Yo fui la elegida. Begoña Ameztoy. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Begoña Ameztoy
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417634599
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Necesité algunos segundos para comprender lo que me decía.

      –¿Qué Ascensión? ¿La de la residencia de Irún?

      –Pues claro –respondió sorprendida.

      No supe si debía mostrar tristeza o alegría.

      –¡Ah ya! Pobre vieja ¿y cuándo se ha muerto?

      No respondió a mi pregunta.

      –Me han dicho los de la residencia que un par de días antes de morir les entregó una carta a tu nombre.

      –¡¡¿Quééé?!!

      –Sí, como no les dejaste ningún teléfono me han llamado a mí.

      –¿Una carta?

      –Sí, es un detalle ¿no?

      Ya era hora de que Geli supiera quién era realmente Ascensión. ¡Claro! Entonces lo comprendí. Era ella la vieja que apareció en mi sueño. Una mujer sin rostro vestida de negro en una casa grande. Volvía del reino de los muertos para atormentarme.

      –¿Cuándo murió? –volví a preguntar.

      –Hace dos días.

      –Sí, exacto, hace dos días.

      –¿Qué pasa?

      No tenía por qué decírselo, pero cada vez era más consciente de lo poco que me importaba lo que pensaran los demás.

      –Esta noche he soñado con ella y ahora entiendo por qué... Estaba muerta y venía a intentar joderme un poco.

      –¿Pero qué dices, Maravi?

      –Me da igual lo que pienses. Ascensión era una bruja.

      Se quedó callada esperando una explicación, cuando descubrí el orondo perfil de Demetrio Araquistain entrando en el hotel con una carpeta bajo el brazo. Me hizo el gesto de que siguiera hablando tranquila.

      –¡Qué dices! –repitió Geli sin salir de su asombro.

      –No puedo explicártelo ahora. Me están esperando. Ya te contaré.

      Pero ella no estaba dispuesta a que la dejara así.

      –No importa quién te espere, oye... dime algo.

      Me levanté del asiento y saludé al fraile con la mano. Después me di la vuelta para seguir hablando en voz baja.

      –No tienes ni idea de cómo era. En Goñi la odiaban, la echaron del pueblo. Ni te imaginas cómo puteó a mi madre, era malísima y todo el mundo lo sabe.

      –¡No me lo puedo creer!

      –Lo que oyes... Y más cosas que me he enterado y no puedo decirte ahora.

      –¡Luego me llamas! –exclamó a la desesperada.

      –No, luego no puedo, estoy súper liada. Te llamaré por Skype cuando recoja la carta. Adiós, prima, un beso.

      La escuché decir.

      –¡Pero oye!

      Me volví hacia Demetrio Araquistain que esperaba sonriente.

      –No tengo prisa, Mara, no se preocupe.

      No sé por qué lo hice. Tal vez porque inconscientemente sé que nunca nos encontramos con nadie por azar. Que unas personas nos llevan a otras. Que siempre hay que estar alerta.

      –Ya, muchas gracias –dudé un instante antes de continuar–. Es que me ha llamado una prima para decirme que un familiar nuestro había muerto.

      El fraile asintió con expresión seria.

      –¡Ah! Vaya, lo siento.

      –No lo sienta, era una vieja bruja, que hizo mucho daño a mi familia... Y por cierto anoche soñé con ella. Ha sido una premonición.

      Demetrio arrugó la nariz y echó los labios hacia delante.

      –Muy interesante –dijo cabeceando. Después me invitó a sentarme de nuevo–. Espere un momento, por favor, ahora vuelvo. Voy a reservarme habitación para esta noche.

      No pude evitar un gesto de sorpresa.

      –¿Aquí, en el Londres?

      –Sí, vengo a menudo –sonrió–. Tengo una cena y no quiero volver a Oñate de noche.

      Vi con cuanta cordialidad le saludaban en recepción. Al momento, regresó.

      –Bueno, todo arreglado –dijo sentándose frente a mí–. Cuénteme, me interesa mucho.

      –¿Ah sí? ¿Por qué?

      Respiró hondo y dejó la carpeta sobre la mesita central.

      –Ya ve que he cumplido mi parte del trato.

      –Yo también –dije señalando los manuscritos.

      Comprendí que su mirada había cambiado. Ya no me observaba con suspicacia, sino con curiosidad. Probablemente había preguntado por mí en la fundación Oteiza. La respuesta, aunque contradictoria, seguro que no había sido del todo desfavorable.

      Se arrellanó en el sillón.

      –Claro que me interesa lo que me acaba de decir. O sea, que piensa usted que tiene alguna facultad adivinatoria.

      Me eché a reír.

      –Bueno, no sé qué significa esa pregunta. En todo caso es demasiado general ¿no cree?

      Abrió los brazos en el vacío.

      –Puede responderme lo que quiera.

      Nos miramos en silencio. Un fraile dominico, capaz de alojarse en el hotel de Londres y admirador de Jorge Oteiza, tenía que ser un tipo especial.

      –Sí, es posible que tenga algún tipo de intuiciones o premoniciones. No es tan extraño, mucha gente las tiene.

      Asintió de nuevo. Como si quisiera demostrarme que era capaz de escuchar sin un gesto de sorpresa cualquier secreto que deseara confiarle.

      –Muy bien, la creo. Entonces...

      Resoplé demostrando la pereza que me producía comenzar un relato pormenorizado de mis singulares características.

      Parecíamos entendernos solo con la mirada. Ojalá cualquiera de mis novios hubiera tenido su perspicacia.

      –Solo necesito un relato sinóptico. Cuatro pinceladas –añadió intentando darme ánimos.

      Acepté su reto.

      –Está bien –me detuve observando con aparente interés un platillo art decó que adornaba la mesa–. ¿Cuatro pinceladas? Ahí van y por este orden: En ocasiones veo muertos, que diría el amiguito de Bruce Willis, a menudo oigo voces, y eso que no soy nada cotilla, “los sueños de cuarta dimensión” para mí son pan comido... y además me creo una elegida –bueno rectifiqué–, más que una elegida, una protegida. La inteligencia cósmica vela por mí.

      Me miró despacio encajándose las gafas en el puente de la nariz.

      –¿No es lo mismo una elegida que una protegida? –preguntó como si fuera la única precisión importante.

      –No –respondí tajante–. Una elegida corre el peligro de morir en el intento, de perderse por el camino, de no encontrar la salida. Los “protegidos” tenemos un contrato blindado, un plus. “Ellos” –hice un paréntesis algo teatral–, imagino que cuando digo “Ellos” sabe que lo hago por abreviar. Pues bien “Ellos” se comprometen más con nosotros. No pueden permitirse el lujo de perdernos.

      Demetrio Araquistain carraspeó y volvió a hacer aquel gesto de arrugar la nariz y echar los labios hacia delante. Era un gesto que repetía a menudo.

      –¿Y qué me dice de los sueños de cuarta dimensión? ¿Por qué