Lo interesante, comparando con lo sublime tecnológico, es que la teoría de la inteligencia colectiva rescata el valor de lo estético y de lo ético en dos sentidos: uno, en el kantiano, en cuanto el espacio de la información incluye el placer de pertenecer a la colectividad; dos, en el sentido schilleriano de la humildad: “La inteligencia colectiva trabaja para agrandar el vacío que no es una carencia o una ausencia, sino el vacío del Tao, la apertura y la humildad que permiten el surgimiento del aprendizaje y del pensamiento”.66
5.1 Ciberespacio y sublime dinámico
Vale la pena insistir en lo sublime dinámico, porque la inteligencia colectiva supone una fuerza que nace y se alimenta de la complejidad y del poder de las inteligencias en red y de sus procesos poiéticos distribuidos y paralelos, pues al respecto hay que verificar lo que Levy afirma acerca de la diferencia entre posible, imposible e imaginación: “La tecnología, en el sentido más amplio del término, se refiere a todo evento cuyos efectos serán desplazar el borde entre lo posible y lo factible”.67 La tecnología potencia la imaginación y, con la ayuda de la ciencia y por medio de la interacción planetaria del conocimiento, va ampliando el territorio de lo posible y de lo factible.
Para validar o no esta idea, propongo discutir dos aspectos: uno, la naturaleza epistemológica, lingüística y estética de las herramientas digitales; y dos, la efectiva ausencia de estructuras de control y poder en la interacción intelectual y en los procesos poiéticos de la inteligencia colectiva; en otras palabras, que el ciberespacio esté libre del logocentrismo, del etnocentrismo y de la violencia epistémica. Podríamos empezar a responder recordando que Derrida ha puesto luz en que la razón de lo sublime no es lo posible, sino lo imposible,68 porque lo posible está dentro del borde de lo mensurable. Mi hipótesis al respecto es que las herramientas digitales crean solo factibles dentro de lo que es ya posible y predecible: llenan, reproducen, pero no crean y no abren; el horizonte de lo posible es, en realidad, siempre lo factible. Me explico: si todo se puede, si todo es factible (si no existe lo que está más allá del borde), nada queda en el dominio de lo imposible, es decir, no hay apertura e indeterminación. A esto se debe que las tecnologías de la información, cuanto más poderosas son, tanto más reducen el espacio de la imaginación y de la ilusión, como ha escrito en varias ocasiones Baudrillard.69
Adicionalmente, sucede también que lo factible se vuelve globalizado e infinito, pero, ya que lo posible coincide con el mismo factible, esta especie de infinitud es repetitiva; por lo tanto, innecesaria. Baudrillard habla, al respecto, de la perfección inútil de la imagen: perfecta porque todo es visible y reproducible de modo claro y metódico; inútil porque, por esta perfección, la imagen es incapaz de mediar la ilusión y el misterio radical del mundo.
Concluyendo: la tecnología, la digitalización y la computabilidad del lenguaje excluyen lo sublime porque, perdonando el juego de palabras, la producibilidad de lo posible es posible, pero solamente al precio de lo imposible.
5.2 Arte y arquitectura del ciberespacio
En su examen de la inteligencia colectiva, Levy dedica un capítulo a la belleza, al arte y a la estética, en el que encontramos otros conceptos que merecen ser discutidos.
El desarrollo del ciberespacio, la esencia mediática de la comunicación y del pensamiento, es uno de los retos estéticos y políticos de este siglo. La multimedia digital interactiva, por ejemplo, pone fin explícitamente al logocentrismo y a la destitución de la supremacía del discurso sobre otras maneras de comunicar.70
Según Levy, la multimedia acaba con el dominio del logos (léase también, violencia epistémica y etnocentrismo), regresando al gesto y al sonido; por lo tanto, a la cultura oral. Nos reencontramos con los problemas conocidos de la neocolonización, pero también con un tópico nuevo, la escritura, que es el arma principal de la neocolonización. Es más, tenemos que enfrentar la mayor dificultad interpretativa de lo digital: lo que aquí dice Levy es verdadero, pero solo en el espacio de la interfaz; lo que realmente sucede en los procesos digitales está determinado por el software, que, como veremos, es una forma de escritura y, por lo tanto, una instancia del logos. El error de Levy —en el que incurren muchos, es verdad— se produce porque el software está escondido y el usuario, el crítico o el filósofo no lo perciben (pero esto no significa ¡que no exista!). Esta es la dimensión de la interfaz: ignorar los mecanismos subyacentes.71 Ahora, la teoría de Levy es sugerente, pero hace falta analizar sus fundamentos y las condiciones reales de su posibilidad, en las que la estética del software tiene particular importancia. Levy es, en parte, consciente de este aspecto: “Cuando estas tecnologías son abordadas como fenómenos no relacionados, como artefactos caídos del cielo […] nos quedamos ciegos frente a las diferentes posibilidades que ofrecen al desarrollo humano […]”.72 Exactamente, este es el problema, aquí está el juego de las interfaces, la opacidad del conocimiento, la violencia epistémica. Pero lo grave (y que Levy no percibe) es que estos elementos son constitutivos de las tecnologías de la información, son parte de su naturaleza.
A pesar de esto, Levy desarrolla muchas ideas acerca del arte en el ciberespacio, con lo que concordamos totalmente: obra abierta, enfoque en los procesos, irreproducibilidad, creación colectiva, eliminación del aura del artista, difusión de lo estético, énfasis en lo sublime. La conclusión importante es que, “Radicalizando la función clásica de la obra de arte, el arte de la implicación genera tensión y provee máquinas semióticas que nos permitirán inventar nuestros lenguajes”.73
Sin embargo, veremos que semejante estética generativa necesita bases concretas, mediante un marco que delimite la infinidad de sus posibilidades, cuyos componentes principales serán el concepto de la belleza estratégica y una apropiada teoría de la forma, lo que conseguiremos gracias a la estética de Pareyson.
6. Para una crítica de las interpretaciones tecnológicas de lo sublime
Para completar la crítica a lo sublime tecnológico y virtual, me parece necesaria una nueva propuesta estética que pueda replantear los fines del arte y su posición en el contexto social y cultural. Aquí se reabre el discurso sobre la ilusión y el simulacro de Baudrillard: “[…] pero arte y estética no son las únicas condenadas a aquel melancólico destino que consiste no tanto en vivir arriba de sus propios medios, sino más allá de sus propios fines”.74 “Más allá de sus propios fines” significa que lo sublime tecnológico y cibernético relega al arte al ámbito del todo factible y producible y que no tiene compromiso con el límite; así, todo coincide con todo vale.75 Lo sublime tecnológico es, pues, un falso sublime, precisamente porque es sin parergon, sin criterios: herencia distorsionada de la estética del genio, eterna adolescencia, renuncia al compromiso ético que, para Schiller, es la fundamental enseñanza de lo sublime para la auténtica bildung estética.
A pesar de que sea efímero y sin capacidad de aportar a los contenidos éticos, sociales y políticos, lo sublime tecnológico tiene igualmente éxito como tendencia cultural globalizada porque es un camino fácil, un contexto cool: aparenta ser complejo, pero lo es a nivel de interfaz, donde evita el verdadero riesgo y el auténtico sacrificio. Consecuentemente, cuanto más se refuerza el paradigma estético de lo sublime tecnológico, tanto más el poder de lo digital puede operar libremente y sin crítica. La falacia tecnológica queda escondida detrás de la máscara de la fantasmagoría mediática y se propaga en la cultura masiva, en los lugares comunes y en la educación recibida como deseo de orden y absoluto: “El nuevo valor aplicado a lo transitorio, lo elusivo y lo efímero, la misma celebración del dinamismo, revela el anhelo