Desde que estamos en Matamoros han sido cometidos muchísimos asesinatos y lo extraño es que los métodos empleados para evitar sus frecuentes repeticiones parecen ser muy débiles. Algunos de los voluntarios y casi todos los texanos parecen encontrar perfectamente correcto dominar a los habitantes de una ciudad conquistada sin ninguna limitación, e incluso asesinarlos cuando el hecho puede hacerse en secreto. ¡Y cuánto parecen disfrutar los actos de violencia! No pretendo calcular el número de asesinatos cometidos entre los mexicanos pobres y nuestros soldados, desde que estamos aquí, pero el número te sorprendería.51
Simultáneamente, los corresponsales informaban de actos de inútil y absurda destrucción.52 Taylor conocía estas atrocidades, pero, como observó Grant, era poco lo que se hacía para refrenar a los hombres. En una carta a sus superiores. Taylor admitió: “Escasamente habrá una forma de crimen que no me haya sido reportada como cometida por ellos”.53 Taylor pidió que no le enviaran más tropas del estado de Texas. Estos actos vandálicos no estaban limitados a los hombres de Taylor. Los cañones de los barcos de la flota norteamericana destruyeron gran parte del sector civil de Veracruz, arrasando un hospital, iglesias y casas. Las bombas no discriminaban en cuanto a edad ni sexo. Las tropas angloamericanas repitieron igual actuación en casi todas las ciudades que invadieron; primero era sometida a la prueba del fuego y luego saqueada. Los voluntarios gringos no tenían respeto a nada, profanando iglesias y ultrajando a curas y monjas.
Durante estas campañas eran comunes las ejecuciones militares. Los soldados y civiles capturados eran ejecutados, generalmente ahorcados por colaborar con las guerrillas. Un aspecto interesante es que muchos inmigrantes irlandeses, así como algunos otros anglos, desertaron pasándose al lado mexicano, formando el cuerpo San Patricio. Se pasaron a los mexicanos “debido al disgusto innato de las masas por la guerra, el mal trato y la pobre subsistencia.54 Muchos de los irlandeses eran también católicos, y resentían el trato que daban a los curas y monjas los invasores protestantes. Se ha calculado que uno 260 angloamericanos lucharon junto a los mexicanos en Churubusco en 1847. “Parece que fueron capturados unos ochenta… Unos cuantos fueron encontrados inocentes y los dejaron en libertad. Unos quince, que habían desertado antes de la declaración de guerra, fueron simplemente marcados con una ‘D’ [desertor], y cincuenta de los capturados en Churubusco fueron ejecutados”.55 Otros recibieron doscientos latigazos y fueron obligados a cavar fosas para sus compañeros ejecutados.56
No necesitamos acudir a fuentes mexicanas para reseñar el reino de terror instaurado por las tropas yanquis. Memorias, diarios y artículos periodísticos escritos por angloamericanos lo documentan. Nos concentraremos aquí en el libro de Samuel E. Chamberlain My Confessions. Solo tenía 17 años cuando se alistó en el ejército para combatir a los greasers. Muchas de sus “‘confesiones’ tratan de la invasión de México y las atrocidades de los anglos, especialmente de los Texas Rangers. El autor refleja el racismo de los invasores. En la ciudad mexicana de Parras, escribió: “Encontramos que la patrulla se había hecho culpable de muchos ultrajes… Entraron violentamente en la Iglesia de San José, mientras se celebraba la misa, llena de mujeres arrodilladas y niños, y entre juramentos y burlas obscenas arrestaron a los soldados que tenían permiso para estar presentes”.57 En otra ocasión, describe una masacre realizada por voluntarios, la mayor parte pertenecientes a la caballería de Yell, en una cueva:
Al llegar al lugar encontramos a un greaser fusilado y con el cuero cabelludo arrancado, pero que todavía respiraba; el pobre hombre sostenía en las manos un rosario y una medalla de la “virgen de Guadalupe”, solo sus débiles movimientos impedían a los feroces buitres caer sobre él mientras aún seguía con vida. Por compasión se le atravesó con un sable y seguimos apresuradamente nuestro camino. Muy pronto llegaron a nuestros oídos gritos y maldiciones, llantos de mujeres y niños, provenientes al parecer de una cueva al fondo de la quebrada. Trepando sobre las rocas llegamos a la entrada, y tan pronto como nuestra vista se acostumbró a la oscuridad contemplamos una escena espantosa. La cueva estaba llena de nuestros voluntarios aullando como endemoniados, mientras que en el suelo rocoso yacían unos veinte mexicanos, muertos o agonizando sobre charcos de sangre. Mujeres y niños se aferraban a las rodillas de los asesinos pidiendo a gritos compasión.58
Chamberlain continuaba:
La mayor parte de los mexicanos asesinados habían sido escalpados; solamente tres hombres no habían sido heridos. Un tosco crucifijo estaba clavado en una roca y algún miserable irreverente había coronado la imagen con un sangriento cuero cabelludo. Un olor insoportable llenaba el lugar. Las mujeres y niños sobrevivientes empezaron a dar grandes gritos al vernos, ¡pensaban que nosotros llegábamos a terminar el trabajo!
Chamberlain concluía: “Nadie fue castigado por este crimen”.59 Cerca de Saltillo, Chamberlain dejó constancia de las acciones de los rangers. Sus descripciones son gráficas. Un anglo borracho entró en la Iglesia y arrojó al suelo una imagen de madera de nuestro Salvador, y anudándole al cuello su reata, montó en su caballo y galopó arriba y abajo de la plazuela, arrastrando la imagen tras él. El venerable sacerdote de cabellos blancos, al tratar de rescatar la imagen, fue arrollado y pisoteado por el caballo del ranger.60
Los mexicanos se enfurecieron y atacaron al texano; entre tanto, los rangers regresaron: “Al entrar a galope en la plaza, vieron a su miserable camarada colgando de la cruz, con la piel colgando en jirones, rodeado por una turba de mexicanos. Con gritos de horror los rangers cargaron sobre la multitud atacando con sus cuchillos y revólveres, sin hacer distinciones de edad ni sexo en su terrible furia”.61 Chamberlain es explícito en su desprecio por los rangers: “El general Taylor no solo recaudaba [a los mexicanos] las gabelas impuestas por la fuerza de las armas, sino que además lanzaba sobre el país las jaurías de sabuesos humanos llamados Texas Rangers”.62 Prosigue describiendo la brutalidad de los rangers en el Rancho de San Francisco situado en el camino de Camargo cerca de Agua Fría: “El lugar estaba rodeado, las puertas fueron derribadas y todos los hombres capaces de manejar armas fueron arrastrados fuera, amarrados a un poste y ¡fusilados!… Treinta y seis mexicanos fueron fusilados en este lugar; se concedió media hora para que los horrorizados sobrevivientes, mujeres y niños, sacaran sus escasas pertenencias, luego prendieron fuego a las casas, y a la luz de las llamas del incendio los feroces texanos se alejaron al galope hacia nuevas acciones sangrientas”.63 Estos imperdonables actos de crueldad, presenciados por un hombre, se suman a los relatos de otros cronistas, dando más peso a la evidencia de que Estados Unidos, a través de las acciones de sus soldados, dejó en México un legado de odio.
La omisión de las atrocidades de la guerra en las historias angloamericanas ha conducido a muchos angloamericanos a considerar el conflicto como una guerra elegante, en la que los mexicanos fueron derrotados en una lucha limpia y resultando afortunados de haber perdido únicamente su tierra. Esta indiferencia por parte de los anglos es lo que no ha permitido cicatrizar las heridas de los mexicanos y lo que ha mantenido vivos los viejos odios. Ha perpetuado, para los chicanos, la realidad de que son un pueblo conquistado: los mexicanos y los indios son los únicos pueblos de Estados Unidos que fueron forzados a formar parte de esa nación después de la ocupación de sus tierras por tropas angloamericanas.
EL TRATADO DE GUADALUPE HIDALGO
Cuando el general Winfield Scott derrotó a Santa Anna en el violento combate de Churubusco, a fines de