No resulta nada fácil identificar todos los eslabones de la cadena global de valor de una multinacional manufacturera. Un estudio empírico, publicado por un investigador irlandés y otro chino en 2016, logró hacer un mapa de la CGV del iPhone de Apple74. La red de la multinacional de la manzana mordida comprende unas 200 compañías y 750 subsidiarias. Las empresas matrices pertenecen a 19 países diferentes y tienen en conjunto filiales o subcontratistas en el territorio de 30 estados distintos.
La distribución geográfica de la sede de las empresas matrices y de los lugares donde sus subsidiarias realizan las actividades productivas varía mucho en función del valor añadido que aportan a la cadena. El estudio citado distingue tres tipos de actividades: la fabricación de los componentes nucleares, la de los componentes no nucleares y las tareas de ensamblaje y empaquetado. Entre los componentes nucleares, encontramos la pantalla (que es la pieza más cara del iPhone), el disco duro, o los dispositivos ópticos. Entre las piezas que no son medulares se encuentran las que componen los mecanismos de conexión, los productos periféricos, o la batería.
El mayor número de empresas matrices que suministran componentes nucleares tienen su sede en EE UU. Estas compañías tienen localizada su producción en numerosos países, entre ellos, Japón, Filipinas, Taiwán, China y el propio territorio estadounidense. El país del que son originarias más empresas matrices encargadas de fabricar componentes no nucleares es Japón. Una parte de la producción de las compañías japonesas se ubica en EE UU. Pero los países donde se localiza el porcentaje mayor de la actividad productiva de estas compañías son el propio Japón y China. Las empresas japonesas empezaron a deslocalizar la producción mucho más recientemente que las compañías norteamericanas o europeas. Un dato paradójico es que uno de los más importantes proveedores de Apple es la empresa coreana Samsung, su gran rival en el campo de los smartphones: business is business. La mayoría de las tareas de ensamblaje y etiquetado se realizan en China, pero no por empresas de ese país, sino, sobre todo, por dos gigantescas compañías taiwanesas: Pegatron y Foxconn.
El artículo de Grimes y Sun reproduce la «curva de la sonrisa» de Apple, la cual muestra gráficamente que las actividades con mayor valor añadido, situadas al inicio y al final de la cadena productiva, están en manos de la multinacional norteamericana75.
4.3. La repercusión de la crisis de 2007-2008 en las cadenas globales de valor
El crack del año 200876, que tuvo su origen en EE UU, se extendió rápidamente a todo el sistema financiero mundial. A renglón seguido afectó también a la economía «real», como consecuencia de la retracción del crédito y, por tanto, de la demanda. Las cadenas globales de valor se convirtieron en regueros por los cuales la crisis en el sector manufacturero se transmitió de forma implacable de un país a otro. La disminución del consumo de smartphones en EE UU afectó directamente a las compañías que ensamblan los dispositivos en China, pero esas empresas transfirieron buena parte del peso de sus dificultades a los países suministradores de componentes, que vieron reducidos los pedidos con destino al país asiático. Los efectos negativos pueden producirse en lugares enormemente distantes que a primera vista parecen no tener relación alguna entre sí. Así, la disminución de las compras de automóviles por parte de los consumidores estadounidenses afectó al sector del caucho en Liberia, que produce la materia prima utilizada para fabricar sus neumáticos.
La crisis reorientó una parte de los flujos comerciales en el sector manufacturero, disminuyendo los intercambios Norte-Sur e incrementándose los que tenían lugar entre los países del Sur. Fue la época en que los BRICS (acrónimo para referirse a Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) eran presentados en todos los medios de comunicación como la nueva locomotora de la economía mundial, que tomaría el relevo de EE UU. Ya desde muy pronto, el economista Yanis Varoufakis puso de manifiesto que los BRICS no tenían la magnitud necesaria para asumir esa tarea hercúlea77. En el momento de escribir estas líneas (mayo de 2020) el acrónimo ha desaparecido completamente del mapa y, mirando hacia atrás en el tiempo, resulta inaudito que en algún momento se pensara en la posibilidad de que una acción económica concertada entre esos países pusiera en jaque a EE UU y la UE.
Con independencia de los cambios que se produjeron en los flujos comerciales globales y sus diferentes oscilaciones a medida que pasaba el tiempo, no cabe duda de que el modelo de la cadena global de valor sobrevivió a la crisis y siguió siendo el modo de organización de producción dominante de las empresas multinacionales78. Hay algunos indicadores que apuntan a que a partir del año 2010 tuvo lugar un proceso de relocalización de las industrias manufactureras estadounidenses, como es el caso del índice Kearney79. El reshoring o relocalización consiste en que las empresas, en este caso de EE UU, trasladan fases del proceso productivo situadas en el extranjero a su país de origen. Pero el mecanismo de medición elaborado por Kearney es muy discutible y, en todo caso, de acuerdo con sus propios datos, a partir de 2012 se habría revertido la tendencia volviendo a incrementarse rápidamente el offshoring o volumen de tareas productivas que las empresas de EE UU deslocalizaban a países extranjeros.
En el mundo de las cadenas globales de valor, la pretensión de cualquier país de revertir unilateralmente la mundialización de la producción, mediante la imposición de medidas arancelarias a los productos extranjeros, resulta impracticable. Ese propósito fue explicitado por Donald Trump en la campaña electoral que le llevó a asumir la presidencia de EE UU en enero de 2017. Trump manifestó específicamente que tenía el propósito de que los productos de marcas norteamericanas destinados al mercado estadounidense se fabricasen en su país. Si pensamos únicamente en la cadena global de valor que produce los iPhones de Apple, ese objetivo exigiría no solo crear plantas de ensamblaje, sino que surgieran las empresas y los capitales precisos para fabricar en EE UU los componentes que ahora producen las 200 empresas de la CGV de Apple y sus 750 subsidiarias en el extranjero y que constituyen la inmensa mayoría de las piezas que lleva el teléfono. Eso es claramente imposible de llevar a cabo por muchos aranceles que se impongan a los productos chinos. Lo que se conseguiría a corto plazo es arruinar a la multinacional de la manzana envenenada80.
EE UU no puede revertir unilateralmente la globalización, pero es cierto que otros países han adoptado también políticas proteccionistas, por lo que se discute si volveremos a un mundo de economías nacionales o regionales. La visión más convincente de la situación actual señala que la globalización manufacturera ha tocado techo, por lo que no seguirán creciendo las cadenas globales de valor en ese ámbito. Sin embargo, en el sector servicios, especialmente los que se prestan en el marco de la economía digital, la globalización sigue desarrollándose a gran velocidad como lo demuestra el aumento exponencial del movimiento transfronterizo de datos. En el «capitalismo de plataformas»81 los grandes negocios son el manejo de datos y la prestación de servicios de software y computación a las empresas a través de Internet (esta es la fuente de beneficios más importante para la compañía Amazon en estos momentos).
Está teniendo también lugar una transformación tecnológica que supone un salto cualitativo respecto de la revolución informática. Se trata del desarrollo de la inteligencia artificial y la robótica, tema que será tratado en otro capítulo de este libro. La OIT publicó un informe sobre el futuro del trabajo en el año de su centenario