En la partenogénesis de algunos insectos y plantas no hay intervención ni concurso masculinos. Estaríamos aquí ante un ejemplo tomado de la naturaleza pero transformado en realidad en beneficio del hombre. Pero hay mucho más en esta novela en la que se relatan brutalidades y atrocidades como la que lleva a cabo Magmal, el hermano de Mafarka, con su novia, a la que destroza sin contemplaciones ni miramientos. Por otro lado, en el texto se despliega claramente una ambición colonizadora e imperialista que ha estudiado Barbara Spackman en Fascist Virilities. Rhetoric, Ideology, and Social Fantasy in Italy[18] y de cuyas interpretaciones soy deudor.
El trasfondo prepotente de la novela es notable. Se inicia con una declaración del protagonista que afirma sin escrúpulos que el espíritu del hombre es un ovario no ejercitado que ha de ser fecundado por vez primera sin la presencia de la mujer. La finalidad, plasmada con detalle en la obra, consiste en prescindir de la vagina para los fines reproductivos del protagonista. Se trata, por ende, de procrear sin necesidad de practicar el coito vaginal. Además, en esta novela, de redacción un tanto farragosa, se explicita en voz de Mafarka una sobrevaloración del papel motor del esperma.
En la novela de Marinetti, vinculada de alguna forma a una copiosa tradición misógina que anidó en la modernidad –verbigracia en Le Surmâle (1902) de Alfred Jarry–, el desprecio hacia lo femenino está anclado en una visión del cuerpo femenino asociada a la abyección. Veamos un pasaje en donde aflora la misoginia:
Es posible procrear un gigante inmortal de su propia carne sin la ayuda y la apestosa complicidad de la matriz de la mujer[19].
La adjetivación oprobiosa en alusión a los órganos internos del cuerpo de la mujer encontrará asiento, como ha estudiado Klaus Theweleit en Männerphantasien, 1977[20], en textos y escritos de milicianos y militares alemanes (los temibles Freikorps), escritos unos años después, que describen el cuerpo femenino como un charco pestilente. En una línea semejante se evoca la putrefacción de los despojos de un cadáver femenino en la novela de Marinetti[21].
Uno de los personajes centrales de la novela es el hijo del protagonista, Gazourmah. Se trata de una criatura que semeja un aeroplano, y que será forjada y engendrada por el propio padre. Marinetti enfatiza la filiación patrilineal. El vástago se caracteriza por una musculatura firme y sólida. Recuérdese la insistencia en la fuerza, es decir, la virilidad, de los textos futuristas. Una potencia que alimenta el orden fálico y de la que, según los patrones culturales hegemónicos de la época, carecen las féminas.
Gazourmah es un niño que al poco de nacer pronuncia lindezas y referencias a la violación; no parece comportarse, por ende, como un ángel, a pesar de que, al decir de su progenitor, ha nacido «hermoso y sin todas las taras que proceden de la vulva maléfica»[22]. En otro pasaje de la novela Gazourmah presume de su potencial fertilizador y eyaculador y llega incluso a señalar que desvirgará las brisas. Este acto imaginado e hiperbólico puede sorprender y desconcertar al lector de hoy pero esta fanfarronada se entiende en la lógica hipermasculinista de la novela. Marinetti escribe que la maldición que sufre la vulva, a pesar de su presencia mayúscula en la novela, se ve compensada con el inusitado fenómeno de que toda materia se torna femenina[23] y, por tanto, penetrable, lo cual acentúa la perspectiva falócrata de la novela. Los objetos, el paisaje, incluso los personajes masculinos de la novela, incluyendo al propio Mafarka, se vuelven de algún modo femeninos. Esta extensión ad absurdum casa bien con la fantasía dominadora de Marinetti sobre lo femenino[24] y no parece tener límites y nada tiene que ver con una flexibilidad de género, con un transgenerismo avant la lettre. Al contrario, todo personaje femenino debe estar dispuesto a ser violado, salvo una mujer llamada Langurama que es presentada como un ser inerte, o la madre de Mafarka que es un cadáver, una momia. Y así sucede también al mencionar a un grupo de mujeres africanas, que amén de ser comparadas con simples mercancías (goma, plátanos, vainilla, café), se «retuercen de dolor bajo el peso de los machos, cuyos riñones de bronce se levantaban y bajaban». Con esta retórica atrabilaria se describe el acto brutal de los violadores[25].
Barbara Spackman sostiene que el padre engendrador, que hace las veces de madre –aunque no acepte de modo alguno esa denominación– y el hijo tejen lazos afectivos de tal intensidad que podríamos hablar de male bonding, o de una homosocialidad embozada que iría más allá de la camaradería, ya que se prescinde en la práctica de la mujer. Al usurpar la función y el papel tradicionalmente adscrito a la madre, Mafarka se convierte en una suerte de madre-padre de una sola pieza, algo que parece contradecirse con el hecho de que Mafarka despotrique continuamente del poder debilitador que proviene de las relaciones sexuales con las mujeres. De este modo se estaría apuntando al mito de la vagina dentata, muy frecuentemente evocado en el surrealismo, que se basa en el miedo infundado de que la mujer castre al varón. Estamos ante la fabricación masculinista de un contradiscurso apotropaico, con el que se intenta alejar un flujo maligno, en este caso, el supuesto poder procedente de los genitales de la mujer que en el acto del coito atraparían al sexo del hombre anulándolo.
En la novela, amén de glorificar la violencia sexual dirigida hacia el orbe femenino, se presenta una exaltación de la falocracia llevada incluso al reino animal. Un episodio significativo es aquel en el que se habla de un caballo, de un semental vendido por el diablo cuya zeb (polla) de once metros de longitud despierta el entusiasmo entre las jóvenes. El demonio, en un alarde de imaginación propio de una narración oriental que podría hacer pensar en Las mil y una noches, envidioso del semental, le corta el rabo al equino. A renglón seguido se lo sirvió relleno a Mafarka que, tras engullirlo, experimentó deseos lascivos con todos los elementos considerados femeninos de su alrededor. Estamos por consiguiente ante una manifestación literaria de paroxismo hiperfálico en la que los genitales y la virilidad hacen las veces de herramientas de poder.
Si he concedido tanta relevancia a esta novela, que ofrece algunas deficiencias literarias en su nudo y desenlace, es debido a que en ella se asienta un pensamiento en el que la violencia sexual se torna en dispositivo para controlar y eliminar el potencial femenino, a la par que se aboga por una suerte de autarquía masculina, semejante a la que puede hallarse en un contexto bélico o a la camaradería de los cuarteles. El cuerpo de la mujer, continuamente violado y conquistado, se transmuta en cualquier mercancía de la que el sujeto masculino puede fácilmente apoderarse como un simple objeto.
De alguna manera, en su desprecio a la mujer, el discurso delirante y misógino de Marinetti se inscribe en un linaje y en unas normas de género que le precedieron y en las que abundaba la magnificación de la masculinidad entendida como fuerza[26]. Un ejemplo, en su propio país, lo depara el texto de 1898, La virilità nazionale e le colonie italiane, de Pasquale Turiello. Este autor defendió la tesis de que la conquista de territorios y el mantenimiento de las colonias se debe llevar a cabo mediante la fuerza viril. Italia ha padecido, según Turiello, una muliebrità política (feminidad política) desde el Risorgimento que consiste en una debilidad casi congénita, que ha provocado que la nación italiana cediera ante otras. Italia debe tomar una acción viril, es decir una política más emprendedora, más activa, más colonizadora y eso supone el uso directo de la violencia.
Con estos mimbres, no es