[…] uno quiere vivir tanto como sea posible, salvarse, perseverar y cultivar todas estas cosas que, infinitamente más grandes y poderosas que uno mismo, forman parte, sin embargo, de este pequeño ‘yo’ al que desbordan por todos lados. Pedirme que renuncie a lo que me formó, a lo que tanto amé, a lo que fue mi ley, es pedirme que muera. En esta fidelidad hay una especie de instinto de conversación. (Derrida 2006, 27-28)
He aquí una tesis, una posición que asumiremos sin culpa: el narcisismo derridiano es fiel a la supervivencia de esta vida. En este sentido, el ‘deseo ligante’, que es una manera en que el filósofo sueco determina la supervivencia, debe comprenderse por lo que en el autor es representado como ‘interpretación cronolibidinal’. Esta clave hermenéutica se basa en las notas asociadas al concepto de cronolibido, palabra que refleja la marca del deseo (libido) en el tiempo (kronos) del ser viviente. Para Hägglund se trata de un deseo sui generis, que fractura la estructura temporal del viviente, que produce en la temporalización del viviente la cicatriz de la diferencia constitutiva. En la interpretación cronolibidinal, el presente vivo está desquiciado por un pasado al cual el sujeto llega ‘demasiado tarde’ y un futuro que siempre acontece ‘demasiado pronto’. Vistas las cosas así, en Hägglund el ‘deseo ligante’ también habrá sido una manera de referirse a lo que Derrida llamó ‘la différance’.
Pero “Deseo ligante” también es un ensayo que supone una interpretación del psicoanálisis. Esto Hägglund lo desarrolla con mayor profundidad en el capítulo IV de Dying for Time (cf., “Reading” en Hägglund 2012, 110-145). Por un lado, basándose en “Le facteur de la vérité” de J.D., el concepto de cronolibido implica la deconstrucción del deseo tal como había sido entendido por Lacan, a saber, como deseo (désir) de plenitud, donde el gozo (jouissance) vendría a representar la saturación de ese deseo en una experiencia límite. Por otro lado, lo cronolibidinal, basándose en “Spéculer - sur ‘Freud’” conlleva la deconstrucción de la economía libidinal tal como la había desarrollado Freud, donde la vida se defendía de la muerte mediante un sin fin de rodeos. En este sentido, el ‘deseo ligante’ de Hägglund liga la vida y la muerte en el marco de lo que Derrida había leído en Freud como economía bindinal (o estrictural).
En general, a lo largo de Dying for Time el concepto de cronolibido le permite a Hägglund exponer una aproximación a la desconstrucción en tanto experiencia narcisista de la lectura y la escritura; una experiencia que encuentra su fuerza en ‘los dramas del deseo’ del sujeto en su relación imposible con el otro. Añadiendo, en cualquier caso, la siguiente condición a la pertinencia de estos dramas:
tal como han sido puestos en escena por la filosofía y la literatura.
La interpretación cronolibidinal es ella misma la performatividad de un deseo ligante, de un deseo que restringe la filosofía y la literatura a cierta escena de escritura autobiográfica.
IV
No simplemente qué sino cómo escribir, dice Diamela Eltit (novelista, ensayista, columnista, profesora en la Universidad Técnica Metropolitana y en la Universidad de Nueva York, Premio Nacional de Literatura en 2018). Cómo escribir, imaginamos, una literatura de subalternos sin someter el habla a las vanidades del autor; cómo encarnar la alteridad en una escritura no sublimada por los formatos del logocentrismo europeo; cómo exponer la dramática escena de la desigualdad chilena y latinoamericana sin reproducir acríticamente los enclaves coloniales de la lengua española. Y si bien la novela ha representado el dispositivo por excelencia donde la autora ha elaborado su estética, su política y su poética de sujetos subalternos, probablemente sea en el ensayo donde tal vez encontremos la instancia de una escritura cuyo cómo se haya aproximado más a la clase de ‘deseo’ que Derrida habría llamado ‘autobiográfico’7 –y por el que nosotros nos desvelamos–.
El texto titulado “Escritura, trama y deseo” de Diamela Eltit que se incluye en este libro, corresponde a una conferencia que la autora impartió el 11 de octubre de 2018 en la Universidad de California, Berkeley. Se trata de una conferencia elaborada en un estilo ensayístico, donde la autora repasa el modo en que literatura y vida se van estrechando en la experiencia de su devenir escritora. En ella, Eltit —a partir de una condensada muestra de su concepción de la escritura como trabajo sobre la letra— nos cuenta cómo en la brecha que fractura la trama de la letra convive el deseo y la materia de su escritura (narrativa, ciertamente, pero también su ensayística). Aquí hay mucho para pensar. No interrogaremos el destino y la errancia de la letra en Diamela Eltit, aunque todo en ella, en la destinerrancia de la letra, nos haga pensar en una concepción de la literatura como exigencia material de un camino sin retorno a sí (antipsicológico, antisolipsista, antiidealista). La letra eltitiana, pues, como perturbación poética, estética y política de las vanidades del autor; apertura a una composición estratégica sobre el habla del otro; instancia de ‘fuga’, ‘despilfarro’, ‘placer’ y ‘adicción’. Por de pronto, atendamos aquí más bien a la brecha, que la autora compara con el acontecer de un ‘tiempo otro’ o ‘eterno presente’ que corroe la banalidad ‘del cotidiano’.
Experiencia límite es para Eltit la escritura como oficio, semejante a una adicción, y, ciertamente, el ensayo que presentamos en estas Escenas de escritura compone su trama en torno a las brechas que marcan el paso, el ritmo de una vida que se va consagrando materialmente al deseo de escritura y de libro. Brechas que no pueden provenir sino de una escena radicalmente distinta a la vida (lo decimos en sentido artaudiano), incluso cuando esta escena es el lugar de una adolescencia temprana, rememorada como instancia de una revelación fundamental: “Por quién doblan las campanas es un libro sobre la muerte”, señalaba la autora en una entrevista con Laura Galarza, a propósito de su despertar precoz a la literatura a través de Hemingway (y otros). Cuestión que en “Escritura, trama y deseo” también aborda: “la novela de Hemingway ingresó como asombro, como descubrimiento, en el sentido más literal de la palabra”. Y la enfermedad, esa experiencia limítrofe entre la vida y la muerte, juega también aquí su parte, habiendo preparado tempranamente las condiciones del asombro, como una grieta que pulveriza la niñez, que suspende la estable cotidianeidad que disfrutan las trayectorias superfluas.
En la última sección del ensayo, la autora se enfoca en una serie de cuestiones de suma importancia en torno a su vínculo con la memoria de uno de los pueblos originarios que fueron allanados y devastados a lo largo de los intensos procesos