Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Vincent Bugliosi
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788494968495
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      ¿Por qué?, preguntó Burdick. Bueno, contestó Garretson, no mucho después de la marcha de Steve, se dio cuenta de que el pomo de la puerta estaba bajado, como si alguien hubiera intentado abrirla. Y cuando intentó usar el teléfono para saber la hora, descubrió que no funcionaba.

      Como los demás agentes, Burdick encontraba difícil de creer que Garretson, aun reconociendo que pasó la noche despierto, no oyera nada, mientras que algunos vecinos, más lejos, oyeron disparos o gritos. Sin embargo, Garretson insistió en que ni oyó ni vio nada. Estaba menos seguro sobre otra cuestión, si salió al jardín trasero al soltar los perros de Altobelli. A Burdick le pareció que se mostraba evasivo acerca de aquello. No obstante, desde el jardín no podía ver la vivienda principal, aunque quizás hubiera podido oír algo.

      Para el LAPD, iba a llegar ya el momento de la verdad. Burdick empezó a montar el polígrafo, leyendo al mismo tiempo la lista de las preguntas que pensaba hacerle.

      Eso también era un procedimiento estándar, y bastante psicológico. Saber que iba a hacerse cierta pregunta, pero no cuándo, aumentaba la tensión y hacía resaltar la respuesta. Entonces inició la prueba.

      P. ¿Garretson es tu apellido auténtico?

      R. Sí.

      Ninguna respuesta específica.

      P. En relación a Steve, ¿provocaste su muerte?

      R. No.

      Mirando hacia adelante, Garretson no veía la cara de Burdick. Este siguió con una voz natural cuando pasó a la siguiente pregunta, sin indicar de ninguna manera que las agujas de acero del polígrafo habían dado una sacudida a través de la gráfica.

      P. ¿Has entendido las preguntas?

      R. Sí.

      P. ¿Te sientes responsable de la muerte de Steve?

      R. Por el hecho de que me conociera, sí.

      P. ¿Cómo?

      R. Por el hecho de que me conociera. Quiero decir, si no, no habría subido aquella noche, y no le habría pasado nada, en otras palabras.

      Burdick relajó el manguito de la presión que llevaba en un brazo Garretson, le dijo que se tranquilizara y habló con él un rato de manera informal. Luego volvieron la presión y las preguntas, cambiadas solo un poco esta vez.

      P. ¿Garretson es tu apellido auténtico?

      R. Sí.

      P. ¿Disparaste a Steve?

      R. No.

      Ninguna respuesta específica.

      Más preguntas de la prueba, seguidas de: «¿Sabes quién causó la muerte de la Sra. Polanski?».

      R. No.

      P. ¿Causaste la muerte de la Sra. Polanski?

      R. No.

      Seguía sin haber ninguna respuesta específica.

      Burdick aceptó ya la explicación de Garretson: se sentía responsable de la muerte de Parent, pero no tuvo nada que ver con ella ni con los demás asesinatos. La prueba se alargó una media hora más, durante la cual Burdick cerró varias vías de investigación. Garretson no era gay; jamás había mantenido relaciones sexuales con ninguna de las víctimas ni había vendido drogas.

      No había ningún indicio de que estuviera mintiendo, pero no dejó de mostrarse nervioso. Burdick le preguntó por qué. Garretson le contó que cuando lo llevaban a la celda un policía lo había señalado y había dicho: «Ese es el que los ha matado a todos».

      P. Me imagino que te afectaría. ¿Pero no significa eso que estás mintiendo?

      R. No, solo estoy confuso.

      P. ¿Por qué?

      R. Para empezar, ¿por qué no me asesinaron a mí?

      P. No lo sé.

      Aunque legalmente es inadmisible como prueba, la policía cree en el polígrafo26. A pesar de que en aquel momento no le informaron de ello, Garretson superó la prueba. «Al finalizar la prueba —escribió el capitán Don Martin, al mando de la SID, en su informe oficial—, el agente que la realizó opinó que el Sr. Garretson decía la verdad y no estaba implicado penalmente en los homicidios del caso Polanski.»

      De forma no oficial, aunque Burdick creía que Garretson «tenía las manos limpias» en cuanto a la participación en los asesinatos, pensaba que era un poco «opaco» en cuanto a lo que sabía. Era posible que oyera algo, y que luego, asustado, se hubiera ocultado hasta el amanecer. No obstante, ello no pasaba de ser una conjetura.

      A efectos prácticos, con el polígrafo, William Eston Garretson dejó de ser un «buen sospechoso». Sin embargo, aquella irritante pregunta seguía pendiente. Habían asesinado a todas y cada una de las personas que se encontraban en el 10050 de Cielo Drive, menos a una. ¿Por qué?

      Como no hubo una respuesta inmediata, y, desde luego, en parte porque, como fue la única persona con vida que hallaron en la finca, parecía un sospechoso con muchas posibilidades de ser culpable, mantuvieron en prisión a Garretson otro día.

      Aquel mismo domingo, Jerrold D. Friedman, un estudiante de la UCLA, se puso en contacto con la policía y le comunicó que fue a él a quien realizó la llamada telefónica Steven Parent en torno a las once y cuarenta y cinco de la noche. Parent iba a montar a Friedman un equipo estereofónico y quería hablar de los detalles. Friedman intentó dar una excusa diciendo que era tarde, pero al final cedió y le dijo a Parent que podía pasarse unos minutos. Parent le preguntó la hora, y, cuando él se la dijo, le aseguró que llegaría hacia las doce y media27. Según Friedman, «jamás vino».

      Aquel domingo, el LAPD no solo perdió al mejor sospechoso que tenía hasta la fecha: otra pista prometedora quedó en nada. El Ferrari rojo de Sharon Tate, que la policía creía que podría haberse utilizado para escapar, fue localizado en un garaje de Beverly Hills adonde lo había llevado Sharon la semana anterior para unas reparaciones.

      Aquella noche Roman Polanski regresó de Londres. Los periodistas que lo vieron en el aeropuerto dijeron que estaba «completamente abatido» y «superado por la tragedia». Aunque se negó a hablar con la prensa, un portavoz del cineasta negó que los rumores sobre una desavenencia matrimonial tuvieran fundamento alguno. Polanski se quedó en Londres, dijo, porque no había terminado su trabajo allí. Sharon regresó a casa pronto, en barco, debido a las restricciones de las compañías aéreas para volar durante los dos últimos meses de embarazo.

      Llevaron a Polanski a un apartamento dentro del solar de Paramount, donde permaneció aislado y recibió atención médica. La policía habló con él brevemente aquella noche, pero en aquel momento fue incapaz de sugerir alguna persona que tuviera un móvil para cometer los asesinatos.

      Frank Struthers también regresó a Los Ángeles aquel domingo por la noche. En torno a las ocho y media los Saffie lo dejaron al final de la larga entrada que llevaba hasta el domicilio de los LaBianca. Subiendo por la entrada con la maleta y el material de acampada a cuestas, el joven de quince años se fijó en que la lancha motora seguía en el remolque detrás del Thunderbird de Leno. Le pareció extraño, porque a su padrastro no le gustaba dejar la lancha fuera por la noche. Después de guardar el material en el garaje, se dirigió a la puerta de atrás del domicilio.

      Solo entonces se percató de que habían bajado todas las persianas. No recordaba haberlas visto así nunca, y eso le asustó un poquito. La luz de la cocina estaba encendida, y llamó a la puerta. No hubo respuesta. Llamó en voz alta. De nuevo no hubo respuesta.

      Muy inquieto ya, se acercó al teléfono público más cercano, que estaba al lado de un puesto de hamburguesas en Hyperion con Rowena. Marcó el número de casa y, como no cogía nadie, intentó dar con su hermana en el restaurante donde trabajaba. Susan libraba aquella noche, pero el encargado le sugirió que llamara al apartamento de ella. Frank le dio el número del teléfono público desde donde le había telefoneado.

      Susan