La resurrección. Javier Alonso Lopez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Javier Alonso Lopez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религиозные тексты
Год издания: 0
isbn: 9788417241131
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de un profeta que anunciaría el advenimiento de los últimos tiempos, y que inauguraría una nueva época, mesiánica, en la que Israel derrotaría a las naciones de los impíos. Este profeta sería, además, precursor del Mesías, reuniría al pueblo disperso y anunciaría los hechos que ocurrirían cuando llegara el fin del mundo. Dadas estas creencias, y el hecho de que Elías hubiese sido arrebatado por Dios, se fue conformando la idea de que este profeta sería precisamente Elías, tal como acaba afirmando explícitamente el profeta Malaquías: «He aquí que yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahvé grande y terrible».

      Esta convicción perduró durante siglos, y así, en tiempos de Jesús, los evangelistas nos presentan varios episodios en este sentido. En algunos se identifica a Elías tanto con Juan el Bautista como con el propio Jesús. Pero sin duda el pasaje más interesante en este sentido es la Transfiguración, en donde, a ambos lados de Jesús, se aparecen Moisés y, por supuesto, Elías, como señal de que el fin de los tiempos está cerca[4].

      Aunque en el cristianismo actual ha perdido fuerza la figura y el simbolismo de Elías, en el judaísmo pervive como un recordatorio constante de que, en cualquier momento, puede producirse la llegada del esperado Mesías y el comienzo del fin del mundo. Así, en cualquier cena de Pascua judía que se precie se dejará una silla vacía en honor del profeta, y lo mismo ocurre en las ceremonias de circuncisión. La creencia popular dice que, desde esta silla de Elías, el profeta contempla cómo el pueblo judío continúa cumpliendo los mandamientos de la Ley de Dios.

      En resumen, aunque la creencia general dentro del judaísmo anterior al destierro en Babilonia era que la muerte era el final de un proceso y que todas las almas acababan en el olvido eterno del šeol, se conocen varios casos en los que la muerte es superada de una forma u otra. Son unas pocas excepciones, pero abren una rendija a la esperanza por la que se abrirán paso nuevas ideas en los siglos posteriores.

      En 586 a. C., Nabucodonosor II conquistó el reino de Judá, su capital Jerusalén, y destruyó el Templo de Yahvé. La pesadilla culminó con la deportación y exilio en Babilonia de gran parte de la élite judía del país, para evitar que liderase una posible revuelta contra los conquistadores.

      Tras varios siglos de independencia, aunque fuese a la sombra de las grandes potencias regionales, los judíos sufrieron como un trauma la pérdida de su reino y su Templo de Yahvé. Indudablemente, algo habían hecho mal para que su dios nacional hubiera permitido aquel desastre. Se forjó la creencia de que el destierro era una prueba que Yahvé ponía a su pueblo. Si los judíos permanecían fieles a Yahvé en esas circunstancias tan adversas, este obraría el milagro, un mesías anunciaría el fin de la opresión extranjera y el comienzo de los últimos días en los que el pueblo judío recuperaría su independencia. De hecho, la caída de Babilonia ante los persas y el Edicto del rey persa Ciro en 538 a. C. que permitía a los judíos regresar a su hogar nacional y reconstruir su templo, aunque fuese bajo tutela persa, se interpretó según este esquema, y hubo quien incluso vio en Ciro al esperado mesías.

      Así afirma Yahvé a su ungido Ciro, a quien he cogido por su diestra para sojuzgar delante de él a las naciones y desceñir los lomos de los reyes: «Yo avanzaré delante de ti y allanaré las montañas, quebraré los batientes de bronce y destrozaré férreos cerrojos». (Isaías 45, 1-2)

      Como complemento a esta visión, se conformó la imagen de la «muerte» de Israel y sus huesos machacados por los babilonios. Sin embargo, Yahvé devolvería la vida a esos huesos secos, es decir, «resucitaría» al pueblo de Israel. El profeta Ezequiel es el encargado de expresarlo en un texto un poco largo, pero fundamental para la formación de la creencia en la resurrección corporal:

      La mano de Yahvé vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Yahvé, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Yahvé, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Yahvé. Así ha dicho Yahvé el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Yahvé. Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu. Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Yahvé el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo. Me dijo luego: Hijo de hombre, todos estos huesos son la casa de Israel. He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos. Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho Yahvé el Señor: He aquí que yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy Yahvé, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo, Yahvé, hablé, y lo hice, dice Yahvé. (Ezequiel 37, 1-14)

      Paralelamente a la resurrección colectiva de Israel, a partir del regreso del destierro aparecen indicios de que la resurrección comenzaba a ser contemplada como un anhelo individual, una forma de escapar del lúgubre destino del šeol. Y no solo eso: se establecía una distinción entre justos y pecadores, buenos y malos, que recibirían un trato diferente tras la muerte. El šeol quedaba como lugar para los malvados, mientras que los justos serían transportados a un lugar mejor:

      Pero Elohim rescatará mi alma, del poder del šeol, ciertamente, me tomará. (Salmos 49, 16)

      Mientras que los pecadores, los enemigos de Dios, no gozarían de esa gracia. En el siglo ii a. C. el libro de Daniel ya establecía claramente esta separación y destinos diferentes:

      Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, estos para la vida eterna, aquellos para oprobio, para eterna ignominia. (Daniel 12, 2)

      La razón de esta transformación es evidente. La experiencia humana dictaba que aquel esquema de vida virtuosa = vida larga y vida de pecado = castigo y muerte no se cumplía siempre, ni siquiera con cierta frecuencia, lo que causaba cierto escándalo entre los piadosos:

      Eres demasiado justo, Yahvé, para que discuta contigo; sin embargo, te formularé demandas: ¿Por qué prospera la conducta de los impíos y viven en paz todos los que cometen traición? Tú los has plantado y hasta han arraigado; progresan, incluso dan fruto. (Jeremías 12, 1-2)

      Pero en el judaísmo seguía imperando la postura mayoritaria de confianza en la justicia inmediata y terrenal de Dios. Así pues, para este momento había dos corrientes de opinión dentro del judaísmo:

      1) La «oficial», seguidora de Deuteronomio 30, 16-20 (véase más arriba), que sostenía que Dios trataría a cada uno según su conducta en esta vida, sin aplazar el premio o el castigo, y que el šeol era igual para todos.

      2) La «alternativa», que constataba cómo los impíos progresaban en la vida terrena y, por tanto, creía que el premio o castigo por la conducta de cada uno se aplazaría al más allá, con la consiguiente esperanza en una vida futura y resurrección de mejor calidad.

      Este equilibro se inclinará mayoritariamente en favor de la segunda opción a partir de la revuelta de los Macabeos (167 a. C.) con la aparición de un nuevo fenómeno sin demasiados