El desayuno fue tan abundante y consistía en tantos platos peruanos que vale la pena enumerarlos. El primero fue: sancochado, es decir, un buen caldo con ternera hervida y yucas, el segundo, un chupe, un guiso de camarones o buey con huevos y papas, el tercero, ropa vieja, de la que no había oído hablar antes, que consiste en carne cortada en rodajas muy finas con una salsa espesa de color marrón graso, además de plátanos o plátanos fritos, una tortilla, fritura como dirían los italianos, huevos, maíz y carne picada frita junto con manteca o manteca de cerdo, porque se recordará que a lo largo de la costa la mantequilla nunca se usa para cocinar, chocolate, biscocho, pan, mantequilla y queso. (Mücke, 2016, pp. 159-160, vol. 4).
La transformación de los hábitos culinarios no era una tendencia evidente en los primeros años de Witt en Perú y se asomaron tímidamente durante la década de 1840, pero se hicieron generales en la segunda mitad del siglo XIX, apareciendo conductas, antes inexistentes, que se convirtieron en normas de conducta esenciales. Dentro de las costumbres adoptadas por los peruanos en este periodo destacó también la división de actividades y entretenciones por sexos, ya que las mujeres dejaron de participar y emborracharse con los hombres para dedicarse a conversar de manera recatada, encerradas en habitaciones, con predilección por probar tragos dulces y postres, mientras que los hombres se dedicaban a las apuestas y a los juegos de naipes.
El diario de Witt evidencia que, en el caso peruano, los cambios de las costumbres locales hacia el eurocentrismo se desarrolló desde la década de 1840 y marcadamente desde 1850, lo que implicó adoptar las normas de civilidad y etiquetas que se utilizaban en el Viejo Mundo para organizar celebraciones y banquetes, que contrastaban con las festividades de la década de 1820 en su opulencia, consumo individual, separación de las actividades lúdicas por sexos y, sobre todo, en el reemplazo de los productos locales connotados, como el pisco y la chicha, por alimentos emblemáticos del viejo continente. Esta imitación de las estéticas europeas es particularmente evidente cuando se analizan las fiestas de alta connotación social, que eran utilizadas para demostrar un lujo y elegancia pauteado por reglas europeas de consumo. Esto puede apreciarse en diversas fiestas que Witt y sus conocidos realizaron en 1846 y 1850.
Con la excepción de las habitaciones mía y de Augusta, toda la planta, los pasillos, las habitaciones de Enriqueta, la escalera, incluso el patio, se habían iluminado, de modo que todo el conjunto presentaba un aspecto espléndido (...) se habían colocado los refrescos; que contiguo al mismo, el salón, había servido para los no-bailarines; el gran salón con el piano, en el que estaba sentado el pianista pagado, y con los sofás y sillas alineados alrededor de la pared, (lo que) permitía suficiente espacio para los sesenta y más devotos del Terpsichore (...) El consumo de licores había sido muy grande; 12 docenas de jerez, 6 docenas en el puerto, 12 docenas en Burdeos, un barril pequeño y varias docenas de cerveza elaborada en Johnson & Backus’s Lima, 3 botellas de Italia, 1 de cognac y 1 de chartreuse (...) Los invitados no se habían sentado a una cena formal. En lugar de eso, el té había sido entregado, luego helados, gelatinas, dulces, emparedados, caldos y pequeños patés (Mücke, 2016, pp. 115-116, vol. 10).
Las fiestas solían ser para las elites eventos sociales para conmemorar con sus pares situaciones ceremoniales como bautismos, aniversarios, matrimonios y acontecimientos de carácter político, como cuando José Rufino Echenique fue elegido presidente y recibió las felicitaciones de personalidades ilustres, que debían ser atendidas con vinos y bebidas espirituosas: “Después de la puesta del sol, la casa de Echenique se fue llenando gradualmente de visitantes de todos los grados y colores (políticos), quienes fueron a felicitarlo. Vinos y licores fluyeron en abundancia” (Mücke, 2016, pp. 467, vol. 4). Los alimentos europeos importados no eran propios solo de eventos formales, también se ofrecían en ocasiones cotidianas como la visita de un amigo o un cliente, como en febrero de 1851, cuando Witt invitó a un conocido suyo que acababa de llegar a Lima a pasar la tarde en su casa e invitó a unos amigos para hacerlo conocido, dedicándose a jugar juegos de naipes y teniendo hielos (helados), pasteles, vino, brandy y agua para ofrecer: “Se jugó primero el whist, luego el póker y el brag. Teníamos helados, pasteles, vino, brandy y agua. Todos parecían estar de buen humor y separados de uno a otro” (Mücke, 2016, p. 486, vol. 4).
Un ejemplo de celebración íntima, que no buscaba demostrar ostentación social, fue el cumpleaños de la esposa de Witt el 21 de noviembre de 1871, que habían decidido no celebrar, pero de todas formas, prepararon la festividad para sus amigos o cercanos; por no ser una fiesta nocturna no se sirvieron bebidas alcohólicas de alta graduación, pero sí vinos y postres para acompañar la cena y los bocadillos. Esta celebración más frugal siguió siendo planificada para generar una buena impresión en las visitas:
Las coberturas fueron retiradas de los muebles, y los preparativos necesarios para recibir a nuestros amigos, por si alguno de ellos nos favoreciera con su presencia, y esto no lo dejaron de hacer (...) Primero se sirvió té, luego helados, gelatinas, vinos. Los sándwiches etc. fueron entregados. Finalmente, nos sentamos a una buena cena, demasiado abundante, que al ser retirada, la fiesta se disolvió (Mücke, 2016, p. 244, vol. 7).
Como miembro de la clase alta peruana, Witt ofreció cenas de gala importantes, donde participaban no solo los amigos cercanos, sino que se invitaba a personajes ilustres de la sociedad limeña, realizando grandes preparativos para demostrar lujo y ostentación. La más importante de todas se ofreció el 6 de octubre de 1848. Planificó con gran detalle la ocasión, ocupando para la fiesta todo el primer piso, que estuvo iluminado con lámparas de aceite y esperma, ya que el gas no había llegado aún a Lima. Los dormitorios quedaron para las damas que se retiraban del baile y en las habitaciones de sus hijos se colocaron mesas de juego para los hombres. A la cena asistieron el presidente Ramón Castilla y varios miembros de la elite, llegando a haber tanta gente que los hombres preferían agolparse en el corredor para escapar del calor. En la música contrataron una banda militar, pero los invitados prefirieron escuchar el piano con acompañamiento de un violín o un clarinete. Se tocó inicialmente un contragolpe español, que estaba pasando de moda en esos tiempos, por lo que fue reemplazado por estilos más populares como las cuadrillas, polkas, valses y una danza llamada “Roger de Coverley”, pedida por los asistentes ingleses. Se sirvieron como aperitivos sándwiches, jamón frío, pavos fríos, aves y carne asada fría, luego vinieron sirvientes con helados y gelatinas y se consumieron muchos vinos, principalmente de champagne. No se prepararon suficientes alimentos para el evento, por lo que algunos se quejaron, sin embargo, se entregaron refrescos en abundancia. De todas formas, Witt consideró su evento como una de las mejores fiestas dadas en Lima (Mücke, 2016, pp. 228-229, vol. 4).
En 1887 se desarrolló en la casa de Witt la última fiesta importante que describió con detalle y hasta ese momento mantuvo altos niveles de opulencia y masividad. Menciona que, para comodidad de los invitados, todos los pisos, escalera, pasillos, habitaciones e incluso el patio de la casa se hallaban iluminados. El salón menor fue destinado a los que no bailaban, mientras que los sofás y sillas se apegaron a la pared para facilitar el baile a los más de sesenta presentes en el salón principal, a quienes se les sirvió licores de manera abundante: 12 docenas de sherry (jerez), 6 docenas de vino de Porto y 12 de Burdeos, un barril de cerveza Johnson & Backus de Lima, 3 botellas de vino local peruano, 1 de cognac y 1 de Chartreuse. También se les dio para degustar, pero no formalmente, en la mesa sentados, gelatinas, dulces, sándwiches, caldos y pequeños patés (Mücke, 2016, p. 115-116, vol. 10).
Conclusiones
Durante los primeros años de vida independiente en Perú, tanto Witt como la población peruana en su conjunto reconocían la calidad de los alimentos tradicionales peruanos. Estos eran consumidos regularmente y se ofrecían a las visitas ilustres, especialmente el pisco. Pero desde la década de 1840 se constata que la elite peruana, especialmente la asentada en Lima, reemplazó el consumo de productos locales por alimentos europeos. Este giro hacia el desprecio de lo local, cuyo consumo era compartido por los sectores populares y la admiración de lo extranjero, cuyo acceso era común solo para la gente más acaudalada de Lima, no se limitó a la esfera gastronómica, sino que afectó diversas facetas del