Historia de los sismos en el Perú. Lizardo Seiner-Lizárraga. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Lizardo Seiner-Lizárraga
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Математика
Год издания: 0
isbn: 9789972453670
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       Fuentes contemporáneas

      “Carta de P. Nyel, misionero de la Compañía de Jesús al R.P. de la Chaize, de la misma compañía, confesor del Rey. Lima, capital del Perú, mayo 20 de 1705”, en Cartas edificantes, y curiosas, escritas de las missiones estrangeras, por algunos missioneros de la Compañía de Jesús. Tomo III. Traducido del francés por el padre Diego Davin. Madrid: Imprenta de la Viuda de Manuel Fernández, 1754.5

      NYEL [1705] 1754, III: 266

      … hemos experimentado dos o tres terremotos [sic]6

       Fuentes secundarias

      1. Perrey, Alexis. Documents sur les tremblements de terre au Pérou, dans la Colombie et dans le bassin de l´Amazone, recueillis, traduits et mis en ordre par […]. Bruselas: Imprimerie de M. Hayez, 1857, 134 pp.

      PERREY 1857: 24

      Cita a:

      1. Nyel [1705]. “Carta…”.7

       1707

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       Fuentes contemporáneas

      Sin datos.

       Fuentes secundarias

      1. Esquivel y Navia [1740-1749] 1980, II: 195-197

      … Sábado, 17 de septiembre de 1707, a las doce horas de la noche, hubo en esta ciudad un terremoto formidable que duró casi por espacio de una Avemaría, pero sin que aquí peligrase persona alguna, si bien la turbación fue grandes, saliendo todos a las plazas con extraordinario pavor, así por lo fuerte del movimiento, como por otros once (temblores) algo remisos, que repitieron hasta por la mañana, otro a las ocho del día, tanto como el primero, entonces sacaron al cementerio de la catedral, el milagrosísimo Señor de los Temblores que desde este día domingo se puso en el presbiterio, donde se dio principio a una devota rogativa, con misas que cantaron los prelados regulares por nueve días. Los religiosos descalzos de la Recolección de San Antonio, hicieron una procesión de penitencia el día siguiente por la tarde con mordazas, capacetes de esteros y sogas de esparto; y juntos con los de la observancia fueron a la Catedral, donde el padre lector fray Ignacio de la Verga, exhortó al pueblo con bastante eficacia y ternura. Por súplica del venerable deán y cabildo, hicieron los padres jesuitas sus misiones en la catedral desde el día 1ro. Todos los nueve días predicando el padre rector Fernando de Aguilar con el Tema: “Terra tremint, et quievit” (Salmo 75). Terminó el sagrado novendial una procesión muy devota, como la de 31 de marzo […].

      Numeráronse hasta fin de octubre cerca de cincuenta temblores, aunque no con la fuerza de los primeros, y por espacio de un bimestre estuvieron las plazas llenas de toldos y tiendas que sirvieron de mansiones a muchos, que poseídos de temor, eligieron la incomodidad huyendo del peligro.

      Sintiose el primer temblor en la comarca y pueblos circunvecinos al Cuzco y con mayor fuerza en el pueblo de Capi de la provincia de Chilques (359E), donde el temblor del día 17 causó tal estrago que cayeron noventa casas, abriéndose disformes grietas, y la iglesia toda lastimada y rajada. A fray Bernardino Garrido del orden de la Merced, que estaba en dicho pueblo, se le cayó el aposento, y quedó el religioso en una concavidad, sin poder salir, teniéndose ya por muerto; y a otro movimiento se abrió la pared como una puerta, por donde salió, e inmediatamente se arruinó del todo la vivienda. El polvo que levantaron los temblores, y edificios caídos, fue tal que no se conocían unos a otros como en aquellas tinieblas, palpables, de que dice el sagrado texto: “Nemo vidit fratem suum” (Exodo). Y no paró en esto, sino que se ahogaron algunos. Cayeron muchos cerros, y parte de ellos sobre el (río) grande de Guacachaca, que es el mismo de Apurima, y en (rumbo) derecho de Coyabamba con el primer temblor se pasó de la una banda del río grande, una casa con sus aposentos, y personas que estaban durmiendo dentro, a la frontera que es la jurisdicción del pueblo de San Lorenzo, donde recordaron al amanecer; de que hay al presente testigos oculares. Y otra trasvección (sic) como ésta se vió en Quito, y sobre la propiedad se formó litigio y llevaron la causa a la Audiencia de los Reyes. Con la represa del río, desde aquel país se cogió en lo enjuto de la madre gran copia de peces, y a los ocho días se soltó tan impetuoso y rápido que robó y arrasó todas las casas y huertos, que adornaban sus riberas.

      Murieron en el pueblo ciento sesenta personas, así en las ruinas domésticas como en las de los cerros, peñascos y riscos; y hubo día de veinte (y) un entierros. Muchos quedaron heridos de las desgracias populares (sic), y de las piedras que arrojaban los collados, de que también pereció algún ganado. Contáronse en Capi, hasta 7 de octubre, más de veinte y ocho temblores diurnos, fuera de los movimientos cortos. El primero y los demás hasta 25 de septiembre, se sintieron en el pueblo de Capacmarca.

      A una legua de Coyabamba, quebrada abajo, en la hacienda nombrada Chapichapi, al refugiarse algunos indios en una capilla de Nuestra Señora de la Concepción como a único asilo de los mortales en toda tribulación y calamidad se halló su soberana imagen a la puerta de la capilla, sin que persona alguna la hubiese movido en su nicho. Dieron cuenta a don Gerónimo de San Martín, cura de aquella doctrina, quien mandó llevasen la imagen al pueblo de Capi; pero al levantarla de aquel puesto, cayó tal tempestad de granizo, que les obligó a mudar de dictamen, y omitir el transporte, y al punto que la dejaron en su capilla, cesaron los truenos y procelosa lluvia. Claro argumento de que era voluntad de la Señora continuar su protección aun en aldea tan corta, donde rendidos ofrecen a su imagen culto y honor.

      El pueblo de Tucuyache, que es de la misma doctrina, padeció tan gran estrago que en sus fatales ruinas apareció no poca gente, y aseguran personas fidedignas de aquel país que los muertos en Capi, Coyabamba, Tucuyache y sus términos llegaron al número de cuatrocientos. Quedó asolada la hacienda de Chacabamba, pereciendo la gente que en ella había, excepto su dueño don Bonifacio de Escalante, clérigo presbítero que se hallaba entonces en la otra banda del río. Unos murieron oprimidos de las paredes; otros ahogados del polvo; otros despedazados de las piedras. La iglesia de Tucuyache cayó toda, quedando sola la imagen de Nuestra Señora. Hiciéronse en todos estos pueblos muchas procesiones de penitencia, y rogativas.

      Por estos mismos días, y con ocasión de la presente calamidad, fueron deprehendidos varios hechiceros en el pueblo de Capi y en toda esa doctrina; y aún se tiene por cierto, haber sido ellos gran parte en provocar la ira y azote del Señor; porque habían muchos que practicaban todo género de supersticiones, y (el) execrable crimen de la idolatría, dando culto a una alta y hermosa peña en forma de pirámide, y aun al mismo demonio, según consta de la causa con que se procedió contra ellos en este juzgado eclesiástico, que es de las criminales, número 32, cuyo resumen es el siguiente. El auto del comisario de la provincia para la averiguación en 27 de septiembre de 1707, hízose la sumaria en el pueblo de Capi desde 29 de septiembre hasta 5 de octubre. Por mandamiento de prisión por el provisor don Vasco de Valverde, de 11 de octubre, fueron traídos a la cárcel eclesiástica: Pedro Guamán, Pascual Gualpa, Pascual Centeno, y Juana Baptista, indios: Juana Melgar, Juana Escalante, y Agustina, mestizas; y otra Juana parda esclava de don Manuel Santoyo. Tomose la confesión desde 8 de enero de 1708, ante el doctor don Gaspar de la Cuba, provisor interino, y la de Pedro Guamán, que es la primera, a fojas 17, es en suma ésta, en que declara, haberle enseñado sus hechicerías un indio llamado Rochino, o Callapero, que era el maestro de todos ellos; que cada conjunción de luna iba a una estancia de la repartición del aíllo Callancha, donde estaba una capilla con la imagen de la Ascensión del Señor y allí concurría con otros; y ofreciendo medios reales, porción de coca y brebaje de maíz llamaban al demonio con nombre de Santiago y al punto se aparecía una fantasma, como de una vara de estatura, con un caballo blanco, descendiendo por el techo