25 de enero
¿Quién eres?
“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12, NVI).
¿Quién eres? Si alguien te preguntara esto, ¿cómo responderías? Tal vez comenzarías diciendo tu nombre, o compartiendo información acerca de tu familia y el lugar donde creciste. O tal vez hablarías de tu profesión. Y aunque todo esto forma parte de la respuesta, no define realmente quién eres. Unos meses atrás tuve la oportunidad de entrevistar a Tola Doll Fisher. Tola es una escritora cristiana y editora de la revista Woman Alive (Mujer viva). Tola tenía un plan claro para su vida: ella iba a casarse, tener tres hijos antes de cumplir 24 años y ser una excelente profesional. Sin embargo, el plan no salió como ella esperaba. Tola se comprometió a los 24, se casó a los 26, a los 28 perdió a su bebé y a los 30 se divorció. Mientras charlábamos, Tola reflexionó acerca de cómo estos cambios afectaron su sentido de identidad. ¿En quién te conviertes cuando las cosas no salen como esperabas? Si te ves obligada a enterrar una hija y a renunciar al sueño de envejecer con tu marido, ¿quién eres ahora?
Tola me contó que, recientemente, tuvo que completar uno de esos formularios en los que preguntan tu estado civil. Poner una tilde junto a la palabra “divorciada” le generó mucho dolor. ¿Era este el nuevo rótulo de su vida, la nueva etiqueta pegada a su frente? ¿Estaba su vida definida por el rechazo y el fracaso? O, mejor dicho, ¿era ella una fracasada? Luchando con estas preguntas, Tola recordó las palabras de Juan 1:12: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios”. “Esto significa que Dios nos ha dado una forma para identificarnos que no depende de nuestras circunstancias, no depende de una relación, del lugar donde nacimos o de nuestro estado financiero”, dice Tola en Still Standing [Todavía en pie]. “Si aceptamos a Dios, somos sus herederos. […] Nuestra verdadera identidad se encuentra en él”, agrega.
Como muchas veces nos gusta lo que dicen las etiquetas que llevamos pegadas, no nos preocupamos por poner todo el peso de nuestra identidad en Jesús. Mientras que las etiquetas digan: “bella”, “inteligente”, “buena amiga/esposa/madre” las llevamos con orgullo. Pero cuando el viento amenaza con arrancarnos la etiqueta que dice “bella”, o el enemigo trata de pegarnos al corazón una que dice “rechazada”, entonces comprendemos nuestra absoluta necesidad de Jesús. ¿Quién eres? Tú eres una hija de Dios. Eres amada incondicionalmente y entrañablemente por el Creador del universo.
Padre, yo soy tu hija. Ayúdame a vivir hoy anclada en esta generosa verdad.
26 de enero
Un nombre nuevo
“Todo el que tenga oídos para oír debe escuchar al Espíritu y entender lo que él dice a las iglesias. A todos los que salgan vencedores, les daré del maná que ha sido escondido en el cielo. Y le daré a cada uno una piedra blanca, y en la piedra estará grabado un nombre nuevo que nadie comprende aparte de aquel que lo recibe” (Apoc. 2:17, NTV).
Ayer, un amigo me envió un poema que había escrito acerca de las palabras con las que nos definimos. Hay etiquetas y rótulos con los que cargamos desde la infancia. Palabras que nuestros padres o compañeros del colegio usaron para describirnos, y que se nos pegaron al corazón como velcro. Si te detienes tan solo unos segundos a meditar, estoy segura de que sabrás cuál es la palabra que vienes acarreando. La palabra que Carrie O’Toole llevaba colgando de su cuello era “estúpida”.
Carrie O’Toole es una consejera y autora estadounidense. Cuando la entrevisté para la Radio Adventista de Londres, me contó que durante un retiro espiritual el predicador pidió a los presentes que pasaran tiempo a solas con Dios para recibir una nueva palabra. Él le dio a cada uno una roca pintada de blanco, para que pudiesen escribir lo que oyeran. Carrie estaba preocupada; no estaba acostumbrada a este tipo de ejercicios y tenía miedo de ser la única que no oyera a Dios decir nada. Sin embargo, se sentó en el parque, como el predicador había sugerido, y le preguntó a Dios qué palabra la definía mejor. Su sorpresa fue grande cuando Dios le dijo: “¡Brillante!” Esta palabra habla no solo de inteligencia, sino de la luz que se refleja en alguien. Carrie escribió la palabra en la roca y la colocó en el escritorio de la oficina de su casa. Ahora, todos los días Dios le recuerda quién es ella realmente.
¿Cuáles son los rótulos, las palabras con las que has estado cargando toda tu vida? La Biblia dice que conocer la verdad nos hará libres (Juan 8:32). Si te acercas a Jesús y le preguntas, él te dirá quién eres. Con sus propias manos despegará los velcros y las espinas, sanará tus heridas y te dará un nombre nuevo.
Señor, tú sabes quién soy realmente. Me acerco a ti con todas las etiquetas y rótulos del pasado. Yo soy tu hija. Es tu privilegio como Padre darme un nombre nuevo.
27 de enero
Sin calcomanías
“Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida” (Isa. 43:4).
En la tierra de los wemmicks, en el bellísimo cuento de Max Lucado, cada muñeco de madera, cada wemmick, es único y diferente. A estas criaturas, sin embargo, les gusta pasarse la vida evaluando la conducta, el talento y la apariencia de los demás. Si un wemmick actúa o luce bien, otro wemmick le pega una calcomanía de una estrella de oro. Sin embargo, si su conducta o apariencia no es aprobada, recibe calcomanías grises. En la aldea hay un wemmick llamado Punchinello. Cada día, él intenta recibir estrellas doradas, pero solo le dan calcomanías grises. Punchinello está muy triste, hasta que se encuentra con Lucía y se da cuenta de que ella no tiene pegada ninguna calcomanía; ni dorada ni gris. ¿Cuál es su secreto? Lucía visita al carpintero Elí todos los días. Por esto no se le pegan las calcomanías que otros wemmicks quieren darle. El cuento termina cuando Punchinello decide visitar a Elí y comprende lo que el carpintero realmente piensa de él. Elí le dice: “Cuanto más te importe mi opinión, menos se te pegarán las calcomanías”.
Obviamente, las opiniones de los demás influyen en nosotros (y hasta cierto punto esto es normal y lógico). Sin embargo, como el carpintero del cuento le dice a Punchinello, cuanto más nos aferremos a la opinión que Dios tiene de nosotras, menos poder tendrán las críticas y los aplausos de los demás. Podrán importar, sí, pero no definirnos. ¿Sabes qué es lo que Dios piensa acerca de ti? Que tienes un valor inestimable y que él te ama (Isa. 43:4); que te formó con sus propias manos para darte una vida con sentido y propósito (Efe. 2:10); que eres heredera de las promesas y más que vencedora (Rom. 8:17, 37); que eres su embajadora y su representante escogida (2 Cor. 5:20; 2 Ped. 2:9); y que eres redimida, perdonada y libre de condenación (Efe. 1:7; Rom. 8:1).
Al comenzar el día hoy, tómate un momento para recordar lo que Dios realmente piensa de ti. Deja que sus palabras te definan. Permite que la verdad sea como un óleo santo, que cubre cada rincón de tu corazón e impide que las calcomanías de los demás se te peguen.
Señor, gracias por liberarme del peso de las opiniones de los demás con la verdad de tu Palabra. Yo soy exactamente quien tú dices que soy. Cada palabra que has pronunciado acerca de mí es cierta y la acepto. Yo soy tu hija. Soy amada infinitamente. Soy libre y perdonada.
28 de enero
Transformada