Observó cómo se alejaban en el coche. No reparó en la hora exacta, a excepción de que eran entre la una y las dos de la mañana, probablemente más cerca de la segunda hora que de la primera, porque no mucho después de que se fueran cerraron los bares y el quiosco se animó.
Por lo que se sabe, John Fokianos fue el último —aparte de la o las personas que cometieron los asesinatos— que vio vivos a Rosemary y Leno LaBianca.
A las doce del mediodía del domingo el vestíbulo frente a la sala de autopsias del primer piso de la Sala de Justicia estaba atestado de periodistas y cámaras de televisión, todos ellos a la espera de la declaración del coroner.
La espera sería larga. Aunque las autopsias habían comenzado a las nueve y cincuenta de la mañana, y habían obligado a trabajar a varios ayudantes del coroner, no se completaría la última antes de las tres de la tarde.
El Dr. R.C. Henry realizó las autopsias de Folger y Sebring; el Dr. Gastón Herrera, las de Frykowski y Parent. El Dr. Noguchi supervisó y dirigió las cuatro; además, llevó a cabo personalmente la otra autopsia, que empezó a las once y veinte de la mañana.
Sharon Marie Polanski, 10050 de Cielo Drive, mujer blanca, veintiséis años, un metro y sesenta centímetros, sesenta y un kilos, pelo rubio, ojos color avellana. Profesión de la víctima: actriz (…)
Los informes de las autopsias son documentos ásperos. Fríos, precisos, pueden indicar cómo murieron las víctimas, y dar pistas sobre sus últimas horas, pero en ningún momento los objetos de las autopsias aparecen, siquiera brevemente, como personas. Cada informe es, a su manera, la suma total de una vida, y sin embargo se entrevé muy poco cómo se vivió esa vida. No hay gustos, manías, amores, odios, miedos, aspiraciones u otras emociones humanas; solo una fría recapitulación final: «El cuerpo ha tenido un desarrollo normal (…) El páncreas no presenta anomalías (…) El corazón pesa trescientos cuarenta gramos y es simétrico (…)».
Sin embargo las víctimas habían vivido, cada una de ellas tenía un pasado.
En gran parte la historia de Sharon Tate parecía el comunicado de prensa de un estudio. Daba la impresión de que siempre había querido ser actriz. A los seis meses había sido Miss Chiquitina de Dallas, a los dieciséis años Miss Richland, en Washington, y luego Miss Autorama. Cuando su padre, oficial del ejército de carrera, fue destinado a San Pedro, iba a dedo a la cercana Los Ángeles a rondar los estudios.
Además de ambición, tenía al menos otra cosa más a su favor: era una chica muy guapa. Se hizo con un agente que le consiguió unos cuantos anuncios, y luego, en 1963, una prueba para la serie de televisión Expreso a Petticoat. El productor Martin Ransohoff vio a la bonita chica de veintiún años en el plató y, según la publicidad del estudio, le dijo: «Encanto, te voy a convertir en una estrella».
La estrella estuvo ascendiendo mucho tiempo. Las clases de canto, baile e interpretación se intercalaban con papeles cortos, por lo general con una peluca negra, en Los nuevos ricos, Expreso a Petticoat y dos películas de Ransohoff, La americanización de Emily y Castillos de arena. Mientras se rodaba esta última, coprotagonizada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, en Big Sur, Sharon se enamoró de la costa y de sus espléndidos paisajes. Siempre que quería huir del lío de Hollywood se escapaba allí. Con la cara limpia de maquillaje, se registraba en el hostal rústico Deetjen’s Big Sur Inn, con frecuencia sola, a veces con amigas, y caminaba por los senderos, tomaba el sol en la playa y se mezclaba con los clientes habituales del Nepenthe. Muchos no supieron que era actriz hasta después de su muerte.
Según amigos íntimos de ella, aunque Sharon Tate lo tenía todo para ser una joven aspirante a estrella, no vivía de acuerdo con al menos una parte de esa imagen. No era promiscua. Tuvo pocas relaciones, y casi nunca ocasionales, al menos por lo que se refería a ella. Parecía sentirse atraída por los hombres dominantes. Estando en Hollywood tuvo una larga aventura con un actor francés. Era dado a ataques de cólera demente, y en una ocasión le propinó tal paliza que tuvieron que llevarla al Centro Médico UCLA para ser atendida23. Poco después, en 1963, Jay Sebring vio a Sharon en un preestreno, convenció a una amistad para que se la presentara y, después de un breve pero muy publicitado cortejo, se hicieron novios, una relación que duró hasta que ella conoció a Roman Polanski.
Tuvo que esperar hasta el año1965 para que Ransohoff decidiera que su protegida estaba lista para su primer papel destacado, en El ojo del diablo, protagonizada por Deborah Kerr y David Niven. Aparecía la séptima en los títulos de crédito e interpretaba a una chica del campo con poderes cautivadores. Tenía menos de doce frases: su función principal era parecer preciosa, cosa que hizo. Y así sería en la mayoría de sus películas.
En la película, Niven acababa siendo víctima de una secta de encapuchados que practicaba el sacrificio ritual.
Aunque estaba ambientada en Francia, la película se rodó en Londres, y fue allí, en el verano de 1966, donde conoció a Roman Polanski.
Polanski tenía por entonces treinta y tres años, y ya era aclamado como uno de los directores más importantes de Europa. Había nacido en París, de padre ruso judío y madre polaca de ascendencia rusa. A los tres años, la familia se trasladó a Cracovia. Seguían allí cuando llegaron los alemanes en 1940 y acordonaron el gueto. Con la ayuda de su padre, Roman logró escapar y vivió con familiares y amigos hasta que terminó la guerra. Sin embargo, sus padres fueron enviados a campos de concentración, y su madre murió en Auschwitz.
Después de la guerra, pasó cinco años en la Academia Nacional de Cine Polaco de Lodz. Para la tesina escribió y dirigió en el último curso Dos hombres y un armario, un corto surrealista muy elogiado. Hizo otros cortos como Mamíferos, en el que un amigo polaco, Voytek Frykowski, interpretaba a un ladrón. Después de un largo viaje a París, Polanski regresó a Polonia para hacer El cuchillo en el agua, su primer largometraje. Le valió el premio de la crítica en el Festival de Cine de Venecia y la nominación a un Óscar, y consagró a Polanski, que por entonces solo tenía veintisiete años, como uno de los cineastas más prometedores de Europa.
En 1965 Polanski hizo su primera película en inglés, Repulsión, protagonizada por Catherine Deneuve. Luego vino Callejón sin salida, que ganó el premio a la mejor película en el Festival de Cine de Berlín, el premio de la crítica en Venecia y un diploma de mérito en Edimburgo, así como el premio Giove Capitaliano en Roma. En las noticias que aparecieron después de los asesinatos del caso Tate, los periodistas no tardaron en observar que en Repulsión la Srta. Deneuve se volvía loca y asesinaba a dos hombres, en tanto que en Callejón sin salida los habitantes de un castillo aislado encontraban una muerte extraña, hasta que solo quedaba un hombre con vida. También observaron la «inclinación a la violencia» de Polanski, sin añadir que la mayor parte de las veces la violencia en las películas de Polanski era menos explícita que insinuada.
La vida personal de Roman Polanski no era menos controvertida que sus películas. Después de que el matrimonio con la estrella del cine polaco Barbara Lass terminara en divorcio en 1962, Polanski se hizo famoso como director mujeriego. Un amigo recordaría después cómo hojeaba la libreta de direcciones y decía: «¿A quién voy a satisfacer esta noche?». Otro amigo señaló que el inmenso talento de Polanski solo era equiparable a su ego. Los que no eran sus amigos, que eran muchos, tenían cosas más contundentes que decir. Uno, aludiendo al hecho de que Polanski medía poco más de metro y medio, lo describió como «el polaco original de metro y medio con el que no querrías tocar a nadie».24 Ya fuera que a uno le cautivara su encanto de pilluelo o que le repugnara su arrogancia, daba la impresión de suscitar fuertes emociones en casi todas las personas a las que conocía.
No fue así con Sharon Tate, al menos al principio. Cuando Ransohoff los presentó en una fiesta con muchos invitados, ninguno de los dos quedó especialmente impresionado. La presentación no fue fortuita. Al saber que Polanski estaba planteándose hacer una parodia cinematográfica de las películas de terror, Ransohoff se había ofrecido a producirla. Quería a Sharon de