Quien emprende la tarea de exponer la biografía de Kepler a partir de las fuentes, queda asombrado por la profusión de pequeños detalles que revelan. Se han conservado alrededor de cuatrocientas cartas de su puño y letra en las cuales, con su habitual tono expresivo, comenta a menudo acontecimientos y sentimientos, preocupaciones y alegrías de su vida, junto a controversias científicas. También contamos con unas setecientas cartas dirigidas a él, que aportan aclaraciones valiosas sobre sus intereses y sus contactos. Varios cientos de documentos adicionales concernientes a su vida esclarecen su situación financiera, sus quehaceres profesionales, su relación con los príncipes electores y las autoridades de los que dependía, así como más de un acontecimiento familiar. A todo ello hay que sumar aún las innumerables notas familiares que tomó para sí mismo y las múltiples observaciones personales que dejó deslizarse en las obras que publicó. La elaboración de este volumen fue posible porque dispongo de reproducciones fotográficas, en miles de hojas, de todos estos documentos, y porque cuento con gran parte de las obras de Kepler y la bibliografía que versa sobre él, a pesar de que por entonces no se me permitía el acceso a las bibliotecas públicas.
El presente libro se basa sobre todo en esos documentos y en las obras publicadas por el propio Kepler. No se ha adoptado nada esencial de otros escritos sin haberlo verificado previamente con las fuentes. Para la literatura empleada debo remitirme a la obra Bibliographia Kepleriana, editada por mí mismo en 1936, donde se recopila la totalidad de las obras sobre Kepler. Aunque el libro que nos ocupa también satisface las demandas del rigor científico, he evitado cubrirlo con el manto de una ostentación docta para atribuirle un crédito mayor. El material para hacerlo estaría ciertamente disponible. Pero, como no he escrito la obra tan solo con fines eruditos, quise presentarla sin interrumpir constantemente la lectura con notas de aclaraciones críticas, con comprobaciones aisladas y con apuntes bibliográficos. Por la misma razón, tampoco aparecen las referencias de las innumerables citas textuales en las que cedo la palabra al propio Kepler.2 Estas se reproducen, eso sí, con la mayor fidelidad posible, de manera que se puede confiar en su legitimidad.
La abundancia de erudición, con todo lo satisfactoria que resulta, crea no obstante ciertas dificultades expositivas. Requiere un examen cuidadoso y una planificación muy meditada de la estructura y el contenido. Sin perder el hilo principal, procuré dar vida a cada escena con la incorporación de detalles menores. También insisto en exponer del modo más completo posible los sucesos vitales que me parecieron significativos en alguna medida. He concedido un valor especial a la descripción del marco temporal, del entramado de la vida personal de Kepler y de las circunstancias y los acontecimientos políticos. Solo así se dibuja con claridad la figura del hombre que supo vencer de manera ejemplar las adversidades que se cruzaron en su camino.
Pero el aspecto esencial lo constituye la recreación del mundo intelectual en que vivió Kepler. Es ahí donde se evidencia que la creación y la publicación de sus obras van notablemente unidas y entrelazadas a los sucesos externos, aquellos que rodearon su vida repleta de cambios. Esta observación fue la que me llevó a fundir el tratamiento de sus obras con la descripción del trascurso de su vida. No quise, como ocurre a menudo, diseccionar cada miembro aislado de una forma anatómica, y prepararlo y presentarlo por separado, sino que expongo todo a un tiempo: el cuadro completo con la interacción de cada una de sus partes, como un organismo vivo ante nuestra vista. De ahí que la lectura fluya a través de lo que Kepler meditó e indagó en las etapas de cambio de su vida, lo que lo inquietó o alegró, lo desafió o entorpeció, sus logros, sus fracasos. Vida y obra constituyen en él una unidad inquebrantable, una forma orgánica que no debe desmembrarse.
Puse especial esmero en el análisis de las dos obras principales de Kepler, Astronomía nueva y Armonía del mundo, donde se exponen las leyes planetarias. Parecía algo más necesario aún en vista de que lo que figura al respecto en las biografías disponibles resulta completamente insuficiente. Por otro lado, me empeñé en valorar en su justa medida cada una de las partes sin destacar o discriminar lo que este o aquel considera significativo o irrelevante, sino atribuyendo a cada parte la importancia que tenía a juicio de Kepler. Por este motivo su actividad astrológica sale siempre a colación y se trata, además, con la intensidad con que ocupó su pensamiento. Desfigura la imagen quien cree poder pasar ese aspecto por alto con alguna que otra disculpa benévola. La cuestión no depende del valor que nosotros le demos, sino de lo que él opinaba. Por esta misma razón tanto sus convicciones religiosas como el conjunto de sus indagaciones sobre la armonía exigen igualmente la aplicación de este criterio de análisis detallado.
Me hago cargo de que en una biografía así siempre se filtra algo del espíritu del autor. Cada cual presenta a su protagonista tal y como lo percibe en el espejo de su propio yo. Pero debemos ser conscientes del peligro que esto conlleva, y dejar a un lado a la propia persona para evitar pinceladas falsas en el cuadro. No obstante, cuando uno dedica muchos años al hombre al que desea servir, como yo he tenido la suerte de hacer, aparece entre ambos cierta empatía en el ser y en el pensar que favorece la percepción correcta de las cosas. En este sentido querría creer que el amor que profeso a Kepler no me ha estorbado para dibujar una imagen acertada de su persona.
Para la redacción de esta obra he contado con el apoyo inestimable de Martha List, quien ha colaborado conmigo en la edición de las obras completas de Kepler. Su excelente conocimiento de las fuentes manuscritas me ha prestado una ayuda valiosísima en la elección, clasificación y recopilación final del material empleado. Su participación activa en el conjunto de la obra no me ha auxiliado menos que sus acertados apuntes en cuestiones concretas, cuando comentábamos a diario las distintas partes del libro. Por todo ello me gustaría manifestarle también aquí mi agradecimiento más profundo.
Asimismo, es muy de agradecer el esfuerzo que ha dedicado Fritz Roßmann a corregir una versión preliminar.
MAX CASPAR
Múnich-Solln, julio de 1947
1 El autor alude a la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. (N. de la T.)
2 Tal como se aclara en el prólogo de la traductora, en la versión en castellano de la obra se han señalado todas estas referencias en el lugar que les corresponde dentro del texto mediante llamadas numéricas entre corchetes. (N. de la T.)
Introducción
La época de la historia alemana en que Kepler llevó a cabo la obra de su vida fue accidentada y desgarradora, tanto en lo espiritual como en lo político. El año 1600 divide el periodo de su paso por el mundo en dos grandes partes, casi iguales. Basta pensar que su vida coincidió durante doce años con la desoladora guerra de los Treinta Años para comprender que debió de tratarse de una existencia llena de inquietudes y preocupaciones, para él y para cualquiera de los que entonces representaron algún papel en el gran teatro del mundo. El conflicto, que arrojó durante bastantes años la desgracia de sus sombras ominosas, no se produjo por casualidad. Las decisiones de los hombres de Estado determinaron el trascurso de la historia y, por lo tanto, todo podría haber sido diferente si este o aquel hubiera tenido otra mentalidad o condición espiritual. Pero, aunque esto es verdad, también lo es que todos a un tiempo estaban influidos por las ideas y tendencias de la época; todos pensaban y obraban de acuerdo con las categorías de la concepción del mundo y de la vida que sirvieron de base a aquel periodo.
Para comprender y valorar la vida y obra de Kepler, la inmensa tragedia de su existencia personal y el brillante éxito de su trabajo intelectual, hay que conocer las tendencias y categorías mencionadas, así como la evolución de los acontecimientos políticos, al menos de manera general. Él, apolítico, tuvo que aprender que estos últimos interferían en el curso de su vida más de lo deseable. Mantuvo una estrecha relación con muchos de los protagonistas principales, y la fortuna lo llevó a ocupar posiciones zarandeadas por las olas de los sucesos políticos. En una afamada escuela