Un libro para las damas: Estudios acerca de la educación de la mujer. María del Pilar Sinués de Marco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: María del Pilar Sinués de Marco
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Учебная литература
Год издания: 0
isbn: 4057664114150
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muchas grandes inteligencias, en el museo del Louvre.

      La mujer que subyuga con un sentimiento grande y profundo es, á no dudarlo, algo más que bella: es preciso que tenga el supremo encanto de la gracia inteligente.

      No hay duda en que la belleza admira á primera vista, pero la gracia atrae y cautiva con una fuerza irresistible.

      Se ven hombres casados que poseen una mujer muy hermosa, y sin embargo, se apasionan verdadera y profundamente de otra tan poco favorecida por la naturaleza, que á primera vista no se comprende cómo pueda preferirla; pero si una persona inteligente trata con intimidad á la esposa y á la amada, pronto comprenderá la causa de que así suceda.

      El libertinaje, que es vulgar, como todo lo malo, atribuye aquella sinrazon, muy general en la sociedad, á una bien pobre causa: afirma que la posesion apaga el cariño, y que la mujer propia, en el hecho de serlo, ya no puede ser amada, á lo ménos por largo tiempo.

      Paréceme esto un grosero error; tanto valiera que el que ha admirado un soberbio lienzo de Rubens, en tanto que estaba de venta ó que le poseia un vecino suyo, lo arrojase á la calle á los dos dias de haber conseguido comprarlo.

      Sólo en un caso podria comprenderse que lo hiciera; si el cuadro, desde el instante de estar en su poder, empezase á perder su brillante colorido, si se borrasen de él las huellas del genio sublime que lo habia producido y se convirtiese en un lienzo vulgar, se comprende que el poseedor se llamase engañado, se irritase y se olvidase de él.

      No es, pues, la posesion lo que apaga el amor que inspiran las mujeres hermosas; es que si no tienen más que hermosura, la vista se acostumbra á ella, y no hallándose alimentada el alma, no hay amor que dure y que resista el cansancio.

      Ademas, las mujeres son casi todas graciosas ántes de hallar un esposo: pero una vez conseguido, podria creerse que su gracia era un anzuelo, y que conseguida la pesca lo han arrojado como cosa incómoda é inútil.

      Desde la hermosa Esther, reina de los judíos, que pasó de la esclavitud al trono, hasta nuestros dias, la mujer que quiere y sabe conseguirlo, es siempre adorable y adorada.

      II.

      He visto algunas mujeres que equivocan la gracia con el gracejo, y que sólo creen poseerla usando de maneras desahogadas y de palabras libres.

      Eso no es la gracia; ó á lo ménos, no es la gracia tal como yo la entiendo y como se admira en la buena y culta sociedad.

      La gracia es la reunion encantadora del candor púdico, de la decencia irreprochable, del natural cultivado, que se manifiesta con el lenguaje dulce y cortés: la gracia es un compuesto de benevolencia, de elegancia natural y perfecta, de maneras distinguidas: la gracia, cuando verdaderamente la posee una mujer, traspira en todo lo que hace, y en todo lo que toca, y hasta en todo lo que la rodea.

      Una mujer dominante y de carácter duro é irascible, no tendrá jamas gracia; por eso las virtudes rígidas, severas, y perfectas en una palabra, tienen siempre muchos ménos adeptos que las amables debilidades de algunas mujeres: parece como que la mujer debe estar siempre envuelta en una delicada nube, que es la mitad decoro y la mitad coquetería, y que la gracia debe flotar en la atmósfera que respira, como un perfume impalpable.

      La mujer es amable cuando llora, cuando rie y hasta cuando padece, si es que quiere serlo: siempre que se descubra en ella la gracia y la suavidad y que sus impresiones demuestren una alma noble y un buen corazon, puede estar segura de su imperio.

      III.

      No es la gracia patrimonio de la juventud y tambien le lleva ésta gran ventaja á la belleza: dos excelentes escritores franceses han demostrado que la mujer, en su edad madura, y áun en su ancianidad, puede poseer una gracia suprema. Mad. d'Aubray, adorable creacion de Dumas (hijo), es una prueba de este aserto, y Octavio Feuillet ha presentado otra no ménos convincente en su precioso proverbio titulado, La Partida de damas.

      Las mujeres que más adoradas han sido, no han estado dotadas de gran belleza; ninguna de ellas pertenece á la tribu divina de que nos habla Balzac en La Coussine Bette.

      Cleopatra, Mad. de Pompadour, Enriqueta de Inglaterra, María Antonieta de Francia, Isabel de Aragon, la Duquesa de Borgoña, la hija del Regente, Gabriela de Estrées y Agripina la Grande, no eran más que mujeres agradables; pero todas estaban dotadas de elevada inteligencia y de la gracia infinita que de ella nace, cuando á aquel dón del cielo va unido un carácter sensible y el sentimiento de lo bello, que revela una alma de artista.

      Indudablemente, lo que comunica al trato más gracia y más encanto es una buena educacion: la grosería y la vulgaridad son insoportables: separad de las familias el delicado velo del decoro, y sólo quedarán las sinuosidades del carácter y lo prosaico, es decir, lo odioso de la vida: desnudad el amor de las atenciones, de las delicadezas; desposeedlo de una educacion perfecta y distinguida, y el amor morirá ahogado por el materialismo, como muere una bella rosa que ha nacido en un zarzal, sofocada por las punzantes ramas, que no permiten llegar hasta ella las brisas y el sol.

      IV.

      Puede asegurarse que la gracia en la mujer es producto de un bello y dulce carácter, ó á lo ménos de un deseo constante de agradar. El arte de decir á cada uno aquello que puede serle más grato; de complacer en la mesa individualmente; de hacer con talento los honores de un salon; de mantener la conversacion viva y agradable; de vestirse bien y segun conviene para cada hora del dia; de hablar con dulzura; de sonreirse á tiempo, y sobre todo de dar á cada uno en la sociedad el lugar que le corresponde, es lo que constituye todo lo que de explicable hay en la gracia; pero hay otros mil detalles que no se pueden definir, y que son los que constituyen ese encanto de algunas mujeres tan poderoso como irresistible.

      Yo deseo á mi sexo, más que belleza, gracia; pues en ésta y no en aquélla estriba su imperio: aquélla puede compararse á una dalia, que sólo cautiva los ojos: ésta, á una rosa que satura de un precioso aroma el sitio donde reside.

       Índice

      I.

      Yo no sé á qué atribuir el que, por más que lo procuro, no puedo admirar á esas mujeres que se pasan la vida en las iglesias rezando partes de rosario y ensartando oraciones.

      Cuando las veo, pienso, sin poderlo remediar, en que su casa estará muy mal arreglada, y sus hijos, si los tienen, muy mal cuidados, y en que sus maridos serán muy poco dichosos.

      Me honro con la amistad de un virtuosísimo sacerdote, eminente en saber, y que derrama á torrentes la luz en la cátedra del Espíritu Santo, al cual he oido decir, hablando con una señora amiga mia y que se hallaba en mal estado de salud:

      --No vaya V. á la iglesia, pues eso la puede hacer daño.

      --Sólo voy á misa, respondió la doliente con alguna tristeza.

      --No vaya V. á misa tampoco.

      --Únicamente asisto los domingos.

      --No vaya V. ni siquiera ese dia: el ambiente frio del templo la empeorará.

      --¡Dios mio! exclamó mi amiga: ¡parecerá entónces que no soy cristiana!

      --Dios está en todas partes, y de todas partes oye, señora mia: lea V. la misa en su casa, en su gabinete abrigado, sentada en un sillon, y por eso Dios no escuchará ménos sus preces que nacen del alma.

      Mi amiga meció tristemente la cabeza, y despues de un rato de silencio, repuso:

      --No se puede V. figurar, señor, lo angustiada que tengo la conciencia, ¡me gustaba tanto ir á la iglesia! ¡Aquel ambiente saturado de incienso, aquellas luces, la vista de las flores frescas en los altares, de las cuales yo enviaba algunas, la imágen del Redentor del mundo y de su Madre hacian bien á mi alma afligida, y hallaba la tranquilidad en mi conciencia, porque sabía que al ir á la iglesia cumplia con un deber!

      --¡Hija mia, respondió con