Álvaro Obregón, presidente municipal de Huatabampo, Sonora. Jesús H. Abitia, 1912. Colección particular.
Todo lo anterior vino en abono de que Obregón fuera nombrado por Carrranza como Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste, [14] lo que lo hacía superior a los demás cabecillas sonorenses y a quienes se le fueran sumando en su próximo camino al centro del país. En todo caso, para finales de 1913 inició su campaña sobre Sinaloa, tomando Culiacán y Topolobampo, y estableció una relación de dominio sobre los jefes locales, como Felipe Riveros y Ramón F. Iturbe. [15] Después de una relativa inactividad, debida a que tuvo que esperar a que Pablo González pudiera hacer un descenso al centro en forma simultánea, Obregón inició en marzo su avance contra la Ciudad de México. Así, en mayo ya dominaba Mazatlán y Tepic, y para principios de julio ocupó Guadalajara —luego de los cruentos combates de Orendáin y El Castillo— y después Colima.
El esforzado propietario de la Quinta Chilla y exitoso joven militar estaba próximo a convertirse en figura de alcance nacional. Luego de tomar Guadalajara se internó al centro del país, vía Irapuato, Salamanca, Celaya y Querétaro, para llegar a las goteras de la Ciudad de México al mismo tiempo que Pablo González. El Primer Jefe Carranza tomó entonces una decisión que sería extremadamente provechosa para Obregón. En efecto, acordó que éste firmaría los Tratados de Teoloyucan con los derrotados gobierno y ejército huertistas. [16] También decidió Carranza que luego hiciera Obregón la entrada triunfal a la Ciudad de México. En cambio, dispuso que los gonzalistas recibieran las armas y el parque que debía entregar el disuelto Ejército Federal. En síntesis, a éstos les dio elementos de fuerza, pero a Obregón lo acercó a la gloria histórica, [17] imprescindible para iniciar la creación de su figura de caudillo. No hay duda: la imagen de vencedor del huertismo —firmando su rendición en el fanal de un automóvil— y de libertador de la capital del país catapultó el capital político de Obregón: su fama pública.
Su nueva dimensión le permitió pasar de la milicia regional a la política nacional. Para comenzar, un par de semanas después, con la autorización del Primer Jefe, Obregón se dirigió a Chihuahua para conferenciar con Villa. Luego, juntos se dirigieron a Sonora; el objetivo era conminar a Maytorena, quien había recuperado la gubernatura, a que aceptara el predominio del Cuerpo de Ejército del Noroeste, o sea de Obregón, mediante jefes leales a éste que habían permanecido en la entidad, como Benjamín Hill y Plutarco Elías Calles. Todavía en septiembre, Obregón hizo un segundo viaje a Chihuahua, para volver a entrevistarse con Villa. El tema fue muy distinto: el jefe de la División del Norte le anunció su rompimiento con Carranza y lo invitó a acompañarlo en la defección. El rechazo de Obregón provocó su ira. Varias versiones —todas diferentes— sostienen que el sonorense estuvo cerca de morir a manos de Villa. Más parecido a un operador político que a un jefe militar, Obregón hizo una tercera negociación en aquel mes de septiembre de 1914: se dirigió a Zacatecas para convencer a varios jefes villistas de que aceptaran asistir a la Convención que ellos mismos habían acordado con Carranza. [18] El acuerdo fue que sólo asistirían si la Convención tenía lugar en Aguascalientes, ciudad neutral, y no en la capital del país, dominada por el carrancismo.
Al margen de lo acordado por Obregón y los villistas, la Convención dio comienzo el 1 de octubre en la Ciudad de México, pero sin la participación de los villistas. Días antes, un grupo de generales constitucionalistas, entre los que destacaban Lucio Blanco, Ignacio Pesqueira, Rafael Buelna, Eduardo Hay y el propio Obregón, crearon la Comisión Permanente de Pacificación, que tenía como objetivo lograr un acuerdo entre carrancistas y villistas. Se presentaban como constitucionalistas ‘independientes’, ‘no personalistas’; se les conoció como ‘pacificadores’. En tanto mayoría, se impusieron a los carrancistas y lograron que la Convención se trasladara a Aguascalientes. Conforme aumentaron las diferencias entre Carranza y Villa, se llegó a proponer que, como solución, ambos renunciaran. De ser así, el poder recaería en el tercer grupo, en el de los Pacificadores, entre los que día a día aumentaba la influencia de Obregón. El horizonte parecía muy halagüeño: pasar de Jefe del Cuerpo de Ejército del Noroeste a Jefe Nacional de la Revolución. Para comenzar, en la Convención se designó al ‘pacificador’ Eulalio Gutiérrez como presidente del país, [19] luego de desconocer a Carranza. El problema fue que Gutiérrez no procedió de igual manera; al contrario, designó a Villa Jefe del Cuerpo de Ejército de la Convención. Ante la evidencia del crecimiento de Villa, quien poco antes había intentado fusilarlo, Obregón prefirió reconstruir su alianza con Carranza, quien pronto designó al sonorense como comandante de las fuerzas constitucionalistas. Así, el próximo combate entre Obregón y Villa, jefes de los respectivos ejércitos constitucionalista y convencionista, quedó claramente anunciado.
Ya con su nueva responsabilidad, a principios de enero de 1915 Obregón quitó a los zapatistas la ciudad de Puebla y sus alrededores, y a finales de mes ocupó la Ciudad de México. Sólo estuvo en ésta cuarenta días, poco gratos, por cierto. Con los constantes cambios de autoridad habidos desde mediados de 1914, [20] la ciudad padecía una terrible crisis delincuencial; además, el caos monetario y la falta de producción y de abasto agropecuario dieron lugar a una terrible carestía. Fueron meses de hambre y de tifo. Las relaciones de Obregón con los comerciantes, el cuerpo diplomático y la Iglesia católica fueron peor que tirantes. En cambio, su alianza con el movimiento obrero, que se tradujo en la creación de los Batallones Rojos, [21] fue importante para su triunfo contra el villismo.
A mediados de marzo, el sonorense abandonó la Ciudad de México con rumbo al Bajío, vía San Juan del Río y Querétaro. Iba a enfrentar a Villa; iba a conseguir otro lauro para su joven historial. Contra lo que muchos ingenuos predecían, Obregón derrotó al duranguense en todos los aspectos. Se trató de una derrota casi total que dejó destrozada a la invicta División del Norte. En táctica y estrategia lo venció en los combates de Celaya, durante la primera mitad de abril. Luego, el sonorense se dedicó a perseguir a los villistas, buscando su aniquilación. En esa campaña persecutoria, el 3 de junio —casi dos meses después de su triunfo inicial—, en la hacienda de Santa Ana, cercana a León, una granada villista le arrancó el brazo derecho. Desde entonces Obregón fue mal llamado ‘el manco de Celaya’. Sin embargo, en realidad cambió su brazo por el aura de ser un mutilado de guerra, con lo que logró dos identidades: de general invicto y de héroe popular. [22]
Ya recuperado, a finales de 1915 Obregón siguió inflingiendo duras derrotas a Villa. Una vez minimizado el mayor problema militar que enfrentaba el gobierno de Carranza, Obregón pudo dedicarse a la política. Fue así como, en marzo de 1916, fue designado secretario de Guerra. Sin embargo, todavía entonces el campo de batalla le era más propició que la oficina ministerial. Sucedió que en febrero Villa había atacado la población norteamericana de Columbus, demostrando que no estaba vencido del todo. Para colmo, dicho ataque dio lugar a la ‘Expedición Punitiva’, que puede resumirse como la ocupación por diez mil soldados estadounidenses del territorio chihuahuense durante un año. [23] Por lo mismo, se dedicó a negociar con las fuerzas norteamericanas su retiro. Sin embargo, las negociaciones diplomáticas resultaron serle más complejas que las militares. Insatisfecho con su complaciente postura, Carranza le quitó dicha responsabilidad, dejándolo al frente de la Secretaría pero dedicado a asuntos menores. Para colmo, a finales de 1916 tuvo lugar en Querétaro el Congreso Constituyente, en el que quiso impedir la participación de un grupo de políticos civiles —los ‘renovadores’— encabezados por Félix Palavicini, con el que tenía pésimas relaciones desde principios de 1915. Durante muchos años se exageró