También sabía algo más que los investigadores de la entidad financiera no habían descubierto. La personalidad de Jay Sebring tenía un lado más oscuro que afloró durante las numerosas conversaciones mantenidas por la policía. Tal y como constaba en el informe oficial: «Se le consideraba un galán y llevaba a muchas mujeres a su domicilio en las colinas de Hollywood. Las ataba con una pequeña cuerda de ventana de guillotina y, si aceptaban, las azotaba, después de lo cual mantenían relaciones sexuales».
Hacía tiempo que circulaban rumores sobre ese asunto por Hollywood. Entonces, cuando la prensa se enteró de ellos, se convirtieron en la base de un sinfín de teorías, siendo la principal de ellas que había habido algún tipo de orgía sadomasoquista la noche del 9 de agosto de 1969 en el 10050 de Cielo Drive.
El LAPD no se planteó en serio en ningún momento que los extraños hábitos sexuales de Sebring fueran una posible causa de los asesinatos. Ninguna de las chicas con las que hablaron—y fueron muchas, porque Sebring salía a menudo con cinco o seis distintas por semana— dijo que Sebring le hubiera hecho daño de verdad, aunque solía pedirles que fingieran dolor. Ni, por lo que se podía determinar, estaba metido Sebring en el sexo en grupo: tenía demasiado miedo a que sus rarezas íntimas lo expusieran al ridículo. La prosaica verdad parecía ser que detrás de la imagen pública cultivada con esmero había un hombre atribulado que se sentía muy solo, tan inseguro en su papel que hasta en su vida sexual tenía que volver a la fantasía.
Causa de la muerte: desangramiento. La víctima se desangró literalmente hasta morir. La víctima había sido apuñalada siete veces y había recibido un disparo, y al menos tres de las heridas de arma blanca, además de la causada por el disparo, habían sido mortales de necesidad.
Abigail Anne Folger, mujer blanca, veinticinco años, un metro y sesenta y cuatro centímetros, cincuenta y cuatro kilos, pelo castaño, ojos color avellana, domicilio desde el 1de abril, el 10050 de Cielo Drive. Antes vivía en el 2774 de Woodstock Road. Profesión, heredera de la fortuna del emporio del café de Folger (…)
La fiesta de presentación en sociedad de Abigail Folger, Gibby, se celebró en el Hotel St. Francis, en San Francisco, el 21 de diciembre de 1961. El baile de etiqueta, de estilo italiano, fue uno de los platos fuertes de la temporada social, y la debutante llevaba un vestido de Dior de color amarillo claro que había comprado en París el verano anterior.
Después de aquello fue a Radcliffe, donde se licenció con matrícula de honor; trabajó un tiempo de directora de publicidad en el Museo de Arte de la Universidad de California, en Berkeley; dejó ese empleo para trabajar en una librería de Nueva York; luego se metió en la asistencia social en los guetos. Fue estando en Nueva York, a principios de 1968, cuando el novelista polaco Jerzy Kosinski la presentó a Voytek Frykowski. Aquel agosto, se fueron juntos de Nueva York en coche hasta Los Ángeles, donde alquilaron una casa en el 2774 de Woodstock Road, al lado de Mulholland, en las colinas de Hollywood. A través de Frykowski conoció a los Polanski, a Sebring y a otras personas de aquel círculo. Era una de las inversoras de Sebring International.
Poco después de llegar al sur de California, se inscribió como asistente social voluntaria en el Departamento de Bienestar del Condado de Los Ángeles, y se levantaba al alba todos los días para realizar tareas que la llevaban a Watts, Pacoima y otras zonas de guetos. Continuó trabajando hasta el día antes de que Frykowski y ella se mudaran al 10050 de Cielo Drive.
Después de eso algo cambió. Probablemente fuera una mezcla de cosas. Se deprimió por lo poco que se conseguía en realidad en aquel trabajo, por lo grandes que seguían siendo los problemas. «Muchos asistentes sociales vuelven a casa de noche, se dan un baño y así se quitan de encima el día. Yo no puedo. El sufrimiento me corroe», dijo a una amistad de San Francisco. En mayo, el concejal negro Thomas Bradley se disputó la alcaldía de Los Ángeles con Samuel Yorty, que la ostentaba en aquel momento. La derrota de Bradley, después de una campaña plagada de calumnias raciales, la dejó desilusionada y resentida. No reanudó el trabajo de asistencia social. También estaba inquieta por cómo iba su lío con Frykowski, y por el consumo que hacían de drogas, que había pasado la fase de la experimentación.
Habló de todo esto con su psiquiatra, el Dr. Marvin Flicker. La veía cinco días a la semana, de lunes a viernes, a las cuatro y media de la tarde.
Aquel viernes no faltó a la cita.
Flicker dijo a la policía que pensaba que Abigail estaba a punto de dejar a Frywoski, que estaba tratando de armarse del valor suficiente para hacer su vida.
La policía no fue capaz de determinar con exactitud cuándo empezaron Folger y Frykowski a consumir más drogas de la cuenta, con regularidad. Se supo que en el viaje a través del país se habían detenido en Irving, en Tejas, y se habían alojado varios días con un traficante de drogas importante que la policía local y la de Dallas conocían bien. Los traficantes se contaban entre los invitados asiduos no solo en la casa de Woodstock, sino también después de que se mudaran a Cielo Drive. William Tennant dijo a la policía que siempre que iba de visita al segundo domicilio, Abigail «parecía estar atontada por los estupefacientes». La última vez que habló su madre con ella, alrededor de las diez de la noche de aquel viernes, dijo que Gibby daba la impresión de estar lúcida pero «un poco colocada». La Sra. Folger, que no ignoraba los problemas de su hija, había aportado grandes cantidades de dinero y tiempo a la clínica gratuita Haight-Ashbury, para ayudar en el trabajo pionero en el tratamiento del consumo de drogas que estaban llevando a cabo.
Los coroners hallaron 2,4 miligramos de metilendioxianfetamina —MDA— en el cuerpo de Abigail Folger. Que fuera una cantidad mayor que la encontrada en el cuerpo de Voytek Frykowski —0,6— no indicaba necesariamente que hubiera tomado una cantidad mayor de esa droga, sino que podía significar que la había tomado después.
Los efectos de la droga varían en función del individuo y de la dosis, pero una cosa estaba clara. Aquella noche fue perfectamente consciente de lo que estaba pasando.
La víctima había sido apuñalada veintiocho veces.
Wojiciech Frykowski, Voytek, hombre blanco, treinta y dos años, un metro y setenta y cinco centímetros, setenta y cuatro kilos, pelo rubio, ojos azules. Frykowski había estado viviendo con Abigail Folger como pareja de hecho (…)
«Voytek —diría después Roman Polanski a los periodistas— era un hombre de poco talento pero de enorme encanto.» Eran amigos desde Polonia, y el padre de Frykowski, según se decía, había ayudado a financiar una de las primeras películas de Polanski. Hasta en Polonia, Frykowski tenía fama de mujeriego. Según otros exiliados como él, en cierta ocasión se enfrentó y dejó inoperativos a dos miembros de la policía secreta, cosa que pudo tener algo que ver con su salida de Polonia en 1967. Se casó dos veces y tuvo un hijo, que se quedó en Polonia cuando él se mudó a París. Tanto allí como más tarde en Nueva York, Polanski le dio dinero y ánimos, con la esperanza —pero conociendo bien a Voytek, sin demasiado optimismo— de que alguno de sus grandiosos proyectos se cumpliera. Ninguno llegó a hacerlo. Decía a la gente que era escritor, pero nadie recordaba haber leído una línea suya.
Las amistades de Abigail Folger dijeron a la policía que Frykowski la había introducido en las drogas a fin de tenerla bajo control. Las amistades de este dijeron lo contrario, que Folger había proporcionado las drogas para no perderlo.
Según el informe policial: «No tenía ninguna fuente de ingresos y vivía a costa de la fortuna de Folger (…) Consumía cocaína, mescalina, LSD, marihuana, hachís en grandes cantidades (…) Era extrovertido e invitaba a casi todo el mundo que conocía a que viniera a verle a su domicilio. Las fiestas con estupefacientes estaban a la orden del día».
Luchó duro por su vida. La víctima recibió dos disparos, fue golpeada en la cabeza trece veces con un objeto contundente y apuñalada cincuenta y una veces.
Steven Earl Parent, hombre, blanco, dieciocho