El aspecto, por así decirlo, interno de la fuerza, es la “relación” dinámica de causalidad interna y comporta una doble característica: no tiene analogía con los fenómenos externos y los hechos psíquicos se dan una vez y no reaparecen jamás, llevan la marca de la novedad, en ellos se da un verdadero cambio cualitativo –todo lo cual se ha ido constatando desde el inicio del Ensayo–. Sin que se pueda definir con precisión geométrica, Bergson intenta ahora sí caracterizar la libertad con las siguientes palabras:
Se llama libertad a la relación del yo con el acto que él lleva a cabo. Esa relación es indefinible, precisamente porque somos libres. Se analiza, en efecto, una cosa, pero no un progreso; se descompone la extensión pero no la duración. (E, p. 192)
Como bien se ve, toda definición de la libertad estaría condenada al fracaso, so pena de introducir en ella la relación espacial, sea por vía de la simbolización de origen matemático, sea por vía de la previsión y del determinismo, condenándose así toda espontaneidad.
Conclusión de la primera parte
Cuerpo, espacialización y síntesis de la conciencia
Llega el momento de recoger ciertas afirmaciones deducibles de lo expuesto acerca del Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Comencemos por la cuestión del esfuerzo. Bergson establece dos extremos bien diferenciados dentro de la serie de los estados psicológicos. El esfuerzo muscular ubicado, por decirlo así, en un extremo, en la superficie del cuerpo, no solo vincula efectos provocados por causas externas, como, por ejemplo, al aumentarse un peso que hay que levantar, con él también se involucra una porción creciente de la superficie del cuerpo que se compromete en la transformación de ese esfuerzo en dolor. A pesar de darse un cambio cualitativo en la sensación de levantar un peso y convertirse en dolor, gracias a la confluencia de las causas externas y de los órganos que se comprometen en ese proceso, se tiende a evaluarlo por la magnitud de su causa y por el número de músculos interesados. No es claro para la conciencia reflexiva que, al confluir más órganos en esa transformación, esta no sea el mero producto de una sumatoria. El número, la magnitud, en cuanto tal, correspondiente tanto a la causa como a la cantidad de órganos del cuerpo, no provoca la transformación de un estado psicológico hasta tanto no se sobrepase un umbral en el número de órganos que responden en conjunto, por ejemplo, al aumento de un peso. En el otro extremo estaría el sentimiento del esfuerzo interno, el cual dinamiza el proceso de síntesis que produce el acto libre y que, por ser interno, no resiste ningún tipo de espacialización. De suerte que esta dualidad describe un movimiento centrípeto y otro centrífugo.
Ahora bien, ¿por qué tendemos a evaluar el primer tipo de hechos psicológicos usando la idea de espacio? El análisis y crítica de esta última idea arrojó como resultado que el espacio o, mejor, la idea de espacio es el producto de un acto del espíritu, es decir, surge de adentro hacia afuera. No obstante, de manera paradójica, esta idea vicia y se interpone en nuestra apreciación del mundo interno, dificultándonos así el acceso a este último. Por ello, se requiere de un gran esfuerzo de análisis para llegar al más inmediato dato de la conciencia, la duración. Se esboza aquí una contradicción, en cierta forma interna, que redefine no solo nuestra apreciación del mundo psicológico, sino también de la realidad externa. El conflicto, si lo hay, no se da entre el mundo externo y el interno, más bien se juega una diferencia entre dos series de hechos con significados diferentes, y que, sin embargo, comportan dos aspectos propios de nuestra existencia: el más personal y por ello interno y el volcado hacia el exterior, propio de nuestras necesidades biológicas y sociales. El último aspecto se sobrepone al primero y vicia nuestro acceso a él.
En todo esto, el papel del cuerpo es decisivo, pues, como se ve, no se trata solo de la invasión de la cantidad en los hechos psicológicos. Hemos hablado de él como superficie o, si se quiere, como límite entre el mundo interno y el externo. Este límite –aunque no pasivo– aparece, por ejemplo, en dos fenómenos: en el del esfuerzo muscular antes mencionado, donde se comprometen un número importante de músculos que, con un aumento significativo, conducen el sentimiento interior hacia un cambio cualitativo; y en la atención donde los movimientos musculares del rostro, por ejemplo, forman parte del proceso interno de atención, coordinado por la idea especulativa de conocer que, en la forma de una tensión del alma, alcanza su exteriorización en contracciones musculares, como un sentimiento en el que el cuerpo interviene –sin reducirse a una simple expresión– pero sentido desde adentro.
Este último fenómeno reviste un peculiar interés, porque aquí Bergson, como ya explicamos, habla de una tensión del alma –la misma del esfuerzo interno–, que aparece coordinada con tensiones musculares. En este caso, podemos entonces observar cómo, más claramente que en el esfuerzo muscular, el cuerpo no se presenta como una simple línea de separación entre lo interno y lo externo, o con un significado puramente espacial, sino que él mismo da lugar o, mejor, es factor de profundización. No olvidemos que el tiempo espacializado fue objeto de crítica en el capítulo segundo del Ensayo y que Bergson utilizó allí una expresión tomada del Timeo para caracterizarlo: el ‘tiempo’ es un “concepto bastardo”, en el que predomina el carácter espacial proveniente de las exigencias de orden biológico y social, es decir, se origina al parecer desde afuera. Este tiempo es totalmente diferente de la duración pura. Esta, sí interior por naturaleza, es inmanente a la multiplicidad de penetración mutua, propia de los estados internos. La atención se produce como una especie de estado mixto en el que se coordinan estados internos y elementos externos, en un estado propiamente interno.10 El cuerpo parece ser el escenario y el factor de exteriorización de ese estado mixto, donde se conjugan los movimientos musculares y el proceso de concentrarse en una idea; por lo tanto, en los gestos vemos que la concentración tiene lugar. En la transformación del esfuerzo muscular hasta alcanzar el dolor, el cuerpo provocaría el estado mixto, en la medida en que el número en aumento de músculos interesados sobrepasa un umbral que cambia el esfuerzo muscular en dolor y, gracias a ello, el estado interno cambia de naturaleza.
Se plantea, de esa forma, una relación problemática entre la superficie del cuerpo y los estados internos, de la cual hace parte la crítica de la magnitud intensiva. Dicha crítica tiende a situar en su justo lugar la actividad reflexiva de la conciencia, que ha sido configurada bajo exigencias ‘externas’, ‘biológicas’ y ‘sociales’, donde interviene la idea de espacio en todo lo que piensa. Sin embargo, el problema exige también la decisión de la propia conciencia inmediata para volver sobre sí misma y asumir desde allí la observación de la duración pura. Con lo cual, ‘concepto bastardo’ y ‘mixto’ dejan de tener solo una connotación peyorativo-crítica, y desde la crítica misma proporcionan nombre a ciertas formas que adquiere el pensamiento que transcurre sobre la vida diaria de nuestro yo más externo. El cuerpo, a nuestro entender, cumple entonces un papel central en el desarrollo de este problema y, a partir de él, se construye buena parte de la reflexión del Ensayo.
En tal sentido, se entiende mejor que el cuerpo sea escenario de lo que Bergson denomina ‘endósmosis’, para describir los intercambios entre el mundo exterior y el interior. Todos los ejemplos del reloj, de la péndola y del yunque apuntan a comprender el intercambio entre nuestros estados internos y el mundo exterior. Sin la interior organización rítmica de los sonidos, previamente percibidos por nuestro oído y circulando a través de nuestro sistema nervioso, estaríamos condenados a ser puntos o yunques inconscientes, sin siquiera tener la posibilidad de ser arrullados por esa organización rítmica. Veamos el caso, por ejemplo, de los martillazos separados en el espacio que tienden a descomponer nuestra vida