En Sciences Po Paris [Instituto de Estudios Políticos de París], donde soy profesora-investigadora desde 2014, tuve la oportunidad de aprovechar un ambiente de investigación multidisciplinario, sobre todo en el Laboratoire Interdisciplinaire d’Évaluation des Politiques Publiques [Laboratorio Interdisciplinario de Evaluación de Políticas Públicas] (LIEPP), cuyo eje “evaluación de la democracia” tuve el placer de codirigir. Los estudiantes del instituto, provenientes de todos los países —desde Venezuela hasta Benín, pasando por China y Australia—, son una formidable fuente de inspiración, y mis diarias y numerosas interacciones con ellos, sobre todo en el marco de mis cursos sobre el futuro de los medios de comunicación, alimentan mis reflexiones y mi investigación.
A lo largo de los últimos años, mis investigaciones se han nutrido también de mi colaboración con Nicolas Hervé y Marie-Luce Viaud del Institut National de l’Audiovisuel [Instituto Nacional de lo Audiovisual] (INA), y de nuestras acaloradas discusiones sobre la crisis de los medios y la democracia, y sobre el recurso del sorteo. Marie-Luce, que tanto me enseñó y me aportó, falleció prematuramente y no alcanzó a leer este libro. Me da por pensar que le habría gustado, aunque sólo puedo imaginar las discusiones que no tendremos. Nos haces mucha falta, Marie-Luce.
Gracias a todo el equipo de Wedodata, en particular a Karen Bastien, Brice Terdjman y Nicolas Boeuf, que aceptaron acompañarme en este libro y dieron vida a las gráficas, que hasta entonces eran demasiado escolares. Gracias a ellos también por su formidable trabajo en el sitio leprixdelademocratie.fr, herramienta indispensable para continuar el debate después de la lectura de este libro.
Mi editora, Sophie Kuvoyanis, me ha dado campo libre y confianza total. Se lo agradezco. Gracias también a Agathe Cagé, que con su relectura siempre atenta me abrió los ojos a algunos puntos débiles de mi escritura y a la necesidad de hibridación entre los intelectuales.
Finalmente, gracias a Thomas, que ha vivido cada línea de este libro de manera cotidiana. Gracias por tu apoyo infalible, tu paciencia a toda prueba, tus invaluables contribuciones intelectuales y, sobre todo, tu amor infinito, que me dio la energía para llevar este proyecto a buen puerto.
Introducción
El agotamiento democrático
32 euros. Ése es el precio de tu voto.
“¡Pero mi voto no está a la venta!” Sí, ya sé lo que piensas. Lejos está la época en que las elecciones se celebraban a cielo abierto, de modo que los potentados locales podían vigilar las boletas depositadas por aquellos a los que habían sobornado. Sin embargo, ahí están los hechos. Mientras más gasta un candidato durante una campaña electoral, más capacidad tiene de alquilar grandes salones, convocar a sus seguidores, difundir sus mensajes, saturar los medios y las redes sociales, y más aumenta su probabilidad de salir victorioso. Así es en Estados Unidos, sin duda, pero también en Europa y particularmente en Francia.1 El dinero está en el centro del juego político; en la democracia, el que paga gana. Este libro, para el cual construí una base de datos sin precedentes sobre la evolución del financiamiento de la democracia y los gastos electorales alrededor del mundo, examina quirúrgicamente estos mecanismos y, sobre todo, toma las lecciones de las vicisitudes actuales y propone, para el futuro, reglas innovadoras para reencontrar la democracia.
32 euros. Ése es el precio de tu voto.
Si sabemos que el Estado consagra cada año menos de un euro por cada ciudadano francés al financiamiento público directo de la democracia,2 pero reembolsa en promedio unos 165 euros anuales a los cerca de 290 mil contribuyentes que han financiado al partido político de su elección —¡y casi 5 mil euros a cada uno de los 2900 hogares que más contribuyen!3—, podemos comprender mejor los interrogantes en torno a la calidad de nuestra democracia. ¿Por qué el dinero público debería permitir a ciertas personas “comprar” el equivalente a casi cinco votos, e incluso, para los más ricos, más de 150 votos? ¿De verdad nos parece que nuestra democracia necesita ese sesgo adicional a favor de los ya favorecidos?
Y eso es sin tomar en cuenta el gasto fiscal asociado a las donaciones a las campañas.4 Mientras el Estado reembolsa, en promedio, 52 millones de euros anuales al conjunto de candidatos que participan en la contienda electoral —y mucho más en los años electorales—, las diferentes campañas reciben 12 millones de euros en donaciones particulares, lo cual genera casi 8 millones de euros en reducciones fiscales: 8 millones contra 52 millones, claro, pero son 8 millones que se repartirán entre unas cuantas decenas de miles de individuos que han expresado sus preferencias políticas por medio de donaciones privadas (es decir, cientos de euros por donador, o incluso varios miles de euros para los más ricos), mientras que los 52 millones de euros de financiamiento público se reparten entre todos los franceses, es decir, menos de un euro por ciudadano.
He aquí una estadística para resumir el absurdo —y la injusticia— del sistema francés: en 2016, el Estado gastó 29 millones de euros en reducciones fiscales asociadas a donaciones a partidos para el 10% de los franceses más ricos, es decir, más de 21 veces más de lo que gastó para la mitad menos privilegiada de los contribuyentes;5 es decir, gastó la misma cantidad para el 0.01% de los franceses más adinerados que para la mitad menos favorecida.
No sólo es que, en la democracia, el que paga gana, sino que además, en Francia —como en muchas otras democracias occidentales, por cierto— se ha institucionalizado un sistema de financiamiento público que permite que el Estado subvencione las preferencias políticas de los más ricos, además del dinero privado con que cuentan. Es un sistema de financiamiento público que no beneficia en la misma medida a todos los movimientos políticos: podemos comprobar que, en promedio, los partidos políticos clasificados como “de derecha” reciben cada año donaciones mucho más cuantiosas que los partidos clasificados como “de izquierda” en el espectro político. Semejante sistema puede aumentar la capacidad de los más privilegiados de ganar la contienda electoral y “comprar” las políticas públicas de su elección.6 De manera más general, puede conducir a una transformación de las condiciones de funcionamiento de los movimientos políticos (tanto de “derecha” como de “izquierda”) y a perturbar los frágiles límites que, durante mucho tiempo, han garantizado cierta representación a los sectores más populares.
Entonces, si como votante hace mucho que te hartaste del juego de la democracia —“¿de qué sirve moverme si mi voto cuenta tan poco, para qué seguir un equipo si el juego está arreglado?”—, como ciudadanocontribuyente deberías escandalizarte por este nivel de desigualdad y por la manera en que se gasta el dinero público. Un ejemplo: para un individuo con ingresos gravables de 100 mil euros, el costo real de una donación de 6 mil euros a un partido político es de 2040 euros. Los 3960 euros restantes van por cuenta del Estado, es decir, de los contribuyentes en su conjunto. ¿Cuál sería el costo de la misma donación para un estudiante, un trabajador precario o un jubilado con ingresos gravables menores de 9 mil euros? 6 mil euros.7 En Francia, más de la mitad de los hogares, en cuanto unidades fiscales, están exentos del impuesto sobre la renta,