Yo fui la elegida. Begoña Ameztoy. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Begoña Ameztoy
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417634599
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tranquilizar a la vecina.

      –A usted no le va a complicar la vida nadie. Y espero que a mí tampoco. Es un asunto que tenía pendiente, fíjese que precisamente hace un momento me estaba acordando de esta persona. De verdad, no se preocupe, Cloti, puede estar tranquila. Le dejo que me están esperando. Y muchas gracias.

      –¡Ah, bueno! Qué susto. Vale, vale, Mara.

      ¡Qué curioso! Una vez más las casualidades se confabulaban para hacerme dudar si aquella evocación de Miguel que acaba de tener, era mero azar o un presentimiento, la anticipación de un episodio desagradable que iba a marcar un tiempo complicado.

      Volví a leer el texto de la citación. Eran formulismos legales en aquella jerga rancia y anacrónica que tanto gustaba a la administración pública y a los leguleyos. Una querella criminal promovida por mi expareja Miguel Villalba contra Carlos Olaizola, otra pareja anterior mía. Eso significaba que existían pruebas de su culpabilidad, o al menos de su participación, en la agresión de la que Miguel fue víctima. La vista era el veintisiete de junio a las diez treinta horas. La única ventaja era que el palacio de la Audiencia estaba a treinta metros mal contados desde mi casa.

      Ya eran las cuatro y media de la tarde cuando entré en la cafetería del Orly. Me instalé en la mesa del fondo dispuesta a comer cualquier cosa y largarme a hacer las fotocopias para el fraile. Después llamaría a Marcos, tenía que ponerle al tanto de mi decisión de escribir la novela de nuestra familia. No le iba a hacer ninguna gracia.

      Me pedí un plato combinado, croquetas, patatas fritas, merluza rebozada y ensalada. De una vez por todas, estaba dispuesta a tomarme en serio el tema de la alimentación ayurvédica y me lo proponía cada día. Otra cosa distinta era que cumpliera mis propósitos. Al parecer mi prima Lorena, siguiendo los pasos de Naomi Campbell, ya había comenzado a consumirla y aseguraba que el tratamiento costaba una pasta, pero resultaba realmente milagroso. Aunque lo cierto era que entre mi prima Lorena y Naomi Campbell, a pesar de la alimentación ayurvédica, seguían existiendo sutiles diferencias.

      Estaba terminando de comer y a punto de pedirme un cortado cuando me di cuenta que alguien me hacía gestos desde la puerta. Sin las gafas no podía distinguir su rostro, así que me limité a saludarla pensando que sería una conocida. Pero ella no se conformó con eso. La vi acercarse sin poder evitar un gesto de fastidio.

      –¡Mara...! ¡Eres Mara Asparren!

      Su cara se me hacía familiar, pero no conseguía ubicarla.

      –Espera, eres...

      –Sí, soy ¡Verónica! –exclamó.

      –Claro... ¡Eso! Verónica Casariego.

      Me levanté y nos besamos.

      –Qué alegría encontrarte –prosiguió–. No sabía a quién pedir tu teléfono. Cambié de móvil y perdí tu contacto. He llamado a tu periódico, pero no me lo han dado. Dicen que no dan teléfonos privados de los colaboradores.

      –Ya, es la norma.

      –Es que leí tu columna donde hablabas de un bisabuelo tuyo que emigró a Filipinas y tu bisabuela Vicky y el joyero Cartier y la novela que quieres escribir.

      No entendía a dónde quería llegar.

      –Ah sí, claro.

      –Es que verás mis abuelos y mis padres han vivido en Manila muchos años. Mi abuelo era embajador y mi padre, que ya sabes que es filipino, tenía una empresa de barcos. Precisamente el otro día estuvimos en casa de mi abuela viendo cantidad de fotos de gente de allí. Oye, si necesitas cualquier cosa... Mara, me encantará ayudarte.

      Aquel sí que era un buen augurio. Tal vez pudiera contrarrestar la putada de la citación de la Audiencia.

      –No me vendría mal. Estaba a punto de tomar un café. ¿Quieres acompañarme?

      Movió la cabeza enérgicamente.

      –Qué pena, ahora no puedo –sacó el móvil de su bolso con rapidez– dime tu número, te hago una llamada y quedamos cuando quieras.

      Al día siguiente tenía que recoger el manuscrito de Herminio Etura. Calculé que en uno o dos días podría leerlo y tendría acceso a una información de Manay, de Liu Xinjiang y de otras personas relacionadas con la clase social alta de aquella época. Sin duda la misma o parecida a la que pertenecía la familia de Verónica Casariego.

      –Genial. Yo por mí esta misma semana, Vero.

      –¡Ah! Es verdad, no me acordaba que me llamabas Vero. Pues encantada, qué ilusión me hace. Mira, te estoy llamando.

      Después de comprobarlo, deslicé el dedo sobre la pantalla para colgar.

      –¿Qué te parece el viernes por la tarde?

      Lo pensó un segundo.

      –Perfecto, viernes por la tarde, te lo reservo. Llámame.

      Nos besamos otra vez. Cuando desapareció, me asaltó el recuerdo del inspector Matías Arroiz despidiéndose de mí, seis meses atrás, en aquel mismo lugar a solo dos mesas de distancia de donde me encontraba. Cuando le confesé que había decidido no ir al hospital a ver a Miguel ni continuar mi relación con él, me devolvió una mirada de infinito desprecio antes de decirme: “Lo siento, me había equivocado. Es usted mucho peor de lo que pensaba”.

      En aquel momento sus palabras me impactaron y lloré amargamente en el baño de la cafetería. Arroiz era un tipo pétreo y desagradable con una historia de divorcio muy dura a sus espaldas. Se veía reflejado en la experiencia de Miguel y por eso jamás me perdonaría.

      Volví a casa para dejar la carpeta y las fotocopias y me senté en mi sillón favorito. Una pequeña butaca frente a la ventana de mi habitación, desde la que se divisa una minúscula porción de mar y dos grandes rocas bajo el Aquarium donde rompen las olas.

      Estaba demorando la llamada a mi primo. Ni siquiera había decidido qué iba a decirle. Pero en cualquier caso sería cordial con él. Nunca olvidaba que Marcos y Antoine eran socios.

      –¡Hola, Marcos!

      –¡Ya era hora de que me llamaras, prima!

      Parecía eufórico, seguro que se había pillado nueva novia.

      –No te he llamado antes porque he estado muy liada y además ya sé que Antoine te ha puesto al día de todo.

      –Ya, bueno, pero la versión femenina siempre es más certera y detallista.

      Por supuesto empezaría con París y Cartier y terminaría con Filipinas y Manay ¿o tal vez al revés?

      –El viaje muy bien. Antoine es un espléndido cicerone y fíjate que hace quince días que hemos vuelto y ya quieren que vayamos otra vez.

      –Ja, ja –rio encantado–. Es una magnífica idea. Además, le viene bien a Antoine, tiene negocios en París y suele ir a menudo.

      –Bueno, ya se verá. Yo también estoy liada ahora –hice unos segundos de pausa–. Por fin voy a empezar a escribir el libro.

      Se hizo un breve silencio.

      –¿Ah, sí? ¿Y vas a hablar de los Cartier?

      –Sí, claro. Aunque no serán los personajes más importantes.

      No le interesaba mi comentario.

      –No creo que a ellos les guste.

      –¿Y qué?

      –Pues no sé, ahora que hemos tomado contacto.

      –Te lo he dicho, Marcos, no hay nada que rascar.

      –Es posible que tengas razón. Lo que pasa es que tampoco me apetece que escribas la historia de nuestra familia.

      Sabía que era eso lo que realmente le desagradaba.

      –Lo siento, Marcos, también es mi familia y a mí