Un libro para las damas: Estudios acerca de la educación de la mujer. María del Pilar Sinués de Marco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María del Pilar Sinués de Marco
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Учебная литература
Год издания: 0
isbn: 4057664114150
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perdido V. al esposo, al compañero de su vida que la amaba, al objeto de su único amor, y sólo ante el que es el supremo consolador de todos los dolores halla paz su pecho dolorido!... Y bien; no confundamos el deber con el egoismo, como tantas veces hacemos: léjos de tener su conciencia intranquila por no poder ir á la iglesia, resígnese á esta privacion, y llévela con paciencia por el amor de ese mismo Dios.

      --¡Ántes me confesaba cada ocho dias! ¡Y ahora, como me pongo mala cada vez que voy temprano á la iglesia, sólo puedo ir de mes á mes!

      --Y áun es demasiado.

      --¡Demasiado!

      --Sí, por cierto: ¿qué delitos, qué graves culpas puede haber en su vida ordenada, modesta y apacible que necesiten exponerse tan repetidamente ante el tribunal de la penitencia? ¿Á qué desprestigiar con la costumbre lo que la práctica tiene de grande y bueno? No se puede mirar al sacerdote como al confidente ordinario de todas las pequeñeces de la vida: en ese caso deja de ser el médico del alma: no se le puede mezclar en las debilidades ni en los secretos de la familia: el sacerdote no es el amigo íntimo, ni debe escuchar escrúpulos pueriles y mezquinos: la mision del sacerdote es altísima, y no se puede abusar de ella sin quitarle algo de su augusto prestigio, de su delicadeza y de su santidad.

      Cuando el buen sacerdote dejó de hablar, la pobre enferma del alma dejó ver una bella sonrisa, que decia claro habia comprendido á aquel varon ilustre, y que quedaba consolada con su dulce y elocuente palabra.

      Resignada y tranquila ha visto agravarse su enfermedad, y desde su gabinete habla con Dios, y le ofrece sus dolores, y la privacion de no poderle visitar en la iglesia, de no poder orar al pié de los altares.

      ¿Serán agradables esas oraciones al Dios todo amor y misericordia? No debemos dudarlo.

      II.

      Me parece que son tan agradables al padre de las misericordias un acto de perdon, la dádiva de una limosna, una lágrima dedicada al infortunio ajeno, como dos horas de rezo.

      Me parece tambien que ninguna mujer se ha de condenar porque deje de oir misa algun dia, si su madre, su esposo ó sus hijos se hallan enfermos, y necesitan de sus cuidados.

      Me parece asimismo, que tan bueno, por lo ménos, como irse á confesar todas las semanas, es no murmurar, hacer todos los favores que se puedan y llevar con resignacion las pruebas de la vida, que nunca le faltan ni áun al sér más dichoso y más opulento.

      Yo no digo por esto que no sea muy necesario el aproximarse con frecuencia á la mesa celestial, donde el alma halla tan delicioso y nutritivo alimento; pero hay muchas mujeres que se creen buenas cristianas porque oyen misa diariamente, porque rezan cierto número fijo de oraciones y porque se confiesan con mucha frecuencia, y pasan el resto de su vida en murmurar, en penetrar las vidas ajenas y en buscar las faltas de todos.

      Sólo pensarlo sería un sacrilegio.

      La virtud para serlo y para hacerse amar necesita ser dulce, tolerante, benévola, y hay algunas mujeres cuyas debilidades son la más bella apología de su corazon y áun de su carácter.

      He conocido, entre otras, una que fué la más coqueta, la más seductora, la más agraciada, la más simpática de las jóvenes de su edad, segun afirman personas del gran mundo que la han conocido; despertó innumerables pasiones, y más de una tuvo un desenlace fatal.

      Pero el matrimonio no se hallaba bien con su carácter independiente y con su deseo de libertad: pasaron los años; sus gracias perdieron con la juventud todo su prestigio; los adoradores se retiraron, y cuando ya no era tiempo, aspiró á tener un esposo, un protector, un amigo.

      No pudo alcanzar esta suprema dicha, y su carácter se volvió acre y amargo: la juventud, la hermosura llegaron á serla odiosa, porque ella no las poseia ya: censuró á los hombres y más á las mujeres: todo lo bueno, todo lo bello se le hizo profundamente antipático, y mordia y destrozaba moralmente con una saña implacable.

      Así dispuesta, fea de cuerpo y más fea de alma, se hizo beata ó santurrona.

      ¡Beata!

      ¡Horrible palabra, que encierra un mundo de amargura, de ódio y de hiel!

      Vistióse con un traje de jerga negra, púsose una mantilla de lana, unos zapatos gruesos; dejó las manos sin guantes; recogió el escaso cabello, dejando todo lo horrible posible su cara flaca y amarillenta, y así dispuesta, es decir, arrojando los últimos restos de belleza, de gracia y áun de decencia, detras de ella, empezó á ir á la iglesia, donde se pasaba los dias, y á confesar todas las semanas, criticando á las que no lo hacian.

      ¿Creerán esas mujeres que Jesus, el dulce, amante y hermoso Jesus, admite todo lo que hay en ellas de malo, que es lo que van á ofrecerle, despues de haber dado al mundo lo poco bueno que tenian?

      III.

      Imitemos á Jesus, ¡oh mujeres cristianas! á Jesus, que no llevaba el azote en la mano, sino la miel en los labios.

      Él no culpaba: aconsejaba y redimia de la culpa.

      Era piadoso y benigno para todos: era el supremo consolador de cuantos se le acercaban.

      Ya que los hombres no sepan imitar al divino modelo, imitémosle las mujeres.

      La verdadera cristiana ha de ser siempre tolerante y piadosa: ha de tener alumbrado su hogar con la dulce luz del buen ejemplo, y adornado con las flores de la paciencia y la resignacion.

      La verdadera cristiana es como la mujer fuerte de la Escritura: atiende á todo, de todo cuida, y su benéfica influencia se deja sentir por todas partes.

      La verdadera cristiana tiene siempre muchas y variadas ocupaciones, porque á la vez que se dedica á hacer la dicha y á iluminar el entendimiento de los suyos, se ocupa tambien de todas las labores de su casa y del bienestar material de los que ama.

      Cuidando de la dicha de los suyos es una mujer buena cristiana.

      He visto algunas que, bajo el pretexto de que tenian que confesarse al siguiente dia, se han negado á ir al teatro con su marido, y este marido, desairado y contrariado, ha renegado de la religion de su mujer que le privaba de su compañía.

      Esa mujer faltaba á sus deberes, al primero de sus deberes, negándose á acompañar á su marido.

      Una buena cristiana puede tener su casa muy bien dispuesta, sus hijos muy elegantes, su mesa muy bien servida, y puede ser, á pesar de todo esto, muy agradable á Dios, y áun serle agradable por lo mismo que hace todo esto, pues es gravísima falta el rodear á nuestra santa y benigna religion de fealdad, de acritud y de intolerancia.

      IV.

      La resignacion es otro de los adorables beneficios de nuestra religion sacrosanta.

      He visto á una madre que adoraba á su hijo único, mirarle muerto en la cuna, pálida, temblorosa, como una flor tronchada por el huracan, y decir, alzando los ojos al cielo:

      --¡Señor, era tuyo y te lo has llevado; hágase tu santa voluntad!

      Si aquella mujer se hubiera sublevado contra la mano que la heria, si hubiese acusado á la Providencia, aunque despues la hubiera yo visto rezar, bostezando, veinte partes de rosario, no me hubiera parecido tan verdaderamente cristiana.

      Un solo grito del alma, un latido del corazon, bastan para probar á Dios nuestro amor, nuestra obediencia y nuestra gratitud.

      No son necesarias las exterioridades ni las prácticas rutinarias de la devocion exagerada é ignorante: Dios ve el fondo del alma, y el elevar los ojos á la bóveda celeste es ya un consuelo inefable.

      No puedo expresar el disgusto que me causa cuando en la iglesia oigo rezar casi en voz alta, darse violentos golpes de pecho y lanzar suspiros dolorosos.

      Semejantes extremos sólo sirven para distraer la atencion de los que verdaderamente hablan con Dios por medio de su pensamiento recogido y absorto en la grandeza de la divinidad.

      ¿Cuántas (y áun cuántos) hay que mezclan á los suspiros y á