digo para que no queden dudas. Debemos resistir hasta que llegue la ayuda de Alkardas, cuando eso pase, avanzamos sin detenernos hacia el Norte, donde aguarda la peor de las ciudades de este reino.

      —Estamos contigo señor de Lodriner –dijo Pulerg, también tomando su pesada masa de hierro –Como dijo nuestro amigo y señor de Fallstore, lo hacemos por los que amamos.

      Isnirir asintió con la cabeza al igual que Hignar. Después de eso nadie más emitió un sonido hasta que estuvieron cerca de las fuerzas enemigas. Estas habían armado un monstruoso campamento en el cual fundían o preparaban las armas para la guerra que se avecinaba.

      En ese momento cuando las fuerzas de los tres reyes se disponían a atacar, una flecha certera dio en el pecho de Hignar quien cayó de su caballo. Fue cuando las tropas enemigas atacaron por sorpresa al recién armado ejército.

      Estos armaron un círculo de escudos y se defendieron de las repentinas oleadas de miles y