Volviendo a Marinetti y al futurismo, y a riesgo de parecer contradictorio, conviene subrayar que la propagación de discursos misóginos no parece incompatible con el hecho de que Marinetti apoyase la promulgación del divorcio, el sufragio de las mujeres, y el llamado amor libre (que también sería defendido con algunos reparos por la izquierda europea: es el caso de Clara Zetkin, Alexandra Kollontai[28] en la Rusia pre-revolucionaria y de Trotski[29]). Marinetti, además, dijo desear la abolición de la servidumbre de la mujer. Todo ello permite presuponer una creencia firme en la igualdad ¿Cómo encaja entonces esto con sus pullas brutales contra el feminismo? ¿Se puede establecer una disparidad entre los textos proclamados y el comportamiento real, cotidiano, en el ámbito social?
Tomo como ejemplo el texto Come si seducono le donne, de 1917, donde Marinetti hace un uso desmedido y una verdadera apología del término libertad, aplicable también a las mujeres. Sin embargo, si se lee hasta el final se descubre que lo que Marinetti ofrece al colectivo femenino tiene como objetivo último salvaguardar la virilidad y asegurar el futuro de la nación y de la raza. Así, la libertad de la mujer estaría supeditada a su función reproductora que es lo que le otorga mérito y valor social. En el artículo titulado Contro il matrimonio (1919) afirma que «la mujer no pertenece al hombre sino más bien al futuro y al desarrollo de la raza»[30].
La adscripción a la maternidad es palmaria. En el mismo texto propone que en los juegos adolescentes los chicos no deban mezclarse con las chicas pues el contacto afemina a los chavales. Marinetti insiste en que es conveniente alejarse de la morbidez emocional presente en la delicadeza del comportamiento de las muchachas. Para ello, la segregación de sexos es la fórmula y la estrategia que propone el autor italiano. En el mismo texto Marinetti culpa a las mujeres[31] de haberse aprovechado de la guerra para acceder a un puesto de trabajo[32] que no les pertenece. Y el hombre es infeliz pues se ha quedado sin empleo y se reconcome en casa. El mismo tipo de argumentación se materializó en la Alemania de entreguerras como ha demostrado Maria Tatar en Lustmord. Sexual Murder in Weimar Germany[33]. Lo ejemplifica en el estudio de la novelística de Alfred Döblin[34], en particular en Berlin Alexanderplatz, además de en la producción pictórica de Dix y de Grosz. Tatar detecta en la cultura de la República de Weimar signos numerosos de una violencia de género alimentada, en parte, por el rencor dirigido hacia las mujeres que ocuparon puestos de trabajo en la industria y en otros sectores laborales durante la contienda. Aun a riesgo de pecar de lapidario podría afirmar que la lucha se trasladó, al término de la guerra, al ámbito doméstico. Desarrollaré estas nociones en el próximo capítulo.
Huelga decir que las ideas de Marinetti fueron compartidas por muchos hombres de credos políticos harto diferentes en otros países antes, durante y después de la Grande Guerre, (por ejemplo, como ya señalé, en la novela Le surmâle, de Alfred Jarry, 1902[35]).
La importancia capital de Marinetti, y su influjo, no puede soslayarse, a pesar de que se pueda tropezar en sus discursos y alegatos con planteamientos equívocos e incluso incoherentes. De ahí que no convenga confundir las andanadas contrarias al matrimonio, que pueden dar a entender su rechazo al sometimiento a las reglas y convenciones sociales, con una visión igualitaria entre los sexos. Para Marinetti el afeminamiento, la contaminación de lo femenino, es siempre perniciosa pues desviriliza y marchita al macho. La sociedad que admiran Marinetti y, al menos hasta 1915, los demás futuristas, sus adláteres, requiere músculos de acero.
Su odio hacia lo femenino no afecta sólo a las mujeres. En Contro il lusso femminile,[36] Marinetti asocia la feminización en el varón con la homosexualidad, denominada, en aquellos años, pederastia.
Los machos se transforman en joyeros, perfumistas, sastres, estilistas, planchadores, bordadores y pederastas[37].
Se colige de facto de esta descripción la división laboral de tareas en función del sexo. Es un claro aviso contra la hibridez y la ósmosis entre los rasgos femeninos y los masculinos que en el pensamiento ortodoxo del autor siempre han de mantenerse separados. Otro ejemplo de la homofobia del autor italiano lo encontramos en Al di là del comunismo (1921):
La paz absoluta reinará tal vez con la desaparición de las razas humanas. Si fuese un comunista, me preocuparía de las próximas guerras entre pederastas y lesbianas, que se unirán entonces contra los hombres normales[38].
Queda claro que entre los denominados hombres normales, aunque pertenezcan a un orbe ideológico detestado por Marinetti, se incluye él mismo, cuya agresiva virilidad resulta fórmula indispensable para declarar nuevas guerras y lidiar la lucha contra la homosexualidad y el lesbianismo.
La homofobia recalcitrante de Marinetti se basa en la creencia de que existe un periodo en la vida de los jóvenes en que se fraguan lazos de camaradería que se tuercen. Una confraternización que se intensifica en los deportes atléticos y que puede acarrear relaciones homoeróticas dada la ausencia de mujeres. A partir de los treinta años, la edad del orden y del trabajo, resulta imprescindible regresar a la heterosexualidad hegemónica, de lo contrario se corre el riesgo de ser estigmatizado socialmente con frases del tipo il falso uomo, la mezza donna.
En el plano artístico es sabido que Marinetti era consciente de la existencia de artistas y escritores que le producían fobia y que él tachaba de invertiti nati. En el periodo que precede a la Primera Guerra Mundial la cultura homosexual europea echaba raíces. Algunos ejemplos lo ofrecen las pinturas del sueco Eugène Jansson y del británico Duncan Grant, y los dibujos de púberes del suizo Otto Meyer-Amden. Tampoco puede orillarse la existencia, en un circuito más solapado, de las fotografías semiprohibidas de jóvenes y adolescentes desnudos de Van Gloeden, Van Pluschow, Vincenzo Galdi que se distribuían clandestinamente[39]… Dicho esto, convendría meditar sobre los motivos de la escasa, incluso rala resonancia que tuvo dicha producción artística en los cenáculos de la modernidad. Le perjudicaban varios factores: que fuese fotografía (carente de estatus artístico), su marginalidad (a pesar de que algunas obras fueron adquiridas por ricos potentados de clase alta) y una estética considerada convencional según los patrones nuevos del arte moderno.
Frente a tanto peligro de amaneramiento, según Marinetti, sólo los pechos desnudos de una mujer pueden reconducir al varón a la enaltecida hombría y también a la patria. ¿Extraña combinación? No tanto si se piensa en el trasfondo militarista de los adalides de la virilidad sin mácula.
Todo esto contrasta con la herencia dejada por Baudelaire en el Éloge du maquillage (parte undécima de Le peintre de la vie moderne). Dado que la naturaleza conduce al hombre a violencias, bajezas y brutalidades varias, el autor de Les fleurs du mal, para contrarrestarlas, aprecia el uso del maquillaje y del artificio. Los adornos son símbolos de la nobleza humana. De ahí puede deducirse