Sin miedos ni cadenas. Vanesa Pizzuto. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Vanesa Pizzuto
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789877984880
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todo lo puedo hacer por medio de Cristo, quien me da las fuerzas” (Fil. 4:13, NTV).

      Brittni De La Mora comenzó a trabajar en la industria pornográfica cuando tenía tan solo 18 años. Ella participó en más de trescientas películas, a lo largo de siete años, hasta que Dios la llamó por medio de un versículo del libro de Apocalipsis. Hace unos meses tuve el privilegio de entrevistar a Brittni. Ella me contó que, poco después de comenzar a trabajar en la industria pornográfica, comenzó a consumir drogas y se volvió adicta a la heroína. Aunque ganaba muchísimo dinero, Brittni a menudo tenía dificultades para pagar el alquiler de su casa, porque estaba gastando demasiado en solventar su adicción y en un estilo de vida lujoso. Estaba tan deprimida que intentó suicidarse. Sin embargo, Dios intervino milagrosamente y salvó su vida.

      Un día, su abuela la invitó a asistir a la iglesia y Brittni aceptó. Mientras continuaba trabajando en la industria pornográfica, asistía a la iglesia esporádicamente, y allí recibió una Biblia de regalo. Tiempo después, cuando estaba por volar a Las Vegas para filmar una escena, se sintió inspirada a empacar su Biblia. En el avión, Brittni comenzó a leer el libro de Apocalipsis. Llegó al capítulo 2 y se enfrentó con estas palabras: “Pero tengo una queja en tu contra. Permites que esa mujer… lleve a mis siervos por mal camino… Le di tiempo para que se arrepintiera, pero ella no quiere abandonar su inmoralidad. Por lo tanto, la arrojaré en una cama de sufrimiento, y los que cometen adulterio con ella sufrirán terriblemente” (Apoc. 2:20-22, NTV). Al leer estas palabras, Brittni comenzó a llorar arrepentida. Ella oró: “Lo siento tanto, Señor. ¡No tenía idea de que esto es lo que piensas acerca de lo que hago!”

      Luego de dejar la industria pornográfica, Brittni comenzó a asistir a la iglesia regularmente y consiguió un trabajo como agente de bienes raíces. Tiempo después, Brittni se casó con el pastor Richard De La Mora. Recientemente, ambos fueron invitados a dirigir “XXX Church” (Iglesia XXX), un sitio web que se dedica a ayudar a las personas que luchan con la pornografía y a la gente que trabaja en la industria pornográfica. Los últimos seis años de la vida de Brittni están marcados por un cambio sorprendente. “La única razón por la que me encuentro donde estoy hoy, completamente liberada y transformada”, me dijo ella, “es porque cada día dependo del Señor. No puedo hacerlo sola. Pero cuando invito la presencia de Dios a mi vida, también invito su fortaleza”.

      Señor, te invito a que vengas con tu presencia y tu fortaleza a mi vida. Quiero que me transformes por completo y me uses para tu gloria. Amén.

      El amor de Jesús es suficiente

      “Luego oí una fuerte voz que resonaba por todo el cielo: Por fin han llegado la salvación y el poder, el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo. Pues el acusador de nuestros hermanos —el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche— ha sido lanzado a la tierra. Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el testimonio que dieron” (Apoc. 12:10, 11, NTV).

      Lo hiciste otra vez. Aquello que prometiste no hacer “nunca más”. Una milésima de segundo después de gritarles a tus hijos, comer de más o criticar a alguien, llega la marea de culpa. Es una marea tóxica, que carga toneladas de basura del pasado y las lanza sobre la arena de tu alma. Ropas sucias, plásticos, animales muertos, llegan con la marea; te cubren en un momento y bloquean tu relación con Dios.

      La culpa me dice que no puedo orar ahora; que espere hasta estar más limpia. La culpa me dice que soy un fraude, que no puedo hablar o escribir acerca de Jesús, siendo tan pecadora. La culpa hace que pida perdón mil veces y me sienta cada vez peor. La culpa viene de nuestro enemigo, el acusador de nuestras hermanas. Mientras que la culpa bloquea el camino, el arrepentimiento nos lleva a Jesús,.

      Hoy sentí la marea subir hasta mi nariz. Entonces el Espíritu Santo me susurró al oído: “El amor de Jesús es suficiente”. Al repetir esa frase en mi corazón, una y otra vez, vi la marea ceder y retirarse.

      ¿Alguna vez te preguntaste qué habría sucedido si Judas Iscariote hubiese aceptado el perdón de Jesús? Tal vez, como Pedro, se hubiera convertido en un pilar de la iglesia primitiva. Pero lo que Judas sintió fue culpa, no arrepentimiento. Esto lo sabemos por los resultados. El arrepentimiento nos acerca a Dios, el sentimiento de culpa, no. Como él mismo no podía solucionar la situación, se sintió humillado. La culpa, cual boa constrictora, se enroscó en su cuello y susurró: “No hay salida. Todo está perdido”. Hasta que Judas se ahorcó. Dependemos de Jesús para todo. Cuando la marea suba, digamos con humildad: “El amor de Jesús es suficiente”.

      Jesús, gracias porque tu amor siempre es suficiente. Nada puede separarme de tu amor: ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni los temores de hoy o las preocupaciones de mañana. Ni siquiera los mismos poderes del infierno pueden separarnos. Gracias porque ya no tengo que escuchar a las voces que me acusan. Tú no me condenas, sino que me das verdadero arrepentimiento. Tu amor es suficiente.

      Gracia extravagante

      “Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios” (Efe. 2:8, NTV).

      ¡Tenemos tanto miedo de la gracia! Muchas veces preferimos vivir empantanadas en el sentimiento de culpa porque creemos que, si aceptamos la gracia de Dios, daremos rienda suelta al pecado. Entonces, nos autoflagelamos con el látigo de la culpa, pensando que nos convertirá en mejores cristianas. Tristemente, esto solo nos aleja de Dios (porque es un intento de salvarnos con nuestros propios méritos). La gracia y el sentimiento de culpa nos hacen avanzar en direcciones opuestas. Cuando Dios nos mueve al verdadero arrepentimiento, nos da un empujoncito que nos acerca hacia él. Nos revela la dimensión de nuestro pecado, pero también la solución: su gracia. El sentimiento de culpa, en cambio, nos aparta de Dios porque nos induce al autocastigo, a intentar resolver la situación a nuestro modo. En pocas palabras, la culpa hace que nos escondamos de Dios, mientras que la gracia hace que corramos a sus brazos.

      En su libro Extravagant Grace [Gracia extravagante], Barbara Duguid reflexiona: “Es posible odiar tu pecado y al mismo tiempo ser compasivo con tu propia debilidad. A veces actuamos como si solo existieran dos opciones: o bien odiamos nuestro pecado y nos castigamos por ello, o tomamos un descanso, lo que nos conduce al descuido y a pecar más. Hay otra opción. Al igual que el apóstol Pablo, podemos odiar nuestro pecado y planear no hacerlo, y sin embargo, entender y aceptar nuestra debilidad, abandonándonos a la misericordia de Dios”. ¡Estas son las extravagantes buenas noticias! Irónicamente, muchas veces no nos sentimos felices sino incómodas con la idea de recibir gracia, porque no queremos abandonarnos a su misericordia.

      La realidad es que no puedes salvarte a ti misma, por mucho que te autoflageles con la culpa. Deja de resistir la gracia de Dios. “No podemos hacer nada, absolutamente nada, para ganar el favor divino”, escribe Elena de White, en Fe y obras. “Sin embargo, cuando vamos a Cristo como seres falibles y pecaminosos, podemos hallar descanso en su amor” (p. 38). ¡Abre tu corazón a su gracia!

      Señor, gracias por el extravagante e inmerecido don de tu gracia. Hoy quiero dejar de resistirme y abrir mis manos, mi corazón y mi vida para recibirlo.

      Examíname

      “Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna” (Sal. 139:24, NTV).

      Ayer hablaba con un amigo y me dijo: “Siento culpa todo el tiempo, por si acaso. Ando con culpa siempre, como en piloto automático”. Él no me hablaba de sentir verdadero remordimiento o arrepentimiento por un error o un pecado cometido; no. Él se refería a vivir permanentemente