1.2.2 Visibilidad y transparencia
Una segunda característica de lo público es su visibilidad y transparencia (Rabotnikof, 2008), mientras que lo privado y, más aún, lo íntimo, tiende a estar parcial o totalmente oculto de la mirada del resto de la sociedad. Por esta razón, el espacio público es el ámbito donde los ciudadanos formulan asuntos de interés general (Iazzetta, 2008) y también es el escenario propicio para expresar preocupaciones y demandas políticas. La línea divisoria entre la esfera privada y la pública es tenue y se encuentra en constante debate y conflicto político. Un ejemplo claro al respecto fue la intensa lucha de los grupos feministas para que el ámbito doméstico (espacio privado familiar-conyugal) estuviera abierto al escrutinio y debate público. Estudios y testimonios mostraban que, detrás de la privacidad doméstica, se encontraban casos frecuentes de abusos, maltratos y violencia intrafamiliar. Su ocultamiento era refrendado por la inacción de las instituciones estatales y las culturas complacientes que repetían que los «trapitos sucios se lavan en casa». De ahí que surgieran iniciativas e instituciones que hicieron «públicos» los derechos de las mujeres y de los niños, niñas y adolescentes como espacios de defensa y promoción del bienestar de todos los integrantes de la familia.
En cuanto a la política, el espacio ha resultado esencial en las luchas democráticas. La burguesía y los trabajadores se adueñaron de calles y plazas en su enfrentamiento contra la aristocracia. Le arrebataron a la monarquía el espacio público, el cual, según Foucault (2002), era el ámbito donde esta expresaba su poder y lo ejercía7. Para Salcedo (2002):
En la sociedad renacentista la idea de una esfera pública estaba incompleta. La burguesía estaba aún integrada a la estructura tradicional del poder y acomodaba sus demandas a las condiciones políticas de la sociedad. La aparición de la esfera pública requería del cuestionamiento burgués a la forma de gobierno. Una vez que este desafío se presenta, aparecen nuevas instituciones (y también espacios), que se convierten en centros de poder democrático y ciudadanía: conferencias, espectáculos públicos, salones y prensa escrita. (p. 5)
El espacio público, que los monarcas ilustrados construyeron, embellecieron y expandieron como parte del discurso modernizador que buscaba legitimarlos ante la burguesía, terminó siendo un lugar de encuentro, discusión y consolidación de voluntades democráticas. Las fuerzas democráticas, entonces, se apropiaron del espacio y ello fue fundamental en el derrocamiento de las monarquías. Sin embargo, los gobiernos burgueses pronto descubrirían que las calles y los parques también podían ser apropiados por otros sectores, continuando así los conflictos de poder sobre la base de las diferencias de clase social. En términos políticos, las calles se transformaron en el espacio de la política de oposición manifestada por el proletariado y otros sectores excluidos. Según Salcedo (2002), ahí nace un acuerdo implícito entre la burguesía y las organizaciones obreras, por el cual las calles se constituyeron en parte de la estrategia política de los sectores menos favorecidos. A pesar de que esto podría generar conflictos, en términos generales, favorecía una forma de expresión democrática que en la mayoría de los casos no significaba un peligro para el poder, sino que brindaba legitimidad al sistema democrático.
Para Iazzetta (2008), lo público no solo consiste en ser el ámbito de expresión y encuentro ciudadano, sino que también se construye sobre las capacidades colectivas que el Estado debe garantizar para conformar un espacio común y compartido8. Además de la universalidad en el acceso y uso de lo público, la acción estatal tiene que garantizar la igualdad ante la ley y la equidad en oportunidades. Pero estas garantías no son suficientes si los mismos ciudadanos y ciudadanas no tienen la capacidad de ejercerlos. Por eso, otra importante capacidad colectiva está relacionada con la vigencia de los derechos y el potencial de ejercerlos, lo cual implica que el Estado debe ser un promotor activo de las condiciones que fortalecen la democracia vía la educación de calidad, el funcionamiento apropiado de sus instituciones y una renovada capacidad de sanción cuando fuera necesaria. Akkar (2005) denomina esto como el «acceso a la información y a la discusión» en la determinación de los espacios públicos.
1.2.3 Multifuncionalidad
Una tercera característica del espacio público es su multifuncionalidad. Como se explicó antes, el espacio público es determinado por el uso que le dan los ciudadanos y ciudadanas, dentro de los límites impuestos por la normatividad. En espacios clásicos como el Central Park en Nueva York, los usos son múltiples y dependen del deseo y disposición de los que acuden al parque. Se encuentra a quienes se ejercitan, juegan, enamoran, comen, pasean a su perro, toman una siesta, alimentan a las palomas, hacen turismo o solo transitan. También están los que exhiben sus artes por unas monedas y los que venden diarios, comida o curiosidades.
Esta concepción de multifuncionalidad se convierte, en la práctica, en una crítica al modernismo, movimiento de gran influencia en el urbanismo de la primera mitad del siglo XX, que intentó separar las funciones urbanas en espacios autorreferenciales y segregados: autopistas para coches; bloques residenciales para vivienda; centros empresariales y fábricas para el trabajo, áreas verdes para la recreación (Akkar, 2007). En el caso de Lima, las residenciales como San Felipe, en el distrito de Jesús María, representan el ideal del modernismo al separar al peatón y residente del tráfico, del comercio y de la producción. Esto es muy diferente de lo que ocurre en las ciudades antiguas y densas, en las cuales las calles eran compartidas por el peatón, el motorista y el comerciante.
Las residenciales seguían los dictados de Le Corbusier, que planteaban abolir el sistema tradicional de cuadras y manzanas en las calles de la ciudad, ya que este solo había generado tugurización, suciedad y sufrimiento para todos, especialmente para los más pobres. Le Corbusier proponía segregar las cuatro principales funciones de la ciudad (residencia, transporte, producción, recreación). Por ejemplo, recomendaba entregar al transporte el dominio de sistemas modernos de autopistas y recluir a los habitantes en zonas residenciales de superbloques rodeados de un mar de verde (parques), sol y aire, y así lograr que estén más cerca de la naturaleza. Sugirió demoler París y construir un gran número de edificios de sesenta pisos para albergar a sus tres millones de habitantes, interconectados por zonas peatonales y rodeados de enormes parques y jardines.
El habitante de la ciudad, no obstante, rara vez transita para cumplir una sola función (trabajo, diversión, descanso), sino que combina varias de ellas y, por eso, prefiere tenerlas cercanas. Más allá de la legítima preocupación del modernismo por el habitante de la ciudad, en el fondo, lo estaba condenando a una ciudad estandarizada que reflejaba la eficiencia de la fábrica u oficina burocratizada. Los superbloques, con sus líneas arquitectónicas sobrias-rectas-limpias, a veces reflejaban el tedio y la monotonía de la vida moderna.
El espacio público multifuncional es lo que permite que cada comunidad pueda expresar sus prioridades y significados. Esta le otorga un carácter muy propio, que frecuentemente se ha cristalizado en términos étnicos, como son los famosos barrios Little Italy (en Nueva York), Chinatown (San Francisco) y la Pequeña Habana o Calle Ocho (Miami). Las personas se apropian del ambiente y controlan así los usos y el desarrollo de actividades. Por el contrario, cuando no lo hacen, se pueden producir dos resultados negativos: (a) otros se apropian del espacio (gobierno, grupos de interés), y/o (b) es abandonado y entonces ocupado por delincuentes, narcotraficantes,