Una vez establecida la creencia en la resurrección y el reparto de castigos y recompensas de acuerdo a la conducta mostrada en vida, quedaba por dilucidar una última cuestión. ¿Cómo sería esa resurrección? ¿Afectaría únicamente al alma o también al cuerpo?
Los judíos que vivían en territorio palestinense y que estaban más arraigados en la cultura oriental, pensaban que la resurrección sería completa, corporal, tal como declaraba el tercer hermano de los siete al ser torturado («Del cielo las recibí, y por sus leyes las desprecio. Espero recobrarlas del mismo modo de él»). Esta creencia se extendió invariable hasta época de Jesús y más allá. En el siglo segundo de nuestra era la creencia general era que el cuerpo de un ser humano resucitado sería exactamente el mismo que tuviera en el momento de la muerte, lo que incluía posibles defectos, deformidades, amputaciones, etc., pero, si eran encontrados entre los justos en el Juicio Final, serían sanados y restituidos en la perfección de la juventud.
Por otro lado, aquellos judíos que vivían en la diáspora (es decir, fuera de Judea-Palestina), por lo general, en ciudades dentro de territorios profundamente impregnados de la cultura helenística y, en consecuencia, más receptivos a las ideas propias de la filosofía griega, pensaban que la resurrección afectaría únicamente al alma, parte incorruptible del ser humano que habita dentro del envoltorio corporal y que se libera de él una vez finalizada la vida terrenal y regresa a Dios, de donde procede. El libro de la Sabiduría, representante de esta corriente helenística dentro de la Biblia, lo expresa así:
Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y los de su partido pasarán por ella. Pero las almas de los justos están en manos de Dios y no las tocará el tormento. A los ojos de los necios pareció que habían muerto, consideraban su tránsito como una desgracia, y su partida de entre nosotros, como destrucción, pero ellos están en la paz. Aunque a la vista de los hombres parezca que cumplen una pena, ellos esperaban de lleno la inmortalidad; sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él. (Sabiduría 2, 23-3, 5)
Ambas concepciones de la resurrección, la corporal y la meramente espiritual, convivieron durante siglos dentro del judaísmo y llegaron a la época de Jesús de Nazaret.
Sin embargo, la sociedad judía nunca se caracterizó por ser monolítica en sus planteamientos, y de este modo, veremos que, en el siglo primero de nuestra era, momento que nos ocupa para la cuestión de la resurrección de Jesús, no todos los judíos pensaban lo mismo.
Creencias sobre la resurrección en tiempos de Jesús
A partir de la época macabea hay un nuevo elemento a tener en cuenta a la hora de estudiar las creencias judías sobre la resurrección. Fruto de las numerosas influencias a las que estaba expuesta la sociedad judía (muchas de ellas consideradas idolátricas y perniciosas, pero que, aun así, acabaron calando de una forma u otra en la ideología política y religiosa del judaísmo posterior al exilio), surgieron diversos grupos, sectas y corrientes de pensamiento diferentes, cada uno de ellos con su correspondiente naturaleza y creencias específicas.
El punto de partida para una descripción de la sociedad judía de los siglos próximos al cambio de era son dos textos del historiador judío Flavio Josefo, que escribió su obra después de la derrota en la primer guerra judía contra Roma (66-70 d. C.). En sus Antigüedades de los judíos, Josefo, que se dirigía a un público romano de cultura clásica que desconocía prácticamente todo sobre su pueblo, describía de este modo la sociedad judía:
En esta época había entre los judíos tres sectas que tenían opiniones diferentes en relación a los asuntos humanos; una, la llamada de los fariseos; otra, la de los saduceos, y la tercera, la de los esenios. Los fariseos dicen que solo algunas cosas son obra del destino, no todas, puesto que depende de nosotros mismos que algunas ocurran o no. La secta de los esenios declara que el destino es dueño absoluto de todas las cosas y que no hay nada que suceda a los hombres de acuerdo con su decreto. Los saduceos suprimen el destino, afirmando que este no existe y que, por tanto, no se cumplen los acontecimientos de los hombres según el mismo; creen que todo depende de nosotros mismos, como si fuéramos los responsables de las cosas buenas y recibiéramos las peores por culpa de nuestra irreflexión. (Antigüedades de los judíos XIII, 5, 9)
Y en otro pasaje añadía:
Judas Galileo fue el fundador de la «cuarta secta»; esta secta conviene en todo con la doctrina farisea, con la excepción de que tienen una pasión incontenible por la libertad; convencidos de que el único Señor y amo es Dios, tienen en poco someterse a las muertes más terribles y perder amigos y parientes con tal de no tener que dar a ningún mortal el título de «Señor». (Antigüedades de los judíos XVIII, 23)
Para el tema que nos ocupa, las creencias sobre un Juicio Final y especialmente sobre la resurrección, las diferencias entre estos grupos serían las siguientes:
• Los fariseos, la corriente principal dentro del judaísmo de la época, practicaban un legalismo extremo en el que concedían una enorme importancia al cumplimiento de la ley dictada por Yahvé a Moisés hasta sus más mínimos preceptos. Creían en la inmortalidad del alma, en la resurrección de los muertos y en un estado de recompensa o castigo tras la muerte de acuerdo a los merecimientos de cada individuo. Ahora bien, la doctrina farisea no era homogénea. Por una parte, Flavio Josefo señala en otro pasaje que «piensan que el alma es imperecedera, que las almas de los buenos pasan de un cuerpo a otro y las de los malos sufren castigo eterno», es decir, una creencia en la transmigración de las almas más que en una verdadera resurrección, y limitada únicamente a los justos. Esto es lo que parece reflejarse en algunos pasajes de los Evangelios, cuando Jesús pregunta a sus discípulos quién dice la gente que es él, y le responden que algunos creen que es Juan el Bautista o Elías[5]. Hay textos posteriores que parecen extender esta creencia a todos los difuntos, aunque sigue sin quedar claro que la resurrección se limitara al alma y prescindiera del cuerpo. Los indicios sobre una fe en la resurrección de la carne son, como poco, débiles y escasos.
• La otra gran corriente judía, opuesta a los fariseos, era la de los saduceos, la nobleza sacerdotal del Templo de Yahvé en Jerusalén. Los saduceos eran la casta dirigente (y, por tanto, conservadora) de la sociedad judía, los encargados de la escrupulosa observancia de las leyes relativas al Templo y el culto. Como suele ocurrir con las élites sacerdotales de cualquier religión, los saduceos sabían que no había mejor vida que la que vivían en la tierra, y, por tanto, no creían ni en una retribución por las obras terrenales en una vida futura ni en la resurrección de los muertos, y se mantenían fieles a las creencias más antiguas dentro del judaísmo. Tal como señalaba Flavio Josefo, «los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo».
• Los esenios, a diferencia de los fariseos y los saduceos, constituían una auténtica secta con una organización muy rigurosa. Practicaban una comunidad de bienes en la que no había dinero y que estaba dirigida por unos administradores que se encargaban de satisfacer las necesidades de todos los miembros del grupo. Tenían un calendario de fiestas diferente al del resto de los judíos y algunos de ellos vivían en comunidades apartadas del mundo. Sin duda, la comunidad que habitó los restos del cenobio de Qumrán, donde en 1947 se descubrieron los Manuscritos del Mar Muerto, era esenia, de manera que, además de las opiniones de Flavio Josefo, contamos con ese enorme tesoro bibliográfico para conocer su pensamiento, aunque lamentablemente no resulta excesivamente esclarecedor. Que los esenios creían en un Juicio Final con recompensas y castigos se deduce de varias declaraciones desperdigadas por los Manuscritos del Mar Muerto. Por ejemplo, la Regla de la Comunidad promete a los justos, denominados Hijos de la Luz, «gozo eterno con vida sin fin, y una corona de gloria con un vestido de majestad eterna», que compartirían con los ángeles. Quedan más dudas sobre qué tipo de resurrección esperaban. Para Josefo, solo creían en la inmortalidad del alma («Ellos tienen la convicción de que el cuerpo es corruptible y la materia que lo compone insubstancial, pero el alma es inmortal, imperecedera, vive en el éter sutilísimo y penetra en los cuerpos, donde