Técnicamente, después de la guerra mexicano-norteamericana, los mexicanos que permanecieron en Texas pasaron a ser ciudadanos de Estados Unidos. Sin embargo, en realidad, siguieron considerándose mexicanos. La cercanía de la frontera y la actitud de los colonizadores reforzaban este sentimiento nacionalista. Además, los angloamericanos creían haber adquirido derechos especiales sobre la tierra y sus productos, gracias a su conquista y a su superioridad racial y cultural. Los mexicanos eran tratados como un pueblo conquistado que debía pagar tributos. Su modo de vida fue sustituido por leyes, administración, lenguaje y valores anglos, todo lo cual era ajeno al pueblo conquistado. Aunque los mexicanos estaban en minoría global en el estado, representaban una mayoría en el sur de Texas; pero fue precisamente en esta zona donde la dominación tuvo una forma más repugnante. Esta mayoría representaba un reto para el nuevo orden, que tenía que ser sostenido por un ejército de ocupación. Cada vez que surgía un conflicto entre mexicanos y anglos, las tropas de Estados Unidos intervenían en apoyo de los invasores.
Se desarrolló un sistema de castas que relegaba a los mexicanos al estrato más bajo, debido a su raza y cultura. En otras palabras, se desarrolló una situación colonial entre anglos y mexicanos. T. R. Fehrenbach la comparó a la de Sudáfrica entre los Boers y la población nativa. El mexicano pasó a ser el sirviente, el trabajador de salario bajo, pero raramente el patrón. Fehrenbach escribe que las tensiones eran “naturales” y provenían del hecho de que dos pueblos radicalmente diferentes habían venido a encontrarse bajo un mismo gobierno. Y señala que el conflicto étnico surge “históricamente… solo en tres formas generales: conquista de una raza o cultura por otra, imposición de límites arbitrarios que combinan a grupos diferentes dentro de una misma unidad política, o la importación de mano de obra extranjera para trabajar en una sociedad de mayor nivel de organización”.2 El mexicano fue víctima de cada uno de estos procesos, los cuales corresponden al establecimiento de una sociedad colonial.
LOS APOLOGISTAS
Muchas de las obras sobre las relaciones entre mexicanos y anglos han sido parciales, escritas por angloamericanos apologistas del trato dado por el gringo al mexicano. Estos historiadores han intentado echar la responsabilidad del conflicto sobre los mexicanos. Ignoran los motivos económicos de los usurpadores angloamericanos.
La primera tarea del historiador chicano es desenmascarar a los apologistas que han influido en las opiniones sobre los mexicanos. No atribuimos mala fe a estos historiadores, pero sí sostenemos que representan la actitud de los westerners hacia los mexicanos. Uno de los principales historiadores texanos en lanzar el punto de vista apologético fue Walter Prescott Webb. Hasta su muerte, en marzo de 1963, fue considerado el decano de los historiadores de Texas. Siendo el profesor de historia más respetado de la facultad de la Universidad de Texas, en Austin, influía considerablemente sobre los especialistas y estudiantes graduados. Sus obras más importantes fueron The Texas Rangers (1935), The Great Plains (1931), Divided We Stand (1937) y The Great Frontier (1952): además, escribió innumerables artículos.3 Las obras de Webb tuvieron una repercusión considerable en la historiografía del Oeste. Sin embargo, recientemente algo ha empezado a resquebrajarse, y algunos investigadores comienzan a poner en tela de juicio muchas de sus conclusiones, alegando que son racistas. Entre estos estudiosos se encuentran Américo Paredes, Llerena B. Friend y Larry McMurtry. McMurtry escribe sobre The Texas Rangers de Webb: “La falla del libro es una falla de actitud. Webb admiraba excesivamente a los rangers, y como consecuencia el libro confunde el homenaje con la historia en una forma que solo podemos considerar turbia. Los datos que él mismo proporciona sobre los rangers contradicen una y otra vez la caracterización que hace de ellos como “hombres tranquilos, reflexivos y amables”.4 A continuación, McMurtry señala algunas de las inconsistencias. Critica la descripción que hace Webb del papel representado por los rangers en el sitio de la ciudad de México: “Un ladrón les robó un pañuelo. Fue fusilado”.5 Murió un Texas ranger y los rangers replicaron matando a 80 mexicanos.6 McMurtry concluye: “Tales acciones no son las de hombres a los que pudieran llamarse apropiadamente amables”.7 McMurtry también impugna la descripción que hace Webb del capitán ranger L. H. McNeely como “una llama de valor”8 McMurtry afirma de McNeely. “Hizo un trabajo bueno y brillante, y sus métodos eran absolutamente brutales”.9 McNeely torturó y fusiló mexicanos a sangre fría. En una ocasión cruzó la frontera con 30 hombres y atacó un rancho pensando que ahí se albergaban tropas mexicanas. Pero estaba equivocado, y asesinó a un grupo de inocentes trabajadores mexicanos. Cuando descubrió su error, simplemente se fue. La apología que hace Webb de los rangers es que “los asuntos de la frontera no pueden juzgarse por los patrones que rigen en otras partes”.10 McMurtry responde: “Por qué no pueden serlo es una cuestión que aún queda por responder a los apologistas de los rangers. La tortura es tortura, tanto si es aplicada en Alemania, Argelia o junto al río Nueces. Por supuesto, los rangers alegaban que su fin justificaba sus medios, pero los torturadores siempre han alegado eso mismo”.11
Webb dejó de ser historiador y se convirtió en un ranger por poder. A pesar de que indudablemente debió ver la brutalidad de aquellos hombres violentos, cerró los ojos ante ella. McMurtry arroja más luz sobre la situación cuando escribe: “El punto importante que se debe señalar acerca de The Texas Rangers, es que Webb no escribía como historiador de la frontera, sino como un hombre de la frontera simbólico. La tendencia a practicar una camaradería fronteriza simbólica puede decirse que caracteriza al texano del siglo XX, tanto si es intelectual, vaquero, hombre de negocios o político”.12
De hecho, la obra de McMurtry explora el efecto de esta solidaridad fronteriza. También es significativo que Webb fuese un hombre de letras que no tenía motivos malintencionados. No obstante, sus obras son racistas. Hacia el final de su larga carrera, Webb había cambiado su punto de vista sobre los chicanos.13 Cuando publicó un artículo en True West, en octubre de 1962, “Los bandidos de Las Cuevas”, recibió procedente de Alicer, Texas, una carta de Enrique Mendiola cuyo abuelo fue el propietario del rancho que los rangers atacaron equivocadamente por órdenes de McNeely, Mendiola afirmaba:
Muchos historiadores han clasificado a aquellos hombres como ladrones de ganado, bandidos, etc. Esto puede ser cierto respecto a algunos, pero la mayor parte, incluyendo al general Juan Flores, trataba de recuperar el ganado de su propiedad que les había sido arrebatado cuando los arrojaron de sus pequeños ranchos en el sur de Texas. Fueron despojados por hombres como Mifflin Kenedy, Richard King y los Armstrong.14
Walter Prescott Webb replicó en forma reveladora: “Para lograr una conclusión justa se necesitaría poseer informes del lado sur del río, y simplemente estos no son asequibles”. Afirmaba que hubo robos de uno y otro lado, pero que “[e]l hecho desafortunado es que los mexicanos no eran tan expertos en conservar información como la gente de este lado. A menudo he deseado que los mexicanos, o alguien de su confianza, hubiera podido estar entre ellos y recoger sus relatos de ataques y contraataques. Estoy seguro de que estas historias hubieran adquirido un tono y color distintos.15 De hecho, los mexicanos conservaron su historia en corridos, que glorificaban los hechos de los hombres que se alzaron ante los opresores. Estos corridos siguen cantándose en el Valle del río Grande y en otros lugares del suroeste. Los corridos a Juan Cortina fueron compuestos cuando este se enfrentó a los gringos en la década de 1850, y actualmente, líderes chicanos como César Chávez, Reies López Tijerina y Rubén Salazar tienen corridos compuestos en honor y recuerdo suyo. Uno de los más conocidos es El corrido de Gregorio Cortez, un hombre injustamente perseguido por los rangers y las autoridades texanas en 1901. En su libro, With His Pistol in His Hand (1958), Américo Paredes analiza este corrido, al tiempo que revisa la historia de los corridos. Estos comunican la actitud