Asimismo, la globalización y la posmodernidad no han significado la desaparición del poder ni el hecho de que las relaciones siguen siendo estratificadas, jerárquicas y territorializadas. Los sectores altos creen que se liberan del espacio –«si no es París, será, entonces, Tokio o quizás Nueva York»–, pero en todas las ciudades del mundo se apoderan agresivamente de territorios reales, concisos y concretos. A veces son espacios abandonados o antes habitados por grupos de menores ingresos, y los remodelan para generar nuevas áreas de exclusividad en un proceso que en inglés se conoce como gentrification y que en español se podría llamar aburguesamiento o elitización del territorio14. Los de menores ingresos también viven en enorme dependencia territorial, pero por otras razones.
Bauman (1999) considera que los del primer mundo viven el tiempo como presente continuo, pero el espacio ya no rige para ellos porque ha dejado de ser restrictivo (sea el virtual o real). Mientras que para los del segundo mundo –los pobres y marginados– el espacio real se cierra y los encierra. También los comprime porque habitan donde no quieren estar, pero no pueden trasladarse donde desean. El espacio y el tiempo los aplastan. Los sectores altos pueden estar donde quieran y construyen los espacios a su imagen y semejanza. Para ellos no hay fronteras, ni oficina de inmigraciones. En cambio, los pobres viven donde no quieren, pero no pueden escapar de su miseria porque nadie los recibe. Si llegan a salir, muchos se encuentran segregados social y espacialmente, refugiados como ilegales.
Estas reflexiones evidencian que el tema del espacio, el territorio y la construcción de lugares no es un asunto sencillo. Resulta bastante aventurado clamar la muerte del espacio para un sector u otro, o pensar que nuestra identidad y pertenencia a un territorio es cuestión del pasado en un mundo global y virtualizado; o, finalmente, que las nuevas generaciones no son capaces de comprometerse y, por ende, no pueden (¿o quieren?) apropiarse de espacios en forma consistente y continua. Lo paradójico es que somos seres supuestamente en camino a ser desmaterializados (etéreos, flujos, redes), pero con necesidades, anclajes y apegos territoriales. Ello implica que debemos investigar nuestras formas específicas y diversas de afianzamiento en el espacio, en vez de solo celebrar nuestra presunta independencia del territorio. Por ello, es importante continuar el estudio de la identidad territorial y cómo ha cambiado producto de la globalización y la introducción de tecnologías que impulsan la virtualización.
La evidencia tiende a apoyar más la idea de que aún nos aferramos al territorio, especialmente si es el próximo y local:
• En primer lugar, como identidad de resistencia. Como bien indican varios autores, lo inaccesible del mundo global nos lleva a aferrarnos a lo local. Para Castells (2003), las élites pueden ser cosmopolitas, pero la gente no, y por ello sigue viviendo en el «espacio de los lugares». Es una forma de enfrentarse y resistirse al proceso incontrolable de la globalización y al espacio de los flujos dominados por la élite. Este proceso se evidencia en la creciente preocupación por los gobiernos locales en todas las sociedades del mundo, la participación vecinal (presupuestos y planificación participativos) y la democracia local, todo porque es más cercana a la gente. De acuerdo con la geógrafa brasileña Amalia Inés Geraiges (2004), existe una nueva territorialización que aparece a causa de las necesidades locales para enfrentar el desarraigo producido por la globalización. Estas preocupaciones se manifiestan de diversas maneras, pero en los últimos años han surgido movimientos ligados a la defensa y protección del medioambiente de la comunidad frente a la gran empresa.
• En segundo lugar, como se ha mencionado anteriormente, existe mayor identidad cosmopolita entre los sectores de mayores ingresos que viven cotidianamente globalizados, pero esto no contradice o excluye una simultánea preocupación por los lugares. Es decir, es una identidad cosmopolita, pero situada. Castells (2001) inclusive, a pesar de señalar que el «espacio de los flujos» es de la élite, también reconoce que la organización espacial es uno de los soportes de las redes y los flujos dominantes. Esto se debe a que muchas de las relaciones sociales siguen ocurriendo en el espacio real, sea en las sedes de las principales empresas que son parte de los nodos; o para evitar el espionaje posible (hackers) en los medios de comunicación e informáticos vía la reunión cara a cara; para el realce personal y la autosatisfacción personal; para el consumo conspicuo:
Así pues, los nodos del espacio de los flujos incluyen espacios residenciales y orientados al ocio que, junto con el emplazamiento de las sedes centrales y sus servicios auxiliares, tienden a agrupar las funciones dominantes en espacios cuidadosamente segregados, con fácil acceso a complejos cosmopolitas de las artes, la cultura y el entretenimiento. (Castells, 2001, p. 450)
• En tercer lugar, la sociedad posmoderna se caracteriza por su creciente individualización, especialmente en lo que se refiere a la formación de identidades y a la creciente heterogeneidad de las fuentes de identidad. Pero la heterogeneidad no significa una incontrolable diferenciación entre los seres humanos. Por el contrario, el individuo posmoderno –al igual que en otros momentos históricos– construye su identidad en asociación con otros. La diferencia es que ahora esas identidades son más fluidas y pasajeras, en lo que algunos denominan la tribalización –que incluye una estetización de la diferencia (ropa, música, jerga)–, la cual siempre tiene un componente espacial. Según Formiga (2007), «se traduce sobre el espacio un discurso de la diferencia» (p. 180).
• En cuarto lugar, se encuentran nuestros afectos y sociabilidad como aspectos centrales en la configuración de nuestra identidad territorial. Cuando les preguntamos a los habitantes de cualquier país: «¿A cuál de los siguientes grupos geográficos diría usted que pertenece en primer lugar? ¿Y en segundo lugar? ¿Y el último de todos?», la respuesta preferida es el espacio local. Esto ocurre en España (Castells, 2003) y en el Perú, en donde el 47 % y el 54 %, respectivamente, consideran su principal identidad la local o regional, en contraste con el 38 % que nombra primero a la nación. Solo un grupo reducido escoge el «continente» o el «mundo como un todo»15. Como se señaló anteriormente, el apego a un lugar se construye fundamentalmente sobre la base de las funciones cotidianas que satisface, pero también de las memorias, valores, actitudes, sentidos y representaciones. Nosotros nos involucramos y comprometemos con aquellos sitios que tienen una historia y significado. Esto se logra con el tiempo que permite la experiencia vital.
¿Y el espacio público desaparecerá como depositario de «lugares»? Puede ser que los seres humanos sigamos siendo localistas y que nos aferremos a lo próximo, pero esto puede suceder en espacios privados o cuasipúblicos. ¿Hasta qué punto la identidad territorial seguirá implicando a los espacios públicos? Como ya se dijo, esto depende de varios factores, pero lo que sí es cierto es que entre los jóvenes citadinos de todos los estratos –incluyendo a los supuestamente más globalizados y virtuales– hay un mayor volcamiento hacia la calle y el parque para pasear, ejercitarse, comer, tomar café y platicar. Es parte de lo que define la calidad de vida en la ciudad y esta apropiación se repite en las grandes urbes del mundo.
Finalmente, ¿puede la virtualización de nuestras relaciones llevarnos a dejar más la calle y la plaza, y hacer que nos atrincheremos en nuestros espacios privados e íntimos? Esta es, sin duda, una pregunta que aún no tiene una respuesta definitiva. Algunos estudios muestran que las relaciones virtuales con frecuencia se encuentran muy ancladas en el mundo real, ya que son parte de un sistema o red que contiene diferentes componentes entre reales, virtuales, territoriales, ciberespaciales, entre otros (Hampton, 2006). En algunos casos, además, en la comunicación vía internet tienden a predominar mensajes a personas que viven cerca y simplemente complementan la llamada telefónica o la conversación en la oficina o el café. Quizás para los jóvenes, internet sirva más como aventura y exploración, y busquen al distante y diferente como parte de ella (Quiroz, 2004). Pero también son los